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Bolsonaro | El nuevo presidente de Brasil tendrá "pocos obstáculos"

¿Pueden las instituciones brasileñas resistir la amenaza que representan las bien documentadas vetas no liberales y autoritarias de este hombre?

Jair Bolsonaro, en campaña
Jair Bolsonaro, en campaña | Bloomberg

Ahora que los votantes han elegido al excapitán del Ejército Jair Bolsonaro como nuevo presidente de Brasil, la democracia del país enfrentará una dura prueba. La pregunta más importante es: ¿pueden las instituciones brasileñas resistir la amenaza que representan las bien documentadas vetas no liberales y autoritarias de este hombre?

Brasil hizo la transición a la democracia hace más de 30 años, una evolución que parecía haberse consolidado en gran medida, como lo demuestran las exitosas investigaciones anticorrupción de la Operación Lava Jato contra políticos poderosos. Sin embargo, hay razones para ser menos optimistas sobre lo que nos espera.

Consideremos las posibilidades de mecanismos de control sobre la presidencia dentro del sistema brasileño, comenzando por la legislatura.

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A pesar de su larga carrera parlamentaria, Bolsonaro nunca ha estado en el centro de la acción legislativa y durante siete mandatos de cuatro años sólo logró la promulgación de un proyecto de ley. Pocos esperan que sea un negociador hábil y se enfrentará a un Congreso recién elegido que está extremadamente fragmentado, incluso según los estándares habituales del país. ¿Seguro que el Congreso puede presentar obstáculos significativos?

Tal vez no. El nuevo Congreso se inclina más hacia la derecha, dando a Bolsonaro una sólida base de apoyo en el grupo de "carnes, Biblia y balas" relacionados con los intereses agrícolas, evangélicos y de orden público. Un gran contingente del Congreso también está motivado por objetivos transaccionales, que –presumiblemente– podría ser atraído con un incentivo suficiente. Además, la presencia anunciada de exgenerales en la administración de Bolsonaro apunta a su fuerte respaldo dentro de las fuerzas armadas; la amenaza implícita de su desaprobación se cierne sobre cualquier desafío político a su administración.

¿Qué hay de los tribunales? El sistema judicial brasileño, así como el Ministerio Público, cuya autonomía fue consagrada en la Constitución de 1988, han demostrado recientemente una notable independencia y celo en la búsqueda de la rendición de cuentas. Dicho esto, el Supremo Tribunal Federal ha indicado su voluntad de acomodarse a los nuevos vientos políticos, y su presidente contrató a un exgeneral, e hizo comentarios conciliadores sobre la dictadura militar de 1964-85 que tanto admira Bolsonaro. El presidente electo ha declarado sus intenciones de llenar la corte con jueces amistosos, así como de hacer consideraciones político-ideológicas en la elección del nuevo fiscal general, ostensiblemente para erradicar el "sesgo de izquierda". Tras las recientes reflexiones del hijo de Bolsonaro (también congresista) sobre el cierre del Supremo Tribunal Federal (rechazado rápidamente por su padre), o de un exgeneral (y congresista recién elegido) sobre la destitución de los jueces, no se puede descartar la posibilidad de que el poder judicial también siga esa línea.

¿Quizás las frías y duras realidades económicas limitarán los peores instintos de Bolsonaro? La mayoría de los economistas están de acuerdo en que la situación fiscal del país es grave y que para hacerle frente es necesario, entre otras cosas, reformar el sistema de pensiones, que por lo tanto debería ocupar un lugar destacado en la agenda del nuevo gobierno.

Tengo mis dudas. Es muy poco probable que Bolsonaro perjudique las pensiones de los militares, la policía y similares, que son la base electoral clave. Si estos grupos de interés no son tocados, otros poderosos, como los jueces y fiscales del país, difícilmente aceptarán sacrificar sus pensiones.

En cambio, es probable que el nuevo gobierno se centre en el programa relativamente barato de satisfacer a grupos específicos, como los conservadores sociales y los intereses rurales, cambiando los planes de estudio escolares o suprimiendo reglamentaciones ambientales. Los industriales ya han indicado que apoyarán a Bolsonaro a cambio de políticas industriales de la vieja escuela y protección. Él ya ha acogido con satisfacción este acuerdo. Considerando sus conocidas opiniones, eso no debería ser una sorpresa: su único proyecto de ley exitoso extendió una reducción de impuestos a la manufactura a más sectores.

Otra fuente de mecanismos de control es, por supuesto, los medios de comunicación, que se enfrentarán a la misma presión ejercida sobre las instituciones políticas. Ya se ha observado un aumento en la intimidación de periodistas, principalmente por parte de los partidarios de Bolsonaro, y algunos de los grandes grupos mediáticos se están alineando con el nuevo régimen. Bolsonaro ha insinuado que tomará represalias contra los que no lo hagan, retirando el apoyo del gobierno a la publicidad.

¿Tal vez la gente salga a protestar contra las amenazas a la democracia si se materializan? El enfoque confrontacional de Bolsonaro y su retórica agresiva hacia sus adversarios políticos sugieren que no se inclinaría a ceder a ese tipo de resistencia.

Una última esperanza que muchos brasileños parecen tener es que Bolsonaro se moderaría para asegurar su capacidad de gobernar. Soy menos optimista. Su ascenso al poder sólo fue posible por la extrema polarización y el desencanto con el establishment político. Su incentivo será avivar las llamas que encendieron su candidatura en primer lugar; no muy diferente a su ídolo, el presidente Donald Trump, cuyo "giro hacia el centro" aún no llega. Es posible que la democracia brasileña no colapse, pero son altas las probabilidades de que experimente un retroceso democrático al estilo del siglo XXI, con toda la erosión de las normas y las garantías que conlleva esa triste progresión.

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.