La próxima semana se cumplirán 30 años de la masacre de Tiananmen, en la que cientos —tal vez miles— de estudiantes y disidentes a favor de la democracia fueron asesinados por el ejército chino. Se trata de un evento que no solo moldeó la China moderna, sino también la relación entre China y Estados Unidos.
Es el extraño aniversario que pasará prácticamente inadvertido en el lugar donde tuvo el mayor impacto. Cada año, cerca al aniversario, el gobierno moviliza un ejército de censores —humanos y robóticos— para aplastar cualquier discusión sobre Tiananmen en línea.
Sin embargo, para el mundo fuera de China, la consideración de la masacre de la Plaza de Tiananmen —un nombre impreciso, ya que casi todas las muertes ocurrieron en realidad fuera de la plaza, cuando las tropas se abrían paso hacia el centro de Pekín— es vital por dos razones. La sangrienta represión debería recordarnos las diferencias políticas más fundamentales en el corazón de la actual competencia entre China y EE.UU. Además, nos ayuda a entender la conexión íntima entre la manera como China se gobierna en casa y como se comporta en el escenario global.
En primer lugar, aunque ocurrió hace tres décadas, Tiananmen resalta el núcleo ideológico de la rivalidad entre China y EE.UU. Eventualmente habrían surgido tensiones entre el hegemónico EE.UU. y la ascendente China, incluso si esta última fuera una democracia liberal. Pero lo que demostró Tiananmen —y sigue siendo cierto hoy— es que China no es cualquier potencia en ascenso, y EE.UU. no es cualquier hegemón.
En cambio, China era —y es— una potencia en ascenso gobernada por un régimen dictatorial sin reparos para brutalizar a sus ciudadanos (si alguien necesita prueba de eso, considere la vasta red de campos de concentración que China ha creado para perseguir a entre uno y tres millones de uigures por sus creencias religiosas). Es un Estado al estilo del Partido Leninista, cuyos líderes consideran que la lucha por el poder lo vale todo, una competencia de suma cero; y su gobierno está comprometido a producir un entorno global en el que el autoritarismo es protegido y la influencia de los valores democráticos, liderada por EE.UU., es debilitada.
La competencia entre EE.UU. y China, entonces, es un choque entre rivales políticos motivados fundamentalmente por concepciones diferentes sobre la manera en que el Estado debe interactuar con sus ciudadanos. En retrospectiva, Tiananmen fue la primera señal de que el gobierno chino estaba determinado a resistir la aparentemente inexorable marea de la democratización global, además de la primera advertencia de que una China en ascenso eventualmente intentaría moldear un mundo profundamente diferente al que prefiere EE.UU.
Hay otra razón por la que vale la pena recordad Tiananmen: resalta los vínculos entre la política doméstica de China y su política exterior. Para la década de 1980, el Socialismo ya estaba perdiendo enganche ideológico entre la población, como resultado de los cataclismos económico y humanitario de la era de Mao Zedong y la posterior liberalización económica determinadamente no socialista de Deng Xiaoping. La masacre de Tiananmen esencialmente acabó con el antiguo modelo de legitimidad del régimen chino, mostrando que el gobierno estaba determinado a aplastar las aspiraciones políticas de tantos de sus habitantes.
Luego de Tiananmen, Deng y sus sucesores crearon un enfoque de dos caras para generar legitimidad. Primero, ofrecieron una oferta implícita: el régimen chino enriquecería a sus ciudadanos (o al menos los sacaría de la pobreza desesperante) mientras se mantuvieran alejados de la política. Mediante las rejuvenecedoras reformas económicas que se habían estancado a finales de la década de 1980, el Partido Comunista chino lideró el que probablemente sea el esquema de reducción de la pobreza más grande del mundo. Pekín ofreció seguridad y libertad económica a sus ciudadanos como sustitutas de una libertad política significativa.
Al mismo tiempo, el régimen cultivó una segunda fuente de legitimidad avivando el nacionalismo chino. A través de los libros de texto, los discursos públicos y otros medios, los oficiales del partido jugaron la carta de la victimización de China en el pasado por parte de potencias extranjeras: Japón, el Imperio Británico, EE.UU., y pintaron al Partido Comunista como la entidad que le devolvería a China la fuerza, el respeto por sí misma y la grandeza nacional. Por tanto, el comportamiento más tajante de China no ha sido simplemente una manera de promover la influencia de Pekín en el exterior, sino también de preservar la autoridad del partido en casa.
Este enfoque ha mantenido exitosamente a un régimen político autoritario por mucho más tiempo de lo que la mayoría de los observadores internacionales habría predicho en la época de Tiananmen. Sin embargo, también genera preguntas sobre lo que pasará si el pilar económico de la legitimidad del régimen empieza a desmoronarse.
El miedo a Trump contribuye a diluir la rivalidad entre China y Japón
Puede que esto ya esté pasando, en cierto grado. El crecimiento ha caído considerablemente de las tasas de dos dígitos de principios de la década de 2000 y sin duda es significativamente más bajo que el objetivo de 6,5% establecido por el gobierno de Xi Jinping. China también tiene una ominosa burbuja crediticia y una población que envejece rápidamente, así que hay muchas razones para dudar que el régimen logre comprar a la disidencia en el futuro con el mismo éxito que lo hizo en el pasado.
El desempeño económico en declive probablemente no pondrá en peligro la supervivencia del régimen por lo pronto: las autoridades chinas se han vuelto muy eficientes para identificar y oprimir la disidencia. Pero el partido puede sentirse tentado a apuntalar su poder doméstico aplicando políticas más agresivas en el exterior. Una línea más agresiva hacia Taiwán, el Mar del Sur de China, o cualquier otra zona de interés, podría convertirse en una válvula de seguridad política para un régimen inseguro. Las posibilidades de una confrontación con los vecinos de China e incluso EE.UU. podrían crecer considerablemente.
En el largo plazo, EE.UU. ciertamente preferirá lidiar con una China con un crecimiento bajo que una China con crecimiento alto. Pero a medida que el modelo político establecido por Tiananmen se vea presionado, los peligros a corto plazo de una desaceleración del milagro chino podrían ser verdaderamente significativos.