"Dicen que el Chacho ha muerto, no sé si será verdá. Que se cuiden los salvajes, si vuelve a resucitar”. Esa es una de las tantas versiones de la copla popular que se empezó a cantar a la muerte de Angel Vicente “Chacho” Peñaloza en 1863. Parece que los versos “originales” advertían a los “magogos”, y no a los salvajes, de la posible resurrección del último montonero. O bien por demagogos, en su apócope o por Magog, el demonio, deberían cuidarse de ese muerto vivo que era el Chacho. “El único caudillo verdaderamente prestigioso que haya tenido la República”, al decir de Eduardo Gutiérrez.
La fascinación por el Chacho es conocida y Pablo Suárez no pudo resistirse a ella. Su obra de 1997 lleva ese título larguísimo tomado del romance con el que logra unir dos líneas de trabajo muy evidentes en su itinerario: la política y la popular. La rebelión del Chacho contra los liberales y su guerra de montoneras, su cabeza en una pica exhibida durante días en la plaza de Olta, la carta a Urquiza como un testamento político, la alegría de Sarmiento ante la forma bárbara de darle muerte al “inveterado pícaro”, un regocijo salvaje para el letrado civilizatorio y las reivindicaciones de Hernández y Gutiérrez están todas empaladas en esa cabeza flotante. Esa pieza que, justamente, forma parte de la muestra Narciso plebeyo en el Malba.
Si bien es una de tantas, la retrospectiva es muy completa y abarca muchos períodos de su vida, resulta central para pensar el trabajo feroz de este artista al esculpir esos estereotipos populares, tanto históricos como anónimos, en la lógica (menor) de los afectos.
Enamorado de sí, como Narciso, al tiempo que un gran amante de los personajes que modeló, Suárez rescata lo menor, lo ordinario, lo qualunque, para dotarlos de algo único. Ese pasaje se consigue a fuerza de hermosear lo abyecto, darle una pátina, aunque sea de esmalte berreta, para que parezca perlado y suntuoso. Modelar traseros como si fuera un artista del Renacimiento para ponerle los ojos saltones y dejar que las cabezas y los penes se ladeen, descansen, se entreguen.
El 15 de abril de 2006 Pablo Suárez murió. Fue mencionado una y otra vez como “artista renovador” en las necrológicas y las notas que destacaron su deceso. Nada tan cierto pero, al mismo tiempo, la renovación en el arte de Pablo Suárez fue hecha a la manera de un clásico. Hizo de eso un estilo. Cambios de paradigma para pensar su obra, modificaciones de materiales, pasajes a distintos formatos: la pintura, la escultura, la instalación, idas y vueltas en cuanto a cómo leer la tradición y trazar a sus propios precursores. De Lacámera a Berni, pasando por Cándido López y Molina Campos, dibujó una parábola para revisar el arte menos como quien mira enciclopedias con bellas imágenes que como quien mete mano en un cajón de medias en busca de la que le falta. Un año antes de morir, presentó Serenamente andando. Un adjetivo terminado en “mente” más un gerundio que, viniendo de él, no podía haber sido casual. Lo kitsch, la ironía y el juego con lo menor y degradado no le fueron ajenos. Un título que debía desautorizar a la obra: ya sea al contrariar su rebeldía y su furia o subrayando eso de haberse vuelto sereno. Pero una vez más, Suárez encuentra la forma de escapar de todo. Esas obras en témpera que presentó en la que fuera una de sus últimas exhibiciones estaban muy alejadas de un tono irónico, ni siquiera humorístico. Con una paleta de colores sosegados, el universo masculino de Suárez se lanzaba a la conquista de la tranquilidad. No están sangrando ni decapitados. Si el cuerpo mutilado fue la entrada, la pintura Beau Geste de esta misma muestra será la salida. El buen gesto está en un hombre que salva a otro. Uno le extiende su mano desde un árbol al que se está ahogando. Hasta ahí es la escena. Nunca sabremos si el final fue feliz, pero a quién le importa. No se trató nunca de moralejas o apólogos.
Dicen que Suárez no ha muerto, no sé si será verdá. Que se cuiden los curadores, si vuelve a resucitar. Por su parte, tanto Rafael Cippolini como Jimena Ferreiro, curadores de esta exposición, no tendrían mucho que temer, ya que entendieron en unas zonas del proyecto que hay que “matar” para curar. Remedar los ambientes de la casa chorizo con sus indicaciones de clase, esa alfombra y sus paredes es un “buen gesto” para ubicarlo, darle el hogar que nunca tuvo e incluso, salvarlo. Para no dejarse tentar por la fascinación del personaje, leerlo a contrapelo. En fin, aprender con Narciso y evitar el espejo.
Narciso Plebeyo, de Pablo Suárez. Fundación Malba. Museo de Arte Latinoamericano. Av. Figueroa Alcorta 3415. Hasta el 18 de febrero de 2019.