Era eBIDente: Más América que Latina
En junio de 1984 once países de América Latina se reunieron en la hermosa ciudad colombiana de Cartagena de Indias. En plena crisis de deuda, la misión era coordinar una postura unificada con los acreedores externos -mayoría bancos estadounidenses-. La unión hace la fuerza, dice el dicho. La carta de presión era la amenaza de una moratoria conjunta, aspecto que ponía en jaque a la expuesta banca de Wall Street llena de títulos de deuda soberana latinoamericana. El ex Canciller Dante Caputo cuenta en su libro “El Péndulo Austral” que la posibilidad de una solución multilateral (y así obtener mejores condiciones en una renegociación) estuvo muy cerca de concretarse. Argentina lideró, al interior del denominado “Consenso de Cartagena”, la búsqueda de una solución política al problema de la deuda. Rápidamente, desde Washington aplicaron otro dicho. Divide y reinarás. Negociaciones bilaterales ofreciendo mejoras sobre aquellos que decidiesen avanzar por esa vía. Para septiembre, México alcanzó un acuerdo con los organismos internacionales de crédito para negociar individualmente. Brasil decidió abrirse. Argentina quedó sola.
La historia no se repite, pero muchas veces rima. La disputa por la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el fallido “Consenso Latinoamericano” tiene reminiscencias con aquel antecedente histórico. El intento de muchos países de la región, Argentina a la cabeza, de torcer la voluntad de EEUU para evitar que por primera vez el Banco sea conducido por un estadounidense, naufragó. El candidato de Trump, Mauricio Claver-Carone, se trasformó yaer en el primer presidente no latinoamericano del BID. El contexto es similar al de hace cuatro décadas. Un sistema interamericano en crisis, en juego un tema central de la potencia hegemónica en materia hemisférica y la dificultad regional de coordinar posiciones bajo una profunda crisis económica, social y política.
Como aquella vez, EEUU dividió y reinó. Cuando las chances de posponer la reunión de la elección (no lograr el quorum) eran reales, México se bajó del colectivo. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) inauguró, a pesar de su retórica y prédica regionalista y multilateralista, su “Doctrina AMLO” de política exterior (Americanismo para México, Latinoamérica Olvidada). Guste o no, desde los años noventa, el vínculo con EEUU es el gran eje estructurante de la política exterior mexicana. La estructura (intereses solapadas y la compleja agenda bilateral) pesaron más sobre los deseos y vocación del “agente”, máxime en un contexto de vulnerabilidad y urgencia del país Azteca. En otras palabras, el T-MEC (acuerdo comercial con EEUU y Canadá) “mató” al Grupo de Puebla.
Cuánto más se incrementaban las chances de posponer la elección, aumentaba el precio del “panquequismo” mexicano. Llegó un momento que la oferta no pudo rechazarse ¿Qué negoció AMLO?. A lo mejor con el paso del tiempo nos enteraremos. Utilizando conceptos que acuñaron Roberto Russell y Juan Gabriel Tokatlian, el “BidGate” confirmó que la estrategia de AMLO con EEUU es de “acomodamiento” -acompañamiento puntual y selectivo- y no de “oposición limitada” -política mixta de desacuerdo y colaboración.
Sin embargo, la primera gran división –y éxito diplomático- de EE.UU. en relación al BID fue en junio, cuando se aseguró el apoyo de Brasil. Sin el visto bueno del gigante sudamericano, hubiese sido muy difícil que Trump se lanzara a patear el tablero del Banco. El “acoplamiento” desde 2019 (plegamiento a los intereses estratégicos) de Brasil con EEUU representa sin lugar a dudas el evento geopolítico hemisférico más importante para Washington del siglo XXI. Con Bolsonaro, La Casa Blanca consiguió, en el momento más oportuno -disputa hegemónica con China-, lo que siempre le costó tener: la subordinación política del “Estado Pivot”. Lejos quedaron para Brasilia las aspiraciones de “actor global” y “líder regional”. El conformismo con la vicepresidencia del BID (a confirmarse) marca una nueva era, la de “escolta interamericano”.
Como pasó en los ochenta, sin el acompañamiento de los dos grandes de la región, es muy difícil que América Latina le moje la oreja a Washington en sus principales aspiraciones hemisféricas. También, evidencia que las crisis subsistémicas (la actual parece dejar pequeña a la “década perdida”) atentan contra cualquier intento de poder de negociación colectiva. En las emergencias siempre prima el “salvase quien pueda”. El poder como “autonomía”, es decir la capacidad de resistir presiones externas, se diluye velozmente.
Como en 1984, la Argentina apostó a irradiar regionalmente una postura de oposición limitada hacia los EEUU, pero quedó preso de una “limitada oposición”. La voluntad y la razón (en aquel caso la clara corresponsabilidad deudores-acreedores, en estos días evitar un burdo atropello al multilateralismo) chocaron con las limitaciones y las restricciones contextuales y materiales. Se jugó fuerte y se perdió. No hubo jackpot. Quedará trabajar diplomáticamente para evitar pagar –costos- recargos ajenos en la cuenta propia.
* Dr. en Relaciones Internacionales/Profesor de Política Internacional Latinoamericana (UNR).
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