Si hay algo en lo que la primera ministra británica, Theresa May, se ha mantenido firme durante la dolorosa saga del brexit, es que bajo ninguna circunstancia debería haber una repetición de la votación para abandonar la Unión Europea.
El líder del opositor Partido Laborista, Jeremy Corbyn, dijo el domingo que un segundo referéndum "es una opción para el futuro, pero no es una opción para hoy". Dada la forma cómo se han desarrollado los plebiscitos para otros líderes en los últimos años, tienen razón en ser aprehensivos.
El predecesor de May, David Cameron, prometió celebrar la votación sobre el brexit en 2016 después de ganar la elección el año anterior. Fue diseñada para silenciar al ala euroescéptica de su partido y mejorar sus credenciales como el hombre que podría obligar a la UE a cambiar. Renunció en desgracia un día después de que se convirtiera en la versión británica de las insurrecciones populistas que han desviado la política mundial.
La desdichada incursión de Cameron al consultar a la gente fue seguida rápidamente por Matteo Renzi en Italia. Su complicada pregunta sobre la reforma constitucional se convirtió en un juicio sobre su liderazgo y, en cierta medida, sobre la relación del país con Europa. La iniciativa fue contraproducente y cumplió su promesa de renunciar, y dos años más tarde, Italia es controlada por nacionalistas, y enfrascada en un enfrentamiento con la UE sobre su presupuesto.
Ambos hombres podrían haber mirado hacia la tierra que inventó la democracia como guía.
En 2011, el entonces primer ministro de Grecia, George Papandreou, pensó que era justo consultar a su pueblo en las urnas sobre el acuerdo alcanzado con los líderes europeos sobre el rescate griego. Alemania y Francia le dijeron que en términos reales sería una votación sobre la membresía de Grecia en el euro. Papandreou retrocedió, pero en dos semanas se había ido.
Menos de cuatro años después, Alexis Tsipras celebró un referéndum sobre la aceptación de más medidas de austeridad, al tiempo que el lugar de Grecia en la unión monetaria volvió a ser incierta. Hizo una campaña para rechazarlas, ganó rotundamente y luego, una semana después, capituló ante los líderes europeos y se vio obligado a aceptar un acuerdo posiblemente peor. Al menos él todavía tiene su trabajo.