Una mañana de domingo en diciembre, el futuro llegó a Torzhok, una tranquila ciudad situada unos 250 kilómetros al noroeste de Moscú. Llegó bajo la forma de una locomotora eléctrica parecida a una oruga de color rojo claro que atravesó bosques nevados rumbo a esa ciudad de 50.000 habitantes.
Solo había una docena de pasajeros en el viaje inaugural del tren, apodado Lastochka, “golondrina” en ruso. Uno de ellos era Tatyana Sokolova, una emprendedora que integra un grupo cada vez más grande de operadores que se dan prisa en remodelar ciudades en todo el país, entre ellas Torzhok, su ciudad natal.
En los últimos 10 años, Vladímir Putin ha logrado mantener la popularidad en su país con aventuras por el exterior: la invasión de Ucrania, los bombardeos en Siria y la jactancia sobre nuevos sistemas armamentísticos que podrían amenazar a Estados Unidos. Sin embargo, recientemente, una economía lenta y una crisis jubilatoria autoinfligida han tenido su costo y sus cifras bajaron. Pero el presidente ruso sigue teniendo un punto positivo, un componente discreto de sus políticas locales que ha impedido que sus índices de aprobación cayeran todavía más.
Desde 2011, el Kremlin viene promocionando una campaña de miles de millones de dólares para modernizar las ciudades y pueblos de Rusia. En los últimos cuatro años, se destinaron 2,1 billones de rublos (US$31.700 millones) solo a Moscú. La veloz modernización de la capital es motivo de considerable envidia en un país acostumbrado a mejorías puntuales: Sochi para los Juegos Olímpicos de 2014 y un puñado de ciudades para la Copa del Mundo FIFA de 2018.
Pero fuera de Moscú, el dinero para la renovación está ayudando a arreglar 40 ciudades rusas más pequeñas con una población conjunta de 23 millones de personas, extendidas desde Europa hasta el Lejano Oriente, y a pueblos históricos del oeste de Rusia. Se gastan unos US$1.500 millones al año para transformar ferrocarriles, calles y plazas, y se han destinado miles de millones más para el futuro. Con todo, tras los recortes del gasto en salud y las propuestas para elevar la edad de jubilación, es una incógnita cuánto tiempo seguirán aplacados los rusos.
Motivación
Abbas Gallyamov, consultor político que trabajó para el Gobierno, dijo que a la gente le preocupan cada vez más cuestiones de calidad de vida más básicas. En cuanto a la motivación para la campaña de renovación urbana de Putin, Gallyamov dijo que es la de siempre.
“Ellos viajaron por toda Europa”, dijo. “Les gustó. Ahora quieren que Rusia supere a Occidente”.
Pero Gallyamov tiene una advertencia para el Kremlin. Dijo que sus investigaciones con grupos focales muestran que a los rusos les preocupan mucho más las jubilaciones y los salarios que las veredas y las cafeterías.
No obstante, hay optimistas. Anton Bakun, de 28 años, que regresó a Torzhok desde San Petersburgo tras trabajar en medios digitales, elogió la nueva táctica. Bakun, que hoy trabaja en forma autónoma, administra cuentas de Instagram para un puñado de pequeñas empresas e integra el equipo de renovadores urbanos de Sokolova.
Hace diez años, la idea de mudarse a Torzhok habría parecido descabellada, dijo. Pero recientemente, la ciudad cambió. Surgieron nuevas empresas y una nueva cultura. Un vecino abrió una organización de beneficencia para ayudar a llevar leña para calefacción a los ancianos y otros se juntaron para revivir el kila, un antiguo juego ruso parecido al fútbol americano. En la vieja Torzhok, dijo Bakun, ese tipo de cosas no habrían ocurrido.
“La idea”, dijo, “es cambiar la mentalidad”.