En el verano de 2018, al argumentar que la muerte era el agente de cambio más seguro en el Medio Oriente, incluí al sultán Qaboos bin Said de Omán en la lista de cuatro líderes cuyo fallecimiento sacudiría la región. Los otros tres fueron el rey Salman bin Abdulaziz de Arabia Saudita, el líder supremo Ali Khamenei de Irán y el gran ayatola Ali Sistani de Irak.
Al observar el inusual mecanismo de sucesión de Omán —Qaboos nominaría a un heredero en una carta sellada, que se abriría tras su muerte, pero solo si su extensa familia no lograra llegar a un consenso entre ellos— predije que ante "un proceso tan peculiar difícilmente se puede esperar que proceda sin problemas".
Estaba completamente equivocado. Después de la muerte de Qaboos la semana pasada, la sucesión se desarrolló sin problemas y con rapidez. La familia decidió ni siquiera tratar de llegar a un consenso: en cambio, abrieron el sobre y la elección del difunto sultán, su primo Haitham bin Tariq, llegó al trono.
Si esta decisión representa una evasión de responsabilidad por parte de la familia o una renuncia voluntaria al privilegio, el razonamiento subyacente es simple. Los grandes, conscientes de que Omán enfrenta una tormenta perfecta de trastornos económicos y geopolíticos, sintieron que no podían permitirse un debate potencialmente divisorio respecto a la sucesión. Era imperativo preservar el consenso que Qaboos había construido durante cinco décadas.
El mandato de Haitham comienza con la bendición y la maldición de Qaboos. Al ser la elección del difunto sultán, ningún realista omaní puede cuestionar su derecho a gobernar, una buena posición desde la cual que puede comenzar a negociar esa tormenta perfecta.
Sin embargo, el nuevo gobernante encontrará que la legitimidad política está sujeta a la ley de rendimientos decrecientes: desde ahora será juzgado por su desempeño. Para hacer las cosas aún más difíciles, el desempeño de Haitham se medirá en comparación con el alto nivel establecido por su predecesor.
Bajo el sultanato de Qaboos, Omán tuvo cinco décadas de estabilidad política, algo bastante peculiar en la región. Más impresionante aún, disfrutó de una sorprendente racha de crecimiento económico. Es el único país del Medio Oriente, y uno de los 13 países del mundo en la posguerra, que creció un 7% anual durante 25 años.
Estos logros, combinados con las habilidades innatas de Qaboos como diplomático, permitieron a Omán convertirse en el intermediario preferido para las disputas en un vecindario muy conflictivo, incluso para la confrontación entre una superpotencia y una regional. Existe una línea recta desde la mediación de Qaboos entre Estados Unidos e Irán hasta el acuerdo nuclear de 2015.
Aunque Haitham se comprometió a mantener la posición de su país como pacificador regional, no se espera que cumpla el rol de Qaboos en la confrontación actual entre la administración Trump y la República Islámica. Por el momento, no está claro que las dos partes deseen un mediador honesto. Si lo quisieran, hay otros candidatos, desde el enfermo jeque de Kuwait, Sabah Al-Ahmad Al-Jaber Al-Sabah, hasta el primer ministro japonés, Shinzo Abe.
Esto debería ser un alivio para el nuevo sultán que le permitirá concentrarse en asuntos omaníes que vienen por dos: dificultades económicas a nivel nacional y tensiones con el vecino Emiratos Árabes Unidos.
La buena racha de crecimiento ahora es un recuerdo lejano: los últimos años han sido difíciles. Una encuesta de Bloomberg a economistas sugiere que la economía de Omán se expandirá un 1,5% en 2019 y un 2,8% en 2020. Con sus finanzas perjudicadas por los bajos precios del petróleo, el país planea pedir US$5.200 millones prestados para cubrir una brecha en su presupuesto 2020.
Las relaciones con Emiratos Árabes Unidos han sido tensas. Mascat ha acusado periódicamente a Abu Dabi de espionaje e intentos de perjudicar al sultanato. Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita no estaban contentos con la decisión de Omán de mantenerse al margen de su disputa con Catar, y desconfían de sus vínculos con Irán y, recientemente, con Israel.
El prestigio de Qaboos implicaba que ningún otro gobernante en el Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo cuestionara abiertamente sus motivos. Ahora, como el nuevo chico del barrio, Haitham, sin duda, se verá sometido a una mayor presión. Tras conferirle las bendiciones de Qaboos, su familia —y su país— solo pueden esperar que escape de la maldición que lo acompaña.