Opinión

Presidente fantasma

Alberto Fernández pretendió mostrar que se autopercibe protector del ministro-candidato. Intenta disimular lo indisimulable. Massa y la inmensa mayoría del oficialismo han condenado al ostracismo al Presidente.

Alberto Fernández Foto: Télam

“Tengo un sueño: que el 10 de diciembre la banda pueda dársela a Sergio”. Casi parafraseando a Martin Luther King y su mítico “I have a dream”, aunque en nuestro caso con un alcance de cabotaje, Alberto Fernández consiguió volver a subirse a un escenario junto a Sergio Massa.

Lo hizo a su estilo, claro. Durante el acto en el que se puso en marcha una de las fases finales del saneamiento del Riachuelo, Fernández pretendió mostrar que se autopercibe protector del ministro-candidato. Para ello, usó un curioso puente histórico que uniría el paso del mando de la Jefatura de Gabinete en 2008 y el que ahora haría con el bastón presidencial, a través de un presunto pedido de ayuda de Massa.

Semejante mensaje acaso intente disimular lo indisimulable. Massa y la inmensa mayoría del oficialismo han condenado al ostracismo al Presidente, que debe entregar la banda el 10 de diciembre.

Alberto Fernández y Sergio Massa en Dock Sud.

Se incorporó como normal que el ministro de Economía ejerza como si estuviera a cargo del Ejecutivo. Por caso, Massa lideró cada anuncio del Plan Platita 3.0 que se desarrolla desde el último desembolso del FMI. Con el aditamento de que su aparente superior directo, el jefe de Gabinete Agustín Rossi, es su segundo en la fórmula.

Fernández se resignó a su manera a esta realidad. Ya tuvo que tomar nota de los tiempos oscuros que se le venían en el verano, cuando se bajó del intento de reelección, y luego al filo del cierre de listas, al aceptar una PASO de consenso con Massa a la cabeza.

Su arribo a esa instancia de abandono fue impulsada por el kirchnerismo y el massismo, con el respaldo de varios gobernadores. Además de pasarle nutridas facturas por la deficiente gestión de gobierno, se alarmaban por la ínfima competitividad que surgía en el cálculo electoral.

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Luego de la presentación de las candidaturas, Alberto F mutó definitivamente a conductor de una presidencia fantasmal, alguien que aparece sin que nadie repare demasiado en ello. Por piantavotos hasta resulta molesto, como esos jarrones chinos -según ejemplifica siempre Felipe González­- que no se sabe dónde ubicarlos.

Desde entonces, las principales actividades decorativas del jefe de Estado son los viajes oficiales al exterior y su participación en cortes de cinta menores. En ambos casos suele estar acompañado por dos de sus poquísimos fieles, los ministros Santiago Cafiero y Gabriel Katopodis, y por la intrascendencia mediática y política.

Según cuentan en la Casa Rosada, es escasísima la agenda oficial de Fernández y existe cierta demanda de que le ofrezcan desde el Gabinete actos en los que pueda intervenir. Los pedidos se disparan desde la Secretaría General de la Presidencia de Julio Vitobello.

Ha sido raleado de cualquier evento de la campaña electoral y sólo compartió con Massa la inauguración del Sistema Riachuelo del martes 26 y la del Gasoducto Néstor Kirchner, el 9 de julio. Allí vio por última vez a Cristina Fernández de Kirchner.

Alberto Fernández en la ONU.

Merced a los oficios de Juan Manuel Olmos, un albertista que ha sabido reacomodarse en la campaña de Massa y como interlocutor con el kirchnerismo, el Presidente hace esfuerzos para evitar levantar el perfil. Eso incluye haber abandonado una práctica habitual de sus cuatro años en el poder: llamar a medios y/o periodistas de su confianza para reportajes deslenguados.

Intentó justificar en público su inusual silencio en algún evento gubernamental, al sostener que no había hablado después de las PASO (tampoco lo hizo antes) simplemente porque él no era candidato. En fin.

De acuerdo a gente de su cercanía, sus amagues más recientes para salir a parlotear fueron dos. Uno, tras el nuevo spot de Unión por la Patria, con el hiriente (para Alberto) “ahora tenemos con quién”.

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El segundo fue cuando CFK pidió perdón el sábado a sus militantes por estos cuatro años y dejó en claro que ella hizo todo lo que pudo por torcer ese rumbo, sin ser escuchada.

El Presidente retomó ese clásico entuerto con su vice y pareció responderle en el acto del martes, al referirse al apoyo que requiere Massa: “Los que somos compañeros sólo tenemos que ayudarlo. No tenemos ni que fiscalizarlo, ni tenemos que cuestionarlo. Sólo debemos ayudarlo”. ¿Era solamente para Cristina ese dardo?

 

JC / ED