Las visiones apocalípticas de las barreras nacionales al comercio que se levantaron apresuradamente, las largas filas de camiones aglomerados en la frontera y la escasez de suministros esenciales han perseguido a Europa desde que el Reino Unido votó por abandonar el bloque desde 2016. Si tal escenario se está acercando a la realidad, poco tiene que ver con el brexit y todo que ver con la pandemia de coronavirus.
Las erráticas restricciones fronterizas en el bloque de 27 miembros, presentadas por cerca de una docena de países, incluidos España, Alemania y Polonia, en nombre de la lucha contra la propagación de COVID-19, están comenzando a importunar. El cierre de Polonia de sus fronteras a los no ciudadanos y las suspensiones de viajes han generado filas de vehículos que se extienden al menos 10 kilómetros (6 millas) en la frontera lituana, según Bloomberg News, con congestiones también en Hungría y Suiza. Si bien se supone que los productos no se ven afectados, se ven atrapados en los retrasos, y la Unión Internacional del Transporte por Carretera dice que los cruces europeos están en caos.
Los flujos de alimentos y medicamentos están cada vez más en riesgo: la asesora de la UE, Maria Capobianchi, advirtió que las fronteras internas estaban dificultando que la Italia afectada por el virus reciba equipamientos médicos. El temor a la escasez ha impulsado a varios países a prohibir las exportaciones de equipos médicos para garantizar que sus propios ciudadanos tengan prioridad.
El peligro de deshacer la estructura misma de la UE —libre circulación, comercio sin roces, unidad y solidaridad— se justifica en nombre de la salud pública. El recuento de casos de COVID-19 ha aumentado recientemente en Europa, ahora denominado el "epicentro" del brote; la cantidad de casos combinados en Italia, Francia, Alemania, España, Suiza, el Reino Unido y los Países Bajos ahora supera el total de China de 80.928 contagiados. Disminuir la propagación de la enfermedad y aplanar la curva de infección se presenta como el fin que justifica los medios de las políticas de “empobrecer a tu vecino”. España ha declarado estado de emergencia; Francia dice que está en estado de guerra. Pocos líderes de la UE hablan de Europa cuando abordan la crisis: el estado de ánimo depende en gran medida de cada país.
Tales reacciones irreflexivas son bastante contraproducentes. Si esto fuera realmente una guerra entre estados, o algún tipo de emergencia restringida a un solo país, podría tener sentido dejar de lado la solidaridad o la cooperación. Pero este es un virus que no respeta fronteras ni nacionalidades. Cada país dentro de Europa continental tiene al menos un caso confirmado de COVID-19. Cuando Austria a principios de este mes cerró su frontera a personas de Italia sin certificado médico, tenía menos de 200 casos; hoy tiene más de 2.000. Ningún estado es inmune.
Las medidas colectivas tienen mucho más sentido en una crisis como esta que las restricciones nacionales. Existen economías de escala en lo que respecta a la atención médica, ya sea la combinación de recursos financieros para costear la investigación de vacunas o la adquisición de equipos médicos.
El intercambio de información permitiría controlar y abordar adecuadamente las trabas de la cadena de suministro. La Comisión Europea ha tomado algunas medidas hacia una mejor gestión de los recursos: el jueves anunció un arsenal de 50 millones de euros (US$53,4 millones) en equipos, como ventiladores y mascarillas protectoras, para ayudar a los países que enfrentan escasez. Pero habrá que hacer mucho más, y con urgencia. La asistencia sanitaria es, en última instancia, exclusiva de los países de la UE, no de Bruselas, y avanzan lentamente.
Mientras tanto, el riesgo de restringir el flujo de equipos médicos esenciales, ya sea a través de prohibiciones a la exportación o por efectos indirectos de los controles fronterizos, está aumentando, y seguramente es la definición de miopía. En un momento en que Alemania tiene capacidad inutilizada de dispositivos como ventiladores mecánicos, es incómodo que China haya respondido recientemente al pedido de suministros de emergencia de Italia en lugar de recibirlo de sus socios europeos.
El argumento a favor de la solidaridad no es solo ético en una economía tan estrechamente integrada, como me dice Joan Costa-i-Font de la London School of Economics: si se supone que las medidas de COVID-19 son temporales, es de interés para cada país de la UE garantizar que sus vecinos tengan lo necesario para controlar la epidemia y eventualmente acabar con ella para que sus propios ciudadanos puedan sentirse seguros y confiados cuando el comercio sin fricciones y la libre circulación vuelvan algún día. China parece haber entendido eso, al menos.
Quizá es más fácil hablar de cooperación en vez de llevarla a cabo cuando se trata de 27 países. Pero en un momento en que la pandemia está resultando difícil de detener (Italia ha superado a China como el país con la mayor cantidad de muertes por coronavirus) y con su impacto económico global que probablemente supere US$1 billón, es una apuesta justa que el trabajo conjunto traerá muchos más beneficios que el cierre de fronteras.