La hora de los depredadores poshumanos
Giuliano da Empoli, en su reciente ensayo “La hora de los depredadores” (Seix Barral), hace de César Borgia (modelo de cómo debe actuar el príncipe que obtiene el poder por fortuna, según Maquiavelo), el arquetipo que define a una nueva clase de políticos, empresarios (a menudo, los mismos), oligarcas y consejeros de políticos. Estos, por otra parte, no solo se caracterizan por dedicarse, con cierto descaro y ahínco desmedido, a la depredación (sería lo de menos), sino que proceden como émulos poshumanos –noción empleada por Da Empoli– del lejano “condottiero” de los Estados Pontificios, es decir, con astucia, engaños, crueldades y crímenes.
Si en El príncipe, escrito en 1513, luego de la caída de la república de Florencia, Maquiavelo destaca al condottiero César Borgia –hijo del papa Alejandro VI– como el modelo de cómo debe actuar el príncipe que obtiene el poder por fortuna (su padre lo nombró comandante general de los ejércitos papales), Giuliano da Empoli, en su reciente ensayo La hora de los depredadores, hace de Borgia el arquetipo que define a una nueva clase de políticos, empresarios (a menudo, los mismos), oligarcas y consejeros de políticos. Estos, por otra parte, no solo se caracterizan por dedicarse, con cierto descaro y ahínco desmedido, a la depredación (sería lo de menos), sino que proceden como émulos poshumanos –noción empleada por Da Empoli– del lejano condottiero de los Estados Pontificios, es decir, con astucia, engaños, crueldades y crímenes. Tal conducta, según Maquiavelo, se explica en la medida en que el príncipe “afortunado” carece de poder propio y, por lo tanto, sin ello, dependiente de un poderío ajeno, conserva el principado con gran esfuerzo.
El más humano, salvando las distancias, de los depredadores que presentan los episodios –ambientados en distintas ciudades– y reflexiones de Da Empoli, con relación al cual Henry Kissinger (citado respecto de la inteligencia artificial como desafío político) aún pertenece a la humanidad, es el príncipe heredero y primer ministro de Arabia Saudita Mohamed bin Salmán (MBS). Como Borgia, o casi, este gobernante saudí ordenó, en noviembre de 2017, la cancelación de todas las reservas y el desalojo de los huéspedes del lujoso Ritz-Carlton de Riad (capital del reino), para alojar por la fuerza a unos trescientos cincuenta multimillonarios y poderosos y someterlos, durante tres meses, a las técnicas de interrogatorio (algunas poco amigables) de la organización paramilitar Blackwater, con el fin de que confesaran sus fechorías. Entre otros detalles, el jefe de la Guardia Nacional recuperó su libertad luego de firmar un cheque de mil millones –no se especifica la moneda– y Turki bin Abdullah Al Saud, exgobernador de la provincia de Riad, hoy en día sigue en la cárcel por actos de corrupción.
Le sigue en la escala de cercanía con los humanos, aunque menos, el empresario Nayib Bukele, desde 2019 presidente de El Salvador, el país más seguro de Occidente en la actualidad. Antes de este récord, el “caudillo milenial” (apodado así por la prensa extranjera) consiguió dar un giro total a la inseguridad proclamando el estado de excepción y, luego, ordenó al ejército detener a todos aquellos con tatuajes, bajo la presunción de que los pandilleros responsables de la violencia se tatuaban. De este modo –suspendiendo las garantías constitucionales– encarceló a ochenta mil tatuados, la mayoría delincuentes, y un porcentaje de gente honesta, y los exhibió en calzoncillos, con la cabeza rapada, arrodillados o corriendo al compás del silbato de los guardiacárceles, en un impactante video que ha honrado a Bukele como el mandatario más seguido en TikTok. En cualquier caso, Da Empoli le reconoce, aparte de la oratoria tramposa y el autoritarismo, un asombroso mal gusto para vestirse (ridículo, en una palabra), en ocasión de un discurso en la ONU, donde apareció con un traje diseñado por él mismo, consistente en una túnica azul oscuro, y cuello y puños de motivos florales bordados en dorado.
Pero en el ámbito de intensidad y vorágine desbocada en que se desempeñan los depredadores, donde no hay ningún límite (solo rige la lógica de la fuerza, de las finanzas y las criptomonedas, y el desborde que impulsan de la IA y de las tecnologías afines), el más apto para sobrevivir –ya en ascenso poshumano– es Donald Trump. Con él, a juicio de Da Empoli, dado su “analfabetismo funcional”, ya que no lee nada (ni siquiera las notas que le pasan los asesores para una entrevista), se impone un tipo de César Borgia que solo actúa; dicho de otra manera, que desdeña el conocimiento y privilegia la pura acción, con lo que dispone de una amplia elasticidad en un contexto sumamente turbulento y caótico. Al respecto, la creencia en el resultado (el popular credo de Trump), se ilustraría mejor en el dictum de Javier Milei –referido por el autor– acerca de que la diferencia entre un loco y un genio es el éxito. Lo cual, dicho sea de paso, emite un zumbido ideológico que recuerda (por desgracia) a Eichmann en Jerusalén, cuando Hannah Arendt subraya el momento del juicio donde el acusado, tratando de defenderse, confiesa que admiró a Hitler por el éxito político cuando llegó al poder, solo por ese triunfo, por su exitosa carrera.
Por supuesto, como señala Da Empoli, no es lo mismo un autócrata (como MBS) que un político autoritario condicionado, al menos hasta cierto punto, por la democracia liberal. Esto, válido para los políticos, no obstante, ya no doblegaría –como en la época del Consenso de Davos– a los depredadores poshumanos de la tecnología digital. Es el caso, aunque no el único, del empresario interplanetario Elon Musk, que ha apoyado a Bolsonaro, Milei (cuyo libertarismo comparte), Bukele y la AfD, el partido alemán de ultraderecha. La reelección de Trump, entiende Da Empoli, ha fortalecido la convergencia entre los Borgia del mundo y los amos tecnológicos para pulverizar las antiguas élites, hartos de los burócratas y la hipocresía de los políticos. No es poco aquello con lo que cuentan para dicho objetivo, entre otras armas, la sapiencia poshumana de informáticos como Yann LeCun –jefe científico del laboratorio de IA en Meta– o el neurocientífico Demis Hassabis –cofundador de Google DeepMind– en aprendizaje automático, robótica y neurociencia computacional.
Todos estos personajes y otros de la nueva élite política y económica, a los que Da Empoli conoce de forma personal en su mayoría y describe con cierto humor (por ejemplo, compara a LeCun con Austin Powers, pero más viejo y menos gracioso), junto con una tropa de spin doctors, consultores y guardaespaldas, brindan, por decir así, en el Titanic. Hoy, a causa de los adelantos tecnológicos, la ofensiva bélica es más barata que la defensa –un ciberataque tiene mínimo costo– y los precios siguen bajando. En otros términos, ha finalizado la disuasión nuclear. De hecho, un sintetizador de ADN (capaz de generar patógenos mortíferos) cuesta unos veinte mil dólares y el último ChatGPT, y lo admite OpenAI, que lo comercializa, podría usarse para crear armas letales. Según Da Empoli, se avecina una era de violencia que afectará a las democracias. Mientras tanto, Trump lidera un grupo de depredadores, de reaccionarios y señores de la tecnología, impacientes por atacar de una vez.
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