En esta época del año recordamos que es mejor dar que recibir, y como revelan archivos publicados por el gobierno británico, aquella frase cobra más valor si el regalo es un caballo turcomano.
En 1993 Saparmurat Niyazov, presidente de Turkmenistán, que acababa de independizarse de la Unión Soviética, visitó al primer ministro británico de aquel entonces, John Major. Como agradecimiento a su anfitrión, Niyazov le mostró a Major una foto enmarcada de un caballo y le explicó que no era cualquier caballo. Su nombre era Maksat, un semental Akhal-Teke de raza pura, que ahora pertenecía a Gran Bretaña.
No obstante, había un pequeño problema. Maksat estaba en Turkmenistán y se esperaba que Gran Bretaña organizara el viaje a su nuevo hogar. Dicho trayecto se convirtió en el tema central de un despacho del Ministerio de Relaciones Exteriores publicado el viernes en los Archivos Nacionales de Londres.
"Los caballos turcomanos" --eran dos, porque Francia también iba a recibir uno-- "han llegado a Moscú", escribió Laura Brady, diplomática de la embajada británica.
Su viaje hasta ese momento, en tren, había sido agitado. Bandidos armados trataron de robarlos mientras viajaban por Kazajistán, pero los caballos se negaron a abandonar su carruaje. Ahora estaban a merced de algo mucho más peligroso: la burocracia post-soviética.
Loro muerto
Brady y su homólogo francés concertaron una cita para reunirse con funcionarios aduaneros a la 1 p.m. Cuando llegaron, les dijeron que todos estaban almorzando y que debían regresar a las 3 p.m. Los diplomáticos le explicaron a la recepción que estaban preocupados por los caballos, que llevaban cuatro días y medio en un carruaje.
"Esto provocó en respuesta la triste historia del loro de la embajada finlandesa, el único otro ser vivo que había caído en manos del Duodécimo Puesto Diplomático de Aduanas en su memoria", informó Brady. La recepcionista, "cerca de las lágrimas al pensar en el loro", escoltó a la pareja hasta un almacén, donde encontraron al personal de aduanas jugando al póquer.
Una vez completados los trámites, los diplomáticos se dirigieron al otro lado de Moscú, hasta la oficina de cuentas de la estación. Al llegar a las 4:45 de la tarde presentaron sus documentos y se les dijo que el personal había dejado de trabajar antes de irse a sus casas a las 5 de la tarde. Al escuchar la historia de los caballos la persona que los atendió cedió, aunque no por mucho tiempo. Al observar los documentos, les dijo que los turcomanos no habían pagado por completo las tarifas del ferrocarril y que las embajadas le debían la diferencia al ferrocarril ruso.
Los agregados diplomáticos pensaron rápido y sugirieron que, dado que los turcomanos habían proporcionado su propio vagón de ferrocarril para los caballos y no lo querían de vuelta, este se podía usar para pagar la deuda. Los empleados ferroviarios aceptaron. "Pero eran más de las cinco, tendríamos que volver al día siguiente".
A la mañana siguiente, la pareja se presentó una vez más y los funcionarios del ferrocarril explicaron que sus documentos ya no estaban actualizados y los caballos tendrían que ser reexaminados por la veterinaria del ferrocarril. Después de una hora la veterinaria, sin abandonar su escritorio, presentó un certificado en el cual afirmaba que había inspeccionado a los animales y que estaban en buenas condiciones.
Melones amarillos
A las 10 de la mañana los diplomáticos finalmente dieron con los caballos, pero la batalla no había terminado. Del vagón de ferrocarril emergieron tres novios que habían viajado con los caballos, cargando unos 200 melones amarillos grandes. Explicaron que habían traído artículos para vender en Moscú con el fin de reunir el dinero para comprar sus boletos de regreso.
Tras subir los animales --y los melones-- a un remolque especial, los diplomáticos pensaban que estaban en tierra derecha, pero no era el caso. Para salir de la estación necesitaban otro documento y para obtenerlo necesitaban una calcomanía pegada en el vagón de ferrocarril donde viajaron los caballos para certificar que estaba vacío. Eran las 11:40 a.m. y el personal se preparaba para iniciar su hora de almuerzo al mediodía.
Persuadieron a alguien para que se acercaran al carruaje, pero la persona se negó a pegarle el adhesivo. La funcionaria protestó que estaba lleno de estiércol. "Debíamos limpiarlo y no, no se nos permitió dejarlo en los basureros de la estación. Para entonces el agregado diplomático francés comenzaba a entrar en cólera".
Brady también comenzó a desesperarse. Afortunadamente, le pagaron a un conductor que pasaba con varios melones "particularmente grandes" para empujar el carro por los rieles y luego se limpió el estiércol, que cayó sobre las vías.
Luego de enviar a los caballos de manera segura a su destino, Brady cerró su memorando con una nota optimista. "He hecho algunos contactos útiles en los últimos días, así que la próxima vez que queramos importar un caballo a Rusia será mucho más fácil".