El cuerpo está preparado para correr. La historia evolutiva lo demuestra en al menos 26 diferentes adaptaciones del cuerpo humano comprobadas por científicos de distintas universidades: desde los músculos que conforman el glúteo (o cola, que no sirve para casi ninguna otra cosa excepto correr) hasta el tendón de Aquiles y los ligamentos de la nuca, que son útiles para mirar al costado del camino sin perder el foco.
Esas y otras conclusiones son sostenidas y ampliadas con precisas investigaciones científicas nuestro libro Por qué corremos, de modo que no tiene mucho sentido ser intensos en ese punto. Pero que se haya corrido en el comienzo de los tiempos, por aquellas sabanas africanas, cuando la humanidad ni siquiera había dado el salto hacia lo que se llamaría Homo sapiens, no significa que cualquier oficinista pueda levantarse de la silla y correr la maratón de Nueva York mañana, sin mosquearse.
Es de manual. Por eso la psicología hace hincapié en que hay que ser conscientes de los límites de cada uno y que sean esos –en ocasiones modestos– límites los que se propongan para ser batidos y así generar el famoso refuerzo endorfínico de superar metas.
Y sí: objetivos demasiados pretenciosos pueden hacer que alguien se transforme rápidamente en un ex corredor, lesiones de por medio. Está lleno, pero lleno, de historias de gente que ni siquiera imaginó correr y que se transformó en algún momento de su vida y llegó a correr ultramaratones (más de 42 kilómetros); sin ir más lejos, la ilustradora de Harry Potter, Dolores Avendaño. Pero todos saltaron de la silla y lo primero que hicieron fue caminar una cuadra y correr otra, y así. La palabra clave es “progresivamente”.
Es claro que hay que ser consciente de los límites propios y que, por más que suene a propaganda de remedios, “ante la menor duda consulte a su médico”.
*Autores de Por qué corremos. Las causas científicas del furor de las maratones (Editorial Debate).