Aunque en la próxima reunión de París se logre firmar el mejor convenio posible sobre reducción de emisiones de gases relacionados con calentamiento global, igual debemos recordar que esas políticas ambientales lograrán causar un eventual efecto positivo dentro de un período de cincuenta a setenta años. Mientras tanto, tenemos que saber que seguiremos teniendo crecientes fenómenos de inundaciones y de sequías extremas. Y países como el nuestro deberían prepararse para afrontar estas próximas décadas. Por ejemplo, haciendo un uso racional del agua, o tomando medidas efectivas e inmediatas para evitar construir en zonas de riesgo, y que ya sabemos que volverán a inundarse. Lamentablemente, son medidas que nuestros dirigentes no están siquiera contemplando ni formaron parte de la reciente campaña.
Por ejemplo, no tenemos hecho, y ni siquiera está planificado, contar con un inventario del agua dulce disponible en el país y de cuáles serán las futuras necesidades humanas y productivas en esa materia. Mientras tanto, Salta le está vendiendo agua a empresas mineras de Chile y en Córdoba se riegan profusamente canchas de golf para que el césped reluzca verde todo el año.
Al mismo tiempo, en las regiones húmedas del país, nadie atina a tomar medidas que eviten nuevas construcciones y asentamientos en zonas que positivamente sabemos que van a volver a inundarse.
En materia energética Argentina también está yendo a contramano: nos enorgullecemos al inaugurar una “moderna” central de carbón, cuando es una tecnología que debería ser abandonada y reemplazada por fuentes alternativas. Y en la Ciudad se esgrime el éxito de obras como el metrobus, cuyos vehículos queman combustible fósil, mientras no se encaran obras de infraestructura que recuperen el uso intensivo de los trenes y el transporte público.
*Ambientalista
