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A los 95 años

Gina Lollobrigida, la "tana" que brilló en Hollywood y arrasó Europa con su sex appeal

Quiso ser dibujante, pero la convencieron de que tenía todo para triunfar en el cine con su prototipo de italiana pulposa y temperamental. Prestó su voz de soprano en "La mujer más bella del mundo" y fue una fotógrafa sorprendente.

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Gina Lollobrigida. | Twitter @neon2081 @bettycall67 @retrochenta

Murió Gina Lollobrigida, una de las actrices que mejor representó la italianidad del siglo XX. Tenía 95 años y la belleza eterna del arte romano.

Luigiana Lollobrigida era romana, como su competidora más próxima, Sophia Loren (siete años menor que ella). Había nacido en Subiaco (municipio de la provincia de Roma), el 4 de julio de 1927 y, fue una de las cuatro hijas de un próspero fabricante de muebles, Giovanni Lollobrigida, casado con Giuseppina Mercuri. Gina tenía otras tres hermanas Giuliana, Maria y Fernanda.

Los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial destruyeron la fábrica y el negocio de los Lollobrigida y toda la familia, casi reducida a la pobreza, se fue a Roma, para recomenzar.

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Mientras la capital seguía ocupada por los alemanes que habían evaporado su patrimonio, la joven Gina estudiaba en Bellas Artes –su primera vocación- y vendía sus propios dibujos para pagarse la carrera y ayudar con la flaca economía familiar.

"La tana" Gina Lollobrigida

Con labios y pechos carnosos, ojos de almendra, caderas fuertes y cintura diminuta, Gina tenía una belleza arrolladora que se impuso en la Italia escuálida de las privaciones de postguerra.

Su físico de morocha sin gimnasio ni cirugías la posicionaría precozmente como una de las “maggioratas”, las mujeres que como ella, Silvana Mangano, Sophia Loren, Alida Valli e incluso Mónica Vitti —precursoras de Claudia Cardinali—no pasarían desapercibidas. Fue Vittorio de Sica, su propio partenaire en Sucedió Así (1952), quien inauguró esa galería de bellezas antihollywood,  fatto in casa.

El caso de Gina Lollobrigida fue peculiar porque además de privilegios de cuna que se esfumaron y perfección perdurable, Gina tenía temperamento, objetivos claros y distinción de clase.

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De fama internacional alternó cenas con Salvador Dalí, galas con la Reina Elizabeth y presunto romance con el Príncipe Rainiero de Mónaco, entre otros galanes y mujeriegos.

Mientras estudiaba Bellas Artes en Roma, dos personas diferentes la hicieron detener por la calle para sugerirle que prestara su imagen en algunos filmes que se rodaban en Cinecittá, esos que, lejos del estereotipo de las rubias de Hollywood, narraban el grito pelado de un país que había sobrevivido al fascismo y los bombardeos nazis.

Y así, sin tener formación actoral, llegó a la fotonovela como Diana Loris, al teatro a los 17 años, y luego efectivamente como extra a los estudios de Cinecittà, con una breve aparición en Águila negra, de 1946, producida por el potente Dino De Laurentiis.

Sin embargo, como le pasó a Isabel Sarli, la morocha pulposa argentina, un concurso de belleza terminó de darle notoriedad.

Gina en Hollywood

Fue en 1947 cuando quedó como finalista para Miss Italia en la ciudad de Stresa, al noroeste de su país, pero en el tercer puesto (la ganadora fue Lucia Bosè), mucho mejor posicionada que Silvana Mangano quienes, como Sophia Loren y muchas mujeres de la posguerra, buscaban en los concursos de belleza una plataforma para escalar en sociedad.

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En Trapecio (1956), con Tony Curtis.

Por su primer trabajo con letra le pagaron mil liras, bastante dinero entonces; pero para su siguiente aparición pidió un millón, y se los dieron sin más. Hasta la aparición de Sophia Loren (siete años más joven que ella y también romana), Gina fue la donna del cine italiano, un derroche de voluptuosidad. En realidad, cuando Italia empezó a reparar en ella, Gina ya había cosechado varios aplausos en Francia.

Pero Italia la esperó y, junto a Alida Valli (seis años mayor que ella), serían ambas las únicas divas itálicas amadas por directores estadounidenses durante décadas –antes incluso que la ascendente y bien patrocinada Sophia Loren.

El primero en darse cuenta de su talento fue el magnate Howard Hughes, entonces dueño de RKO, el estudio que había hecho Scarface, el terror del hampa (1932). Con tanta billetera como pasiones artísticas, Hughes la vio en El elixir de amor (Mario Costa, 1947) y la contactó para convencerla de que su lugar estaba en Hollywood.

Sin embargo, no la tentó tan fácilmente. Gina puso su corazón en primer término y en 1949 se casó con un médico esloveno, Milko Škofič, con quien tendría su único hijo: Andrea Milko.

