Durante más de medio siglo, los agricultores estadounidenses dominaron el mercado internacional del maíz, enviando más cantidad de este cultivo esencial que cualquier otro país para alimentar al ganado del mundo, llenar sus reservas y fabricar sus alimentos procesados.
Pero esto cambió. En el año agrícola que finalizó el 31 de agosto, Estados Unidos cedió la corona de exportador de maíz a Brasil. Y es posible que nunca la recupere.
En la campaña 2023, EE.UU. representará alrededor del 23% de las exportaciones mundiales de maíz, muy por debajo de casi el 32% de Brasil, según datos del Departamento de Agricultura de EE.UU. Se estima que Brasil también mantendrá su liderazgo en la campaña 2024, que comienza el 1 de septiembre. Solo una vez en los datos que se remontan a la Administración Kennedy, EE.UU. perdió el primer lugar: durante un solo año en 2013 tras una devastadora sequía. La industria estadounidense exportadora de maíz nunca había pasado dos años seguidos en segundo lugar... hasta ahora.
Perder su liderazgo en las exportaciones de maíz puede resultar familiar para los agricultores estadounidenses, que en la última década también cedieron el primer puesto en las exportaciones de soja y trigo. La soja fue la primera en desaparecer, y Brasil tomó definitivamente la delantera en 2013. Al año siguiente, EE.UU. también perdió su liderazgo en el trigo, ya que la Unión Europea, y luego Rusia, comenzaron a desplazar a los agricultores estadounidenses en el mercado global.
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Detrás de este cambio hay una serie de factores: el aumento de los costos en el país y la escasez de tierras de cultivo, los efectos persistentes de la guerra comercial del expresidente Donald Trump con China y la fortaleza del dólar. En la actualidad, EE.UU. representa alrededor de un tercio de las exportaciones mundiales de soja, un distante segundo lugar detrás de Brasil. En trigo, ocupa ahora el quinto lugar, con una cuota de un solo dígito del mercado mundial.
El constante declive y la pérdida de competitividad de EE.UU. es un golpe para un país que durante mucho tiempo ha utilizado los alimentos como fuerza geopolítica. En plena Guerra Fría, utilizó sus abundantes suministros como herramienta para evitar que el comunismo se extendiera a los países en desarrollo e incluso suministró alrededor de una cuarta parte de su trigo a Rusia tras una mala cosecha a principios de los años setenta.
“EE.UU. me recuerda a la rana que se hierve lentamente”, dijo Ann Berg, consultora independiente y veterana comercializadora que comenzó su carrera en Louis Dreyfus Co. en 1974. “Ha perdido su dominio, pero tardó 40 años”.
Sin duda, el cambio en las exportaciones de maíz no es tan inesperado: durante años, el Gobierno federal ha incentivado el uso de maíz cultivado en el país para producir etanol, que se agrega a la gasolina. Alrededor del 40% del maíz estadounidense se destina a abastecer las fábricas nacionales que producen etanol para su uso como combustible en el transporte, aunque esta demanda se verá amenazada a medida que vayan llegando a las carreteras más vehículos eléctricos. Cuando los molinos no compran, la cosecha de maíz estadounidense también puede almacenarse en grandes silos o elevadores de grano para su uso futuro durante años, a la espera de mejores precios.
“En el caso del maíz y los frijoles, lo que estamos viendo es que estamos usando mucho más en casa”, dijo Gregg Doud, ex negociador jefe de agricultura del Representante Comercial de EE.UU. durante la Administración Trump. “Eso no es algo malo. Lo que realmente está pasando aquí es que estamos produciendo etanol, utilizándolo para alimentar el ganado, produciendo diésel renovable y somos más independientes energéticamente en términos de combustibles”.
Traducido por Paulina Munita.