Internacional

¿Qué podemos esperar de China en América Latina y el Caribe?

La República Popular China publicó su tercer documento oficial para proyectar la relación estratégica con la región en un mundo que exhibe crecientes tensiones, incertidumbres, inestabilidades, inseguridades e inequidades sociales.

Xi Jinping, primer mandatario chino Foto: Télam

En un mundo que evidencia una marcada transición de poder desde Occidente hacia Oriente, y que exhibe crecientes tensiones, incertidumbres, inestabilidades, inseguridades e inequidades sociales, se acumulan múltiples crisis que impactan sobre el orden internacional tradicional y debilitan el crecimiento económico global. En este escenario, China irrumpe con estrategias propias de vinculación y cooperación internacional, apoyadas en una lectura estructural de los cambios en curso.

Desde esa perspectiva, el gigante asiático identifica al Sur Global como un actor político emergente, con proyección de creciente gravitación internacional. Particularmente hacia América Latina y el Caribe, propone una relación fundada en el concepto de “comunidad de futuro compartido”, noción central de la diplomacia china contemporánea, sin subordinaciones ni condicionamientos políticos. En ese marco, la República Popular China publicó su tercer documento oficial de Política hacia América Latina y el Caribe, con el objetivo de proyectar y sistematizar esa relación estratégica.

Este documento, cuyos antecedentes datan de 2008 y 2016, constituye tanto una ponderación estratégica de la región como una hoja de ruta que explicita las prioridades chinas en América Latina y el Caribe. En términos operativos, ordena y sistematiza los mecanismos de cooperación existentes y los instrumentos futuros que China propone desplegar, abarcando dimensiones políticas, económicas, financieras, tecnológicas, culturales y sociales para el desarrollo. No se trata, por lo tanto, de una declaración genérica, sino de un marco programático que busca proyectar a largo plazo el vínculo sino-latinoamericano.

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"Comunidad de futuro compartido": la relación de China con América Latina 

Sobre esa base, el documento estructura la relación china-región latinoamericana a partir de cinco programas orientados a profundizar la cooperación bajo el concepto de “Comunidad de Futuro Compartido”. El primero, el programa de la solidaridad, se apoya en la articulación político-institucional para fortalecer el peso de América Latina y el Caribe en los foros multilaterales y profundizar las coordinaciones en ámbitos como la Organización de las Naciones Unidas, el G20, el BRICS+ (donde para la Argentina debería ser una prioridad estratégica retomar la solicitud de ingreso), la Organización Mundial del Comercio y el Fondo Monetario Internacional, organismo en el cual nuestro país reviste la condición de principal deudor.

El segundo, el programa del desarrollo, se focaliza en la dimensión económica y productiva, destacando la Iniciativa de la Franja y la Ruta como plataforma para las inversiones y la conectividad, así como la cooperación financiera a través de instrumentos como el swap de monedas o la internacionalización del yuan.

El tercer eje, bajo el programa de las civilizaciones, pone el acento en la dimensión cultural y educativa, mediante becas de formación, cooperación universitaria, articulación entre think tanks y el intercambio en medios de comunicación y contenidos audiovisuales, dando cuenta del avance chino en términos de soft power en la región.

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El programa de la paz, como cuarto componente, propone un enfoque de seguridad cooperativa, la defensa del derecho internacional, el rechazo al uso de la fuerza y la cooperación en los ámbitos militares como también en la ciberseguridad, y la participación en misiones de paz. Finalmente, el programa de los pueblos incorpora la dimensión social del vínculo, con énfasis en la reducción de la pobreza, la cooperación sanitaria y el fortalecimiento de los intercambios subnacionales, donde varias provincias y municipios, como ocurre en la Argentina, despliegan agendas concretas de cooperación con contrapartes chinas.

En primer lugar, resulta central destacar que América Latina y el Caribe es concebida como un actor necesario y clave para la construcción de un orden internacional más equilibrado que el actual. A modo de ejemplo, Brasil, el país de mayor peso económico y demográfico de América del Sur, se ubica entre las principales economías del mundo y proyecta una gravitación creciente en los espacios de gobernanza global, como el G20 y el bloque BRICS+.

Desde esta mirada, la región es considerada parte constitutiva del Sur Global y caracterizada por una tradición diplomática proclive a la no injerencia, el diálogo político y la resolución pacífica de las controversias. América Latina continúa siendo, a la fecha, una región libre de conflictos armados interestatales y libre de armas de destrucción masiva, lo que refuerza su perfil como zona de paz.

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En este sentido, las coincidencias en torno al respeto por la soberanía, el rechazo a los intentos hegemónicos, el no condicionamiento político y el apoyo a la integridad territorial aparecen como pilares para el fortalecimiento de los vínculos de cooperación. Para el interés argentino, resulta particularmente relevante el respaldo de China al reclamo de la Argentina por el ejercicio pleno de la soberanía sobre las Islas Malvinas, en consonancia con el principio de integridad territorial, del mismo modo que la Argentina sostiene el principio de una sola China como base de la relación bilateral.

