Retratos de Hiroshima y Nagasaki
“Fotografío para no olvidar lo que jamás debemos olvidar” reiteraba Shōmei Tōmatsu. “La bomba atómica no es un pasado sino un presente continuo que persiste desde entonces”, dice la autora, experta en estética japonesa, y cuenta cómo la cámara de Miyako Ishiuchi hizo brillar a las víctimas.
“Si los vivos asumieran el pasado, si éste se convirtiera en una parte integrante del proceso mediante el cual las personas van creando su propia historia, todas las fotografías volverían a adquirir entonces un contexto vivo, continuarían existiendo en el tiempo, en lugar de ser momentos separados” (John Berger).
Durante un viaje escolar en la educación secundaria, visité por primera vez Hiroshima. En el Museo Memorial de la Paz, vi una cantidad innumerable de atrocidades surrealistas, pero lo más insoportable fue saber que todo era real; pedazos de piel humana calcinada, el esqueleto de un triciclo infantil dislocado, botellas de vidrio derretidas… Tan doloroso y tan aterrador que Hiroshima se convirtió para mí en un lugar difícil al que volver.
En 2008, Miyako Ishiuchi (石内都, 1947-) presentó la serie de fotografías titulada Hiroshima, en la que capturó pertenencias de mujeres víctimas de la bomba atómica: un uniforme escolar marinero de una joven aún desaparecida; un vestido de gasa blanca, estampado con delicados motivos florales azules, pero quemado y manchado de sangre; una falda de seda con pliegues y volumen que requirió las manos cuidadosas de la fotógrafa para ser alisada antes de fotografiarla.
La sombra del holocausto nuclear en Hiroshima
“Estas pertenencias están envueltas en un aire distinto al que imaginaba, y me recibieron con una intimidad” recordó la fotógrafa, quien, en modo de respuesta, disparaba el obturador de su cámara para ofrecerles consuelo, deseando que los objetos recordaran a sus difuntas dueñas.
Prendas que lucían víctimas de las bombas atómicas en el momento de la explosión, fotografiadas por Miyako Ishiuchi.
Sus fotos transmiten el pasado doloroso, pero al mismo tiempo, conviven con un esplendor que hasta incluso parece hermoso y sereno. Todas las pertenencias son capturadas en colores vivos y nítidos, ocupando todo el cuadro, bajo una luz natural clara. Por cierto, el 6 de agosto en 1945, sobre el archipiélago japonés, se extendía un cielo azul límpido sin una sola nube.
Victimas atómicas. Se las denomina hibakusha ("explosión que afectó a la gente"); fotografía de Shomei Tomatsu.
Si se enarbola demasiado la “Paz” con la p en mayúscula, la bomba atómica, el mayor error en la historia de la humanidad, terminará convirtiéndose aún más en un mito, y la “paz”, seguramente la más sencilla y la verdadera quedará relegada a un segundo plano.
Nagasaki
Me he cansado de todo.
Esa enorme estatua de la paz que se alza en el campo atómico,
Está bien, está bien, pero
¿No se podría haber hecho algo diferente con todo ese dinero?
No se puede comer una estatua de piedra, no puede saciar nuestra hambre.
Y, por favor,
no me llamen mezquina.
Es un sentimiento sincero
De una pobre víctima de la bomba atómica
que sobrevivió durante todos estos diez años
Ah, este año me falta energía.
¡Paz! ¡Paz!
Estoy cansada de escuchar esa palabra.
Estoy agotada de una esperanza incierta
que se desvanece en el profundo cielo,
y agotada de esta ansiedad,
incapaz de encontrar respuesta,
por mucho que grite y llore.
Me he cansado de todo
El fotógrafo Shōmei Tōmatsu (東松照明, 1930-2012), cada 9 de agosto, visitaba con un ramo de flores el monumento de la poeta Sumako Fukuda (福田 須磨子, 1922-1974), autora de este poema, víctima sobreviviente de la bomba atómica en Nagasaki.
Una ciudad a la que, en el siglo XVI, llegaron misioneros españoles y portugueses para difundir el cristianismo. Una ciudad donde, frente a la represión del gobierno, la fe cristiana sobrevivió en silencio. Una ciudad que, durante el período de aislamiento, fue la única ventana permitida para el comercio internacional, por lo que recibió una fuerte influencia de la cultura occidental y también china. Y una ciudad donde, el 9 de agosto de 1945, lanzaron la bomba atómica y murieron más de setenta mil personas.
El fotógrafo presentó en 1966 el libro 11:02 Nagasaki. Viajó con frecuencia a Nagasaki y llegó a residir allí durante casi 10 años. Fotografió en blanco y negro, los objetos pertenecientes a las víctimas de la bomba atómica, y también sobre todo, a los propios sobrevivientes.
En la primera sesión de fotografía de una sobreviviente, ni siquiera podía sacar su cámara de su bolsa por el sentimiento de dolor, y tal vez, de culpa. En ese momento, ella lo sacudió con “Viniste a fotografiarme, ¿no? ¡Entonces, hazlo!”. Fue la mismísima Sumako Fukuda.
Fotografía de Miyako Ishiuchi.
“Fotografío para no olvidar lo que jamás debemos olvidar” reiteraba Shōmei Tōmatsu. La bomba atómica no es un pasado sino es un presente continuo que persiste desde entonces. Para el fotógrafo, en ese momento, la bomba atómica era indudablemente un presente continuo por la existencia de los sobrevivientes.
Cuando los sobrevivientes son cada vez menos, y sabiendo que un día ya no quedará ninguno, surge la pregunta: ¿qué no debemos olvidar sin haber tenido la experiencia de la bomba atómica? La cuestión se trata de saber: ¿qué es lo que precisamente nosotros, que no hemos vivido la experiencia de la bomba atómica, no debemos olvidar? Porque sin memoria nada puede cambiar.
*(1979, Japón) Magister en Filosofía por la Universidad Sorbonne-Paris IV, Licenciada en la Escuela del Louvre. Desde 2009 reside en Buenos Aires; colaboradora en distintos proyectos de arte entre Japón y Argentina. Cotraductora de Bailarinas y Segundo matrimonio, dos libros de Yasunari Kawabata. En agosto aparecerá "Mitate, mirar, mudar y mutar", sobre estética japonesa.
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