El COVID-19 llegó a México. Las fábricas están cerradas, los aviones, sin volar y las playas, vacías. Unas 2.000 personas ya se han contagiado y docenas han muerto; los casos se duplican cada ciertos días. Durante semanas, el presidente Andrés Manuel López Obrador ignoró despreocupadamente las lecciones provenientes de Italia, España y otros lugares. Realizó concentraciones, abrazó a sus partidarios, besó a niños y se burló de las recomendaciones de seguridad.
Cuando el Gobierno Federal finalmente anunció que comenzarían las medidas de distanciamiento social el 23 de marzo, el presidente no fue quien enfrentó a la nación. En su lugar, envió al subsecretario de Salud para que instara a la ciudadanía a quedarse en casa. Más tarde, fue el secretario de Relaciones Exteriores, y no el presidente, quien declaró emergencia sanitaria nacional.
Solo ahora, dos semanas después, el presidente finalmente se dirigió al país. Su discurso reveló sus límites como líder y demostró que México no está preparado para enfrentar la pandemia, rescatar la economía ni unir a la nación. Este fallo amenaza no solo sus altos índices de aprobación, sino también la viabilidad de su ambicioso proyecto económico y político.
La llamada Cuarta Transformación de López Obrador aspira a recuperar un estado paternalista, incluso mientras reduce su tamaño y asegura a sus partidarios que la austeridad pondrá fin a la corrupción. Económicamente, su enfoque en energía y pequeña agricultura es un retroceso, al igual que su misión de cultivar una coalición política clientelista basada en medidas de apoyo financiero para jóvenes y adultos, rurales y urbanos.
Desafortunadamente, a medida que López Obrador ha intentado llevar a cabo esa transformación, sus decisiones políticas han hecho que México se vuelva más vulnerable a la pandemia. México ya era uno de los países de la OCDE menos preparados para una contingencia de ese tipo, con solo 1,4 camas hospitalarias por cada 1.000 personas, menos de 10.000 ventiladores mecánicos para sus 130 millones de habitantes y uno de los niveles de gasto en atención médica per cápita más bajos.
Pero bajo su administración, las medidas de austeridad han reducido los presupuestos de salud en millones de dólares y han debilitado el sistema de respuesta rápida a la pandemia implementado en 2009 a raíz del brote de la gripe H1N1. La reciente mejora del sistema de salud pública para cerca de 50 millones de mexicanos resultó deficiente. Sus hospitales y clínicas ya enfrentan dificultades para tratar la diabetes, enfermedades cardíacas o incluso para mantener existencias de los medicamentos básicos. Cuando haya decenas de miles más de personas enfermas, es posible que el sistema colapse.
El coronavirus también está afectando fuertemente la economía de México. El sector manufacturero (fuera del equipamiento médico) se ha paralizado; las fábricas han sido cerradas para detener la propagación de la enfermedad; los pedidos han desaparecido a medida que el consumo mundial se desploma; y el cierre de la frontera con Estados Unidos al tráfico de productos no esenciales hace que las ventas sean aún más difíciles.
El turismo prácticamente se detuvo, paralizando el flujo de decenas de millones de viajeros anuales y sus más de US$200.000 millones en gastos. Las remesas están disminuyendo, debido a que los mexicanos residentes en EE.UU. y en otros lugares enfrentan circunstancias económicas precarias. La Tesorería de la Federación de México proyecta que la economía podría contraerse hasta 3,9 por ciento en 2020. Los bancos internacionales son más pesimistas y estiman una contracción de hasta 8 por ciento.
Las finanzas públicas están sufriendo un impacto. México nunca ha sido particularmente eficaz en la recaudación de ingresos. En tanto, a medida que plantas y escaparates se cierran, los ingresos provenientes de los impuestos al valor agregado y los impuestos a la renta disminuirán aún más. Ahora que los precios internacionales del petróleo han caído en picada, la energética estatal Pemex está a punto de colapsar. El año pasado, la Secretaría de Hacienda debió inyectar US$5.000 millones para mantenerla a flote. Los US$2.500 millones adicionales en exenciones tributarias que anunció el presidente no serán suficientes, ya que ahora extraer barriles de petróleo de Pemex cuesta más de lo que esos barriles valen. Y todo esto es antes de que Pemex inyecte miles de millones de dólares para la construcción de una refinería no rentable que el presidente se niega a suspender.
Economistas de todo el mundo, de izquierda y derecha, concuerdan en que la austeridad no es la respuesta al impacto del coronavirus. Los denominados halcones fiscales de todo el mundo se han embarcado en gastos adicionales para limitar el daño económico nacional y global de la pandemia. Otros países latinoamericanos han anunciado grandes planes de rescate, invirtiendo miles de millones de dólares en exenciones tributarias, préstamos y subvenciones para empresas, programas sociales y obras públicas. Y México tiene el beneficio adicional de niveles de deuda a PIB de menos de 50%, lo que le da al gobierno margen para pedir crédito.
López Obrador parece creer que el gobierno puede salir de la crisis. Hay pocos o ningún desembolso para el sector privado en términos de alivio fiscal, pago de salarios, préstamos, subvenciones u otras formas de respaldo para ayudar a las empresas a mantenerse a flote. Su plan para rescatar a "la gente de México" en su mayoría reajusta el gasto social ya incluido en el presupuesto 2020. Los pagos anticipados prometidos a jubilados, estudiantes y otros al parecer se financiarán en gran parte mediante la transferencia de gasto público asignado (conocido como fideicomisos), lo que lo convierte en un lavado financiero en la economía. Los recortes de los salarios públicos y el ajuste de cinturón del Gobierno sacarán dinero de la economía cuando necesite desesperadamente más entradas.
Incluso antes del discurso del presidente, Standard and Poor’s rebajó las calificaciones de bonos soberanos de México a un escaño por sobre el nivel de “basura”, con perspectiva negativa. Inversionistas de todo el mundo habían comenzado a retirar sus activos; los retiros del primer trimestre se acercaron a los US$6.000 millones y ayudaron a que el peso bajara más de 30%.
La situación no hará más que empeorar. Sin un plan estratégico o desembolsos económicos, la cuarentena se prolongará; más mexicanos se enfermarán y perderán la vida; más trabajos desaparecerán y más empresas cerrarán; los inversionistas internacionales se irán a otro lado; y el gran proyecto político y económico de López Obrador, la Cuarta Transformación, fracasará. Solo el presidente tendrá la culpa de su propio fin.