El vínculo comercial y diplomático con China

En lo que respecta al comercio entre China y América Latina y el Caribe, resulta relevante señalar su crecimiento sostenido y estructural en las últimas dos décadas. A mediados de los años 2000, el intercambio comercial bilateral superaba los USD 80.000 millones anuales; hacia 2015, ese volumen ya se había expandido por encima de los USD 200.000 millones, consolidando a China como uno de los principales socios comerciales de la región. En la actualidad, distintas proyecciones oficiales y organismos regionales coinciden en que el comercio bilateral se encamina a superar los USD 500.000 millones anuales hacia la segunda mitad de la década, reflejando no solo un incremento cuantitativo, sino también una mayor densidad y complejidad del vínculo económico.

Sin embargo, el diseño estratégico que propone la República Popular China trasciende ampliamente la dimensión comercial. La cooperación prevista abarca el desarrollo de infraestructura, la ciencia y la tecnología, la energía, las finanzas, la posibilidad de transferencia tecnológica, la lucha contra el cambio climático y la reducción de la pobreza. En ese marco, el puerto de aguas profundas de Chancay, en Perú, aparece como un ejemplo emblemático de la dimensión material de esta estrategia.

Con una inversión inicial cercana a los USD 1.300 millones y un desarrollo integral estimado en torno a los USD 3.500 millones, el proyecto apunta a consolidar rutas transpacíficas más directas, reducir significativamente los tiempos de tránsito entre América del Sur y Asia (de aproximadamente 35 a 23 días) y generar economías logísticas de escala. No obstante, el impacto efectivo de esta infraestructura dependerá de la capacidad regional de convertir la conectividad en desarrollo, articulando la logística con políticas productivas, industriales y tecnológicas propias. Es decir, con política de integración regional.

En este sentido, cobra centralidad el concepto de “comunidad de futuro compartido”, que lejos de expresar una relación meramente instrumental, se proyecta como un proyecto de cooperación política de largo plazo, orientado a articular desarrollo, estabilidad e inclusión social en el vínculo entre China y América Latina y el Caribe.

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En lo que refiere a la evolución del vínculo político-diplomático, resulta significativo destacar que 26 de los 33 países de América Latina y el Caribe mantienen en la actualidad relaciones diplomáticas formales con la República Popular China. Este dato no es menor: expresa un amplio consenso regional en torno al principio de "una sola China" y consolida a Beijing como un interlocutor político central para la región. En ese sentido, este entramado político-diplomático constituye un sustrato clave para el fortalecimiento y el tránsito hacia una relación más madura, estable y multidimensional, que ya no se limita a intercambios puntuales, sino que se proyecta como un vínculo estratégico de largo plazo entre China y América Latina y el Caribe.

Este vínculo político-diplomático encuentra su expresión institucional más acabada en el Foro China–CELAC, concebido como el principal marco de diálogo político entre China y la región. Desde su creación en 2014, el Foro ha operado como una plataforma que articula a China con los 33 Estados miembros de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños. A través de reuniones ministeriales, planes de acción conjuntos y una creciente red de subforos sectoriales, se constituye en un instrumento central para proyectar la relación como una asociación estratégica, acorde con la noción de comunidad de futuro compartido que estructura el documento de política china hacia América Latina y el Caribe.

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En tanto, América Latina y el Caribe exhiben una marcada complementariedad económica y comercial con la República Popular China: se trata de un vínculo en el que ambas partes se necesitan y se potencian mutuamente. A ello se suma un conjunto de coincidencias normativas y políticas, vinculadas a la defensa de la paz, la aspiración a un orden internacional más estable y la búsqueda de mayores niveles de equidad social.

Sin embargo, aun cuando China se presenta como una oportunidad estratégica y ofrece instrumentos concretos de cooperación, el vínculo también encierra desafíos significativos, particularmente si se consideran las asimetrías de escala, el rápido avance de la innovación tecnológica china y sus capacidades productivas acumuladas. En este marco, la debilidad estructural de los mecanismos de integración regional latinoamericanos, caracterizada por su fragmentación y falta de sostenimiento en el tiempo, emerge como un límite central. Por ello, cualquier intento de pensar y diseñar un destino compartido con China resulta inviable sin una integración regional sólida, capaz de articular intereses comunes, fortalecer capacidades propias, sumar valor agregado a nuestras exportaciones y evitar nuevas formas de dependencia.   

*Director del Instituto de Asuntos Internacionales y Estudios Políticos “Manuel Ugarte” de la Universidad Nacional de Lanús. Exsecretario de Asuntos Internacionales para la Defensa (2019-2023)

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