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Ya no queda espacio para creer en un futuro de progreso en una Argentina desquiciada por la suma de emociones violentas.

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1º de marzo de 2020. Alberto Fernández junto a Cristina Kirchner y Sergio Massa abre el año legislativo. | cedoc

Ya no queda espacio para creer en un futuro de progreso en una Argentina desquiciada por la suma de emociones violentas. La sociedad viene siendo expuesta desde la montaña rusa iniciada en 2002 con la caída vertiginosa de la convertibilidad, a la caída también profunda iniciada con las devaluaciones en cadena de Macri en 2018 y 2019, más la pandemia en 2020. Cualquier extranjero que leyese los diarios argentinos diría que Bolsonaro tiene razón al decir que hay un éxodo de la clase media alta argentina al exterior producido por una epidemia de desilusión.

Un clima similar se vivió en la depresión de 2002, cuando en el segundo semestre de ese año nadie podía prestar atención a que se habían creado las condiciones para que comenzara a surgir un fenómeno extraño en la Argentina que sería la aparición de superávits gemelos: fiscal y comercial. Lo que el Estado gastaba, sin contar los intereses de la deuda (en ese momento en default), era menos que lo que se recaudaba por impuestos, y las exportaciones eran mayores que las importaciones. En este enero 2021 la Argentina volvió a tener superávits gemelos. ¿Casualidad? ¿Tendencia?

En junio de 2002 se produjo el asesinato de Kosteki y Santillán. El Movimiento de Trabajadores Desocupados al que pertenecían trataba de cortar el Puente Pueyrredón, reclamaba un aumento general de salarios (no había paritarias) y una duplicación de los subsidios a los desocupados. Ese hecho trágico anticipó el fin de la presidencia de Duhalde. Hoy su equivalente podría ser el Vacunagate si finalmente terminara teniendo un carácter cismático: la marcha de ayer en protesta por el vacunatorio vip en el Ministerio de Salud es otra señal de un malestar que podría herir para siempre la presidencia de Alberto Fernández.

Una demostración de la profundidad de la herida fueron los discursos de Alberto Fernández en México, de una altisonancia sintomática. Cuanto más agresivo se muestra un presidente, es porque más débil se encuentra.

Una epidemia de
desilusión atraviesa
la Argentina con
consecuencias en el
ánimo devastadoras

Antes de la pandemia, a comienzos del año pasado, se pronosticaba la posibilidad de que con Alberto Fernández volvieran los superávits gemelos. Las repetidas devaluaciones de Macri, más el aumento de la inflación y las consiguientes caídas del salario real habían reducido el déficit fiscal casi a cero, y la recesión redujo las importaciones. En la jerga de los economistas, Macri había hecho el trabajo sucio de Remes Lenicov en 2002, el ministro de Economía de Duhalde que cargó con los costos políticos del ajuste antes de la llegada de Lavagna. Y la propia pandemia terminó en 2020 de producir otro ajuste, con menor costo político para este gobierno. Ajuste asignable a una fatalidad que generó una recesión que se percibe en la cantidad de locales cerrados, en la multiplicación de la población en condición de calle y de recicladores de basura, entre otros fenómenos.

La economía en su conjunto se achicó, y la brutal recesión hizo una transferencia de los tomadores de empleo a los dadores de empleo, aumentó la participación proporcional del capital en la captura de renta y les devolvió condiciones de rentabilidad a las empresas que sobrevivieron y a las cuentas del propio Estado. Porque si la mayoría de sus costos son sueldos y subsidios, si estos terminan aumentando en dos años la mitad de lo que aumenta la recaudación, el déficit de las cuentas públicas se transforma en superávit.

Otra similitud con aquel arranque ascendente de la economía producido en 2003 es el aumento del precio de las materias primas que la Argentina exporta. La soja, como caso emblemático, duplicó el precio que tenía en 2018 cuando comenzó la debacle de Macri, y les agregará a las exportaciones 10 mil millones de dólares adicionales.

Los algoritmos son un
constructor de burbujas
porque reproducen la
tendencia al infinito: hoy
de nuestro mal ánimo

¿Sabrá aprovechar Alberto Fernández eventuales “vientos de cola de la economía”? ¿Será él mismo el Néstor Kirchner de 2003-2007 o cumplirá el papel de transición del Duhalde de 2002-2003 a quien la política más que la economía se lo llevó puesto? ¿Será el Vacunagate la marca indeleble de su presidencia como el asesinato de Kosteki y Santillán lo fue para Duhalde, perderá las elecciones de octubre y comenzará su estadio de pato rengo en una crónica de final anunciado, o en Argentina ningún escándalo dura más de seis meses y si hubiera un repunte de la economía podría cicatrizar cualquier herida?

Los algoritmos son retroalimentadores al infinito de la tendencia y responsables de la construcción de burbujas que tan rápido como crecen pueden luego desinflarse, así pasó con el dólar blue a $ 200 hace meses. Los movimientos cada vez más frenéticos de los mercados son un ejemplo de esas burbujas que producen un sistema informativo donde la tendencia se multiplica geométricamente por simples fórmulas matemáticas de reproducción automática. El mundo digital conducido por algoritmos afecta la percepción del mundo real y produce consecuencias reales. Pero la realidad también tiene sus propias reglas. Esta epidemia de decepción es en parte también resultado de una sociedad algoritmizada como también lo era el boom de expectativas positivas que había despertado Macri en 2016.

Las cartas no están echadas, diría Julio César, y la Argentina no sabe que Rubicón está cruzando este 2021 bisagra que definirá nuestros próximos años.