Hay un viejo chiste de infancia que todavía me sigue causando gracia: un señor abre una pescadería y coloca un cartel que dice “Pescadería vende pescado fresco”. Pasa un amigo y le dice “¿Para qué ponés ‘fresco’? Es obvio que el pescado es fresco”. Coloca entones un nuevo cartel que dice “Pescadería vende pescado”. Pasa otra vez el amigo y le dice “¿Para qué ponés ‘pescado’. ¿Qué va a vender una pescadería?”. Pues pone un nuevo cartel que dice “Pescadería vende”. Pasa nuevamente el amigo y le dice “¿Para qué ponés ‘vende’? Es obvio que las pescaderías venden”. Finalmente deja un gran cartel que dice simplemente “Pescadería”. Pasa por última vez el amigo y le dice “¿Para qué ponés ‘pescadería’….¡Si por el olor todos se dan cuenta que es una pescadería!”. No se por qué, pero el chiste me recuerda muchos de los afiches de publicidad política en las recientes elecciones, e incluso algunos de campañas anteriores, como los de Gustavo Posse, intendente de no se dónde y eterno candidato a no se qué. Hace años aparecía en un gran cartel frente a la General Paz al lado de Macri (Mauricio) y creo que, todo amarillo, decía que integraba ese equipo (en el idiolecto de oraciones unimembres que caracteriza a la lengua del PRO, “equipo” vendría a ser algo así como “gabinete/ministros/empleados/alcahuetes”, según sea necesario utilizar el término en una u otra acepción). Tiempo después apareció en el mismo lugar en gigantesco afiche al lado de Massa, me parece que señalando el futuro o algo parecido (que bien podría ser el Casino del Tigre). Y finalmente terminó, siempre en el mismo sitio, en una inmensa gigantografía, solo, sin nadie al lado, y sin leyenda partidaria, bajo la frase de “Posse sí”. ¿Para qué pone “sí”, si ya todos saben que es Posse? (Por un momento me apené vivir, como toda la gente top, en la Torre Le Parc, si viviera en zona norte, lo hubiera votado seguro).
La metáfora del chiste del pescado (podrido), bien podría equipararse con la alegoría del despojo, de la abstracción que caracteriza a buena parte del arte moderno. Aunque no me animaría a señalar que la obra de Malévich participe de esa tradición (más bien creo que el negro sobre negro no implica un encogimiento del sentido, sino lo opuesto, un surplus de significados abiertos) sí me animaría a afirmar que la biografía de Heiner Stachelhaus “Kasimir Melewich –Sic- Un conflicto trágico”, es aceptable (solo eso) y después de años de ausencia, nuevamente se la encuentra a un precio módico en las grandes librerías salderas de la avenida Corrientes. Publicado por las ediciones Parsifal, especializada en biografías al paso, contiene un pliego central de fotos, alguna de las cuales –como todas las de la Rusia revolucionaria- todavía me conmueven. Recuerdo también un gran libro de Malévich -La pereza como verdad inalienable del hombre- en el que se leen perfectas frases, como ésta: “Yo siempre he pensado que debería ser exactamente al contrario: el trabajo debe ser maldito, como enseñan las leyendas sobre el paraíso, mientas que la pereza debe ser el fin esencial del hombre. Pero ha ocurrido al revés. Es esa inversión lo que yo quisiera poner en claro.”
¿Deberíamos volver ahora al tema del afiche? ¿Al tango? (“Cruel en el cartel,/La propaganda manda cruel en el cartel”). Afiches como síntomas de la política de la nada misma.