Negacionismo es un término que en la Argentina connota claramente una toma de partido frente a la cuestión de los Derechos Humanos. No es para menos: poner en cuestión el número de los desaparecidos es, antes que nada, tomar una posición política ante muchos otros asuntos. Sabemos que hay otros negacionismos por aquí —terraplanismos anti médicos y anti ciencia diversos— y conocemos qué implican en la conversación pública local. También conocemos qué implican los negacionismos globales: los que niegan el holocausto, por ejemplo, también niegan el cambio climático y sus consecuencias sociales, económicas y políticas.
Porque hablar del clima, del ambiente, es esencialmente hablar de política. Lo sabe Francisco, que desde que asumió su papado abrazó la cuestión ambiental con tanta pasión como la defensa de los inmigrantes o la lucha a favor del desarme. Lo sabe alguna parte del progresismo que comenzó a sostener el concepto de Green New Deal como una especie de nexo que une la preocupación por lo urgente con cuestiones importantes: soluciones éticas a la hora de buscar sistemas productivos alternativos, conscientes de las personas y de los hábitats de quienes participan.
Donald Trump y Jair Bolsonaro son negacionistas en materia de ambiente, al igual que muchos de sus partidarios. Está claro que ahí la discusión es fácil: sus argumentos son tan peligrosos como fáciles de rebatir.
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Sin embargo, hacia otros ámbitos el debate se hace más complejo: si se establece que efectivamente hay un cierto conflicto de intereses entre salud y economía en el medio de una pandemia global, es fácil de prever que existen quienes plantean una tensión entre desarrollo y sustentabilidad.
‘Desarrolllo’ y ‘sostenible’, son dos términos que están ligados en lo discursivo. Pero al contrastarse con, contra, lo real, a veces no aparecen tan cercanos. Y esa tensión existe y se percibe más si lo que se busca es un desarrollo sustentable, si se quiere una ecología que no solo sea para hippies con obra social cara.
Desarrollo sostenible implica desafíos mucho mayores en un país que tiene el segundo yacimiento de gas no convencional más grande del mundo, que reza a los dólares de la soja cada año a la hora de recaudar, que explota sus recursos mineros. ¿Qué significa defender el ambiente en ese contexto? ¿Limitar, regular, prohibir? ¿Hablar de otros temas como animales en peligro de extinción?
En la práctica es más que un problema: Alberto Fernández, por caso, suele autodefinirse como “reformista”. Si uno habla con las autoridades ambientales del país, parecería que ese reformismo consistiría en la aplicación de regulaciones, en leyes más potentes, en tener en cuenta a las poblaciones afectadas a la hora de extraer (extraer es un término muy capitalista, por cierto) recursos.
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El cambio de un sistema productivo por otro se vislumbra a largo plazo. Quizás a muy largo plazo.
Pero, ¿alcanza con cambiar leyes? ¿Hay algún país que haya elegido un tipo de desarrollo diferente en el mundo? Si Trump es negacionista, la potencia que debería enfrentarlo, China, hizo algo similar. Hace muy poco, nada, incluyó la cuestión ambiental, en las discusiones del partido comunista. Nuevamente, lo hizo en un ámbito más discursivo que otra cosa.
Europa, la Europa no populista, parece estar más preocupada por la cuestión: pero también ahí se juegan intereses. Y a veces, lo sustentable parece ir en contra de otros conceptos vitales como lo equitativo: los chalecos amarillos y Emmanuelle Macron pueden brindar una perspectiva de cuán complejo es el tema.
¿Entonces? Es difícil encontrar un mapa, se avanza sobre aguas pantanosas (y muchas veces contaminadas). Los intereses existen y las leyes son cada vez más necesarias. Por algo hablamos de sustentabilidad con mucho más énfasis que de responsabilidad social. Pero quizás no alcance con eso: también debemos pensar que la solución está en un vínculo diferente con la riqueza. De lo que se trata es de pensar más en cómo se reparte que en cómo se genera. Quizás necesitemos menos para vivir.
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En ámbitos académicos se revaloriza la figura de un filósofo del helenismo: Epicuro. Sus ideas sobre el buen vivir, sobre la felicidad, su materialismo altruista, algo nos pueden sugerir sobre el presente. Friedrich Nietzsche escribió sobre sus ideas: “«Un jardincillo, higueras, un poco de queso y tres o cuatro buenos amigos —ésta era la verdadera opulencia de Epicuro». Quizás ese sea un sendero por el que ir. Vivir con menos, repartir mejor, cuidar a los demás. Sí, parece poco. Pero es un punto de partida.
Lo que es seguro es que no es festejar las aguas cristalinas de Venecia. No; no es por ahí: sin personas no hay ecología. Tampoco la hay con pocos que puedan disfrutarla.