Cuando le llegó su turno a Howard Hughes, el hombre la llevó a Los Ángeles en 1950, con la promesa de hacerla rica con contratos exclusivos . Le alquiló un cuarto en el hotel Town House de Wilshire Boulevard y le arrregló un casting con Josef von Sternberg, para aparecer en Amor a Reacción, que se rodaría ese mismo año.

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Con Xul Brynner rodó Salomón y la reina de Saba (1959) y la libido caía derretida desde la pantalla.

Sin embargo, las aguas frías del Pacífico no eran como el Tiber y el inglés, que por entonces Gina hablaba poco y nada, no le llenaba el alma. Fastidiada por el acoso de Hughes, se sentía “vigilada permanentemente” y, según ella confesaría años después, nunca pasó nada entre ellos, aunque "podría haber sido más interesante" que su marido.

Gina, la tana del sex appeal

Gina, una fierecilla indomable con el carácter de un "caballo pur sang ", entendió rápidamente que el oro de Hollywood no era para ella en ese momento.

Así que armó las valijas y regresó a Roma con los bolsillos vacíos. Sucedió lo esperable: Hughes se vengó cerrándole las puertas de la industria del cine estadounidense durante al menos seis años, pero con un artilugio legal: hacerle firmar un contrato de exclusividad hasta 1956, tiempo en el que no podría firmar contrato con ningún otro estudio de cine de Estados Unidos. Harta, ella lo firmó para irse.

Mientras tanto, se convirtió en una figura estelar del neorrealismo italiano, el nuevo cine llamado a hacer historia con actores de gran talla.

De algún modo, Gina Lollobrigida ocupó –¿desplazó?- el lugar de la pulposa Alida Valli, quien poco a poco fue cayendo en el olvido en la Italia noerrealista, la patria que la actriz de origen croata había adoptado para triunfar.

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A Rock Hudson lo hizo bailar en Tuya en septiembre (1959). "En esa época él no era gay, yo le gustaba y notaba algo", contó.

Uno de sus primeros trabajos importantes fue en Dos mujeres (Luigi Zampa, 1949) y aprovechando sus orígenes en el modelaje la convocaron para Miss Italia (Duilio Coletti, 1950).

Haciendo de partisana antinazi con Carlo Lizzani (¡Achtung, banditi!, 1949) y esculpiendo roles de vigorosa pasión popular en La romana, (Luigi Zampa 1954), su vena autodidacta terminó de mezclarse con su propia personalidad.

Con Pietro Germi y una película ganadora en el Festival de Venecia (La ciudad se defiende, 1951), el éxito ya parecía en la punta de los dedos. Sin embargo, al principio ella tampoco fue profeta en su tierra (Un cuento en cinco ciudades, de 1951, pasó sin pena ni gloria) y el primer reconocimiento unánime de la crítica le llegó fuera de las fronteras itálicas, en el filme francés Fanfan la Tulipe (1952), junto a Gérard Philipe, con quien compartiría cartel más de una vez.Y lo que siguió fue una colección de trabajos junto a los talentos de su tiempo.

En apretada síntesis, la quisieron junto a ellos Mario Monicelli (Vida de perros; Las infieles), Rene Clair (Mujeres soñadas), Mauro Bolognini (Un bellísimo noviembre), Alessandro Blasetti y Vittorio De Sica (Otros tiempos), Mario Soldati (La provinciana) y al fin se consagró como una diva itálica en Pan, amor y fantasia, de Luigi Comencini (1953).

Su trabajo en Las infieles, producida por Carlo Ponti y Dino De Laurentiis (descubridores de Alida Valli) podría haber sido el comienzo de su rivalidad con Sophia Loren.

Pero no, fue Dino Risi, uno de los grandes maestros de la comedia italiana, quien despertó su casi inocultable rivalidad mutua con Sophia Loren.

La Loren, que había conocido al poderoso Carlo Ponti en 1951, también en un concurso de belleza, le debió a Gina su consagración cuando ésta le dejó servido el rol que Risi había pensado para ella en Pan, amor y... (1955), la secuela de Pan, amor y fantasía. "La rivalidad con Sofia Loren se la inventó ella", diría mucho después. Gina sentía que había hecho una carrera mejor que la de su colega, que inventaba esas comparaciones para "darse corte".

Gina, donna arrasadora

Mientras tanto, Lollobrigida no perdió el tiempo y tuvo varios éxitos en el exterior.

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Cantó como soprano, bailó cha cha cha, hizo de equilibrista, manejó una moto Vespa y mucho más; por el cine, todo.

Su debut en Hollywood fue con un papel relevante en La burla del diablo (John Huston, 1953), un trampolín que le permitió hacerse conocida en la meca del cine, junto a Humphrey Bogart, y sin salir de casa ya que casi todo el rodaje fue en Italia. La presencia de Gina en el set fue arrolladora.

Inmediatamente le llegó otro contrato para un protagónico en la coproducción franco-italiana El gran juego (Robert Siodmak, y en una exigente aventura de capa y espadas con Errol Flynn, Crossed Swords (1954). De ahí en más, sus apariciones en la pantalla se alternaron entre Hollywood e Italia.

