El G20 debe cumplir con el alivio de la deuda

Un mundo donde los países no pueden invertir en crecimiento y desarrollo sostenible difícilmente logrará estabilidad, prosperidad y resiliencia climática.

G20 EN RÍO. Los líderes latinoamericanos y de países de otros continentes posan en el cierre del encuentro en Brasil. Foto: CEDOC

LAGOS – Cuando los líderes del G20 se reunieron en Johannesburgo el mes pasado, se encontraron con una realidad preocupante: muchos gobiernos de países en desarrollo están destinando más dinero del que pueden pagar al servicio de la deuda. Para seguir enviando fondos a acreedores externos, los responsables económicos se vieron obligados a recortar gastos en educación, salud e infraestructura. Hasta ahora, esos países evitaron el default, pero a costa de su propio desarrollo.

Que gobiernos de África, Asia y América Latina tengan que cerrar hospitales y cancelar programas de almuerzo escolar para pagar su deuda no solo es un fracaso moral; también es un error estratégico. Un mundo donde los países no pueden invertir en crecimiento y desarrollo sostenible difícilmente logrará estabilidad, prosperidad y resiliencia climática.

Hace cinco años, en plena pandemia de COVID-19, el G20 lanzó el Marco Común para el Tratamiento de la Deuda, con el objetivo de ayudar a que los países más endeudados reestructuren sus pasivos de manera ordenada, rápida y equitativa. Pero el alivio prometido nunca llegó. Según el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, 37 de los 67 países de bajos ingresos que pueden acceder a financiamiento concesional están en situación de estrés de deuda —o muy cerca de estarlo—, y aun así solo cuatro (Chad, Zambia, Ghana y Etiopía) pidieron una reestructuración bajo este mecanismo. Sus experiencias dejaron en evidencia las debilidades del Marco Común: ofrece demasiado poco alivio y demasiado tarde.

Ante esto, el G20 delegó el problema en organismos técnicos, encargándolos de acelerar el proceso y aumentar el alivio. Aunque ese trabajo es importante, no alcanza. Los países deudores siguen temiendo que la política sea sólo una expresión de deseos. Cada vez se habla menos de una “crisis de deuda” y más de un “pantano de deuda”: un mundo donde todos están atrapados, esperando un cambio que nunca llega.

Mientras tanto, los acreedores privados internacionales vienen retirando capital de los países en desarrollo desde 2022. El mensaje es claro: los riesgos son demasiado altos y no se ve ninguna solución seria en el horizonte. Cuando los inversores se van, los gobiernos quedan a las corridas buscando financiamiento en otras fuentes.

Los bancos multilaterales de desarrollo (BMD) y el FMI salieron al rescate. Como consecuencia, su participación en la deuda externa de los países en desarrollo se disparó, superando el 75% en alrededor de 20 países. Esto genera un círculo vicioso: cuando los organismos multilaterales —que no aceptan quitas en las reestructuraciones— concentran la mayor parte de la deuda soberana, los acreedores privados se vuelven aún más reticentes a invertir.

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Para salir de este pantano, los líderes del G20 deben devolverle credibilidad al Marco Común y actuar con urgencia. Eso implica garantizar a los países deudores que los pedidos de alivio se manejarán de manera rápida, justa y generosa. El comunicado reciente de los líderes del G20, al igual que la declaración de sus ministros de Finanzas sobre sostenibilidad de la deuda, se limitaron a repetir el trabajo técnico y quedaron lejos de lo que hace falta. Las promesas más firmes deben venir acompañadas de acciones concretas.

Primero, los líderes del G20 deben reducir el estigma asociado a reestructurar la deuda. Cuando la deuda frena el crecimiento, pedir alivio y comprometerse con reformas debería considerarse una muestra de buena gestión económica.

Segundo, el alivio debe ser significativo. Una reducción simbólica que deja a los países con poco margen fiscal solo prolonga la crisis. El G20 tiene que reforzar los fondos destinados al alivio de deuda. Aunque a los contribuyentes de países de altos ingresos —muchos también con deudas crecientes— pueda molestarles el costo, seguir rescatando indirectamente a acreedores privados a través de los BMD también es muy caro. Cuanto antes se otorgue el alivio, más barato será.

Tercero, los acreedores privados tienen que asumir su parte. Según el principio de trato comparable, cada dólar de alivio otorgado por acreedores oficiales debe ser acompañado por un dólar de los acreedores privados. Los líderes del G20 deben respaldar leyes nacionales que hagan cumplir este principio. El enfoque de autorregulación que adoptaron los bonistas en las últimas dos décadas no funcionó con otros acreedores privados, y basta con que un acreedor se niegue a acordar para arruinar todo un proceso de reestructuración.

Algunos sostienen que el alivio de deuda encarecerá el financiamiento futuro de esos países. La realidad es que sus costos de endeudamiento ya son prohibitivos. Ordenar sus balances atraerá inversores más rápido que aplicar medidas de austeridad. Los inversores, tras asumir pérdidas, serán más selectivos y exigirán primas de riesgo más altas a los países que no mejoren su gestión de deuda, lo cual es un buen incentivo para una gobernanza responsable.

El G20 enfrenta una combinación de shocks geopolíticos, climáticos y económicos. Pero el pantano de deuda del mundo en desarrollo atraviesa todos esos desafíos. Solo si se aborda este problema de fondo se podrán resolver los demás. Los líderes del G20 ya se comprometieron con el alivio de la deuda. Ahora les falta tener el coraje para completar la tarea.

Olusegun Obasanjo, ex presidente de Nigeria, es miembro de Club de Madrid.
 

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