Trabajó con Burt Lancaster y Tony Curtis (Trapecio, 1956), Yul Brynner (Salomón y la reina de Saba, 1959), Frank Sinatra (Cuando hierve la sangre, 1959), Rock Hudson (Tuya en septiembre, 1961).

En La donna più bella del mondo (Robert Leonard, 1955), compartió cartel con el inigualable Vittorio Gassman y desde entonces para el mundo del espectáculo Gina Lollobrigida fue La Bersagliera (la tiradora), “la mujer más bella del mundo”.

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Sean Connery y Gina fueron "pareja artística" en La mujer de paja (1964).

En esa comedia franco italiana "La Lollo" no sólo puso sus atributos naturales sino su propia voz, ya que en el rol de la vedette y soprano Lina Cavalieri ella misma cantó algunos temas con su registro de soprano, un desafío por el que recibió el primer David de Donatello de la historia de ese galardón.

Luego ganaría otros dos, además de dos premios honoríficos, pero nunca se alzó con un Oscar, curioso.

Gina, una sex symbol sin amor

Con su consagración internacional su vida regresó a los lujos y el bienestar de la primera infancia, pero la alejó del amor anónimo y sincero que durante veintidós años la unío a su médico esloveno.

En 1968 Gina y Milko Skofic se separaron –el divorcio legal llegaría aún después, en 1971, como si no terminaran de resignarse al fin de la relación-. Un año nñas tarde, Gina comenzó un romance con George Kaufman, que en dos años se esfumó.

Solita y sin apuros, varios nombres comenzaron a desfilar en una larga lista de amoríos nunca confirmados ni refutados, entre quienes estuvieron desde luego los actores con quienes compartía encuentros, el cardiocirujano Christiaan Barnard y el mismísimo Principe Rainiero de Mónaco.

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Bella aun en su otoño.

Fue entonces cuando dejó el cine y quiso dar un cambio de rumbo a su vida: alejada de la actuación, se dedicó a la fotografía. Y le fue muy bien, ya que incluso tuvo oportunidad de retratar a figuras de su tiempo, como Fidel Castro y Ricardo Alfonsín, en 1985. Poco después, volvió a su primer amor, la escultura, y como artista plástica, sus obras recorrieron el mundo.

A los 85 años y tras una relación con el español Javier Rigau, 34 años más joven que ella, lo denunció por haber tramado un matrimonio por poderes en Barcelona, para perjudicar al único heredero de la diva, el hijo que había nacido en 1957.

Cinco años más tarde, el español volvió a ser noticia cuando, tras una investigación encargada por la misma Lollobrigida, un perito descubrió que Rigau había hecho elaborar un acta de casamiento falsa con una supuesta Gina Lollobrigida, “Una persona infame que podría haberse casado conmigo por poderes en España sin que yo lo supiese y sin mi consentimiento, con el objetivo de heredar mis bienes tras mi muerte. Quiero esclarecer este asunto”, explicó la actriz con su energía de siempre, luego de haberlo conocido en 2006 a fines de ese año se casarían, pero la boda se suspendió.

Tras ese escándalo mediático, convirtió a Andrea Piazzolla, un morocho de 27 años, en algo así como su mano derecha. Desde luego, tratándose de Gina, muchos pensaron que él eraun vivillo y ella, una mujer fatal buscando una aventura de otoño.

Temiendo que otra vez perdiera la cabeza por un jovencito, su propio hijo, Milko Skofic Jr., presentó una demanda en los tribunales de Roma para ser su administrador, por "su incapacidad" para tomar decisiones que no pusieran en riesgo su patrimonio. Sin embargo, los jueces le dieron la razón a Gina y ella fue a celebrarlo al baile de gala de Cruz Roja Internacional, en Mónaco, vestida de amarillo rabioso.

Gina, víctima de la Italia nazi

De todos modos, salvo esos arrebatos a la italiana, Gina se cuidó de manejar con mucha discreción su vida sentimental. Y fue conmovedor escucharla confesar, ya casi a los 90 años, que de joven había sido víctima de dos violaciones, en Italia, y que provinieron de allegados a su familia. Dos experiencias traumáticas que según la actriz la marcaron de su vida.

En 1985, quiso “coronar su carrera con un gran desafío” y llegó a Broadway para actuar en La rosa tatuada, de Tennessee Williams. Muerta de miedo como una novata, quiso romper el contrato dos veces, pero no se lo permitieron.

En 1992, las fotografías de Gina Lollobrigida merecieron un espacio en el stand de Italia en la Expo Sevilla. La artista tenía entonces 70 años y volvió a sorprender en un dominio de planos, luces y sombras que resultaba desconocido para el resto del mundo.

Y dos años más tarde, se despidió de la pantalla grande de la mando de la directora francesa Agnès Varda, en Las cien y una noches, frente al público francés que la había consagrado por primera vez, cincuenta años atrás.

Hasta sus últimos días, siguió viviendo en la mansión ultrarecargada y barroca de la Via Apia Antica, donde solía vivir con su esposo esloveno, resguardando su patrimonio de US$ 50 millones, rodeada de los innumerables recuerdos de un viaje repleto de aplausos.