Sigo a pocos columnistas: Jorge Fontevecchia y Beatriz Sarlo en PERFIL, Horacio Verbitsky en El cohete a la Luna, Ernesto Tenembaum en Infobae, Ignacio Zuleta en Clarín y Carlos Pagni en La Nación. Conozco bien sus diferencias, lo que me permite situarme a una justa distancia para disfrutar de sus columnas muy bien escritas y con mucha información que yo no tengo.
Carlos Pagni cerró su columna del pasado martes (una transcripción de un editorial televisivo) recordando que en 1924 Ortega y Gasset escribió: “En las revistas y libros de jóvenes que me llegan de la Argentina encuentro demasiado énfasis y poca precisión. Cómo confiar en gente enfática… nada urge tanto en Sudamérica como una general estrangulación del énfasis. Hay que ir a las cosas, hay que ir a las cosas sin más”.
En una reseña casi secreta de 1928 sobre los Seis ensayos en busca de nuestra expresión de Pedro Henríquez Ureña (reproducido en el último número de Chuy. Revista de estudios literarios latinoamericanos), Jorge Borges se detuvo en la misma advertencia de Ortega (esa superstición española), quien “en artículo reciente, recomienda a los jóvenes argentinos 'estrangular el énfasis', que él ve como una falta nacional. Meses atrás, Eugenio d’Ors, al despedirse de Madrid el ágil escritor y acrisolado poeta mexicano Alfonso Reyes, lo llamaba 'el que le tuerce el cuello a la exuberancia'. Se trata de una simple noticia –por cierto, comentada con delicadeza después [por Pedro Henríquez Ureña]–, pero en cuya consideración quiero demorarme. Estrangular el énfasis, torcerle el cuello a la exuberancia...: la más barata dilucidación de esas feroces fórmulas es la de considerarlas variantes (hay otras palabras menos corteses) de la aconsejada por el Arte poética de Verlaine: 'Toma a la elocuencia y retuércele el cuello'”.
“Otra, menos lenitiva y más honda, sería la de inferir que ni la estrangulación a que nos convida el deshumanizante profesor, ni la torsión de cuello, felicitada por el catalán en trance de griego, fueron sentidas como representaciones enfáticas por sus propagandistas. Esto, concede ironía reincidente a sus prescripciones. Desaconsejarnos el énfasis y abundar en él”.
El tema, como se ve, es muy previo al peronismo, en relación con cuyos últimos movimientos de tablero Pagni recuerda la cita de Ortega y Gasset (que no previó la República, ni la Guerra Civil, ni el franquismo). A Ortega le irritaba el “apresurado afán por reformar el Universo, la Sociedad, el Estado, la Universidad, todo lo de fuera, sin previa reforma y construcción de la intimidad”. Por supuesto, la Reforma universitaria del 18, uno de nuestros grandes orgullos, le habrá parecido un despropósito, porque “Todo el que incita a los jóvenes para que abandonen el sublime deporte cósmico que es la juventud y salgan de ella a ocuparse en las cosas llamadas 'serias' –política, reforma del mundo– es, deliberada o indeliberadamente, dañino”. Un conservadurismo enfático de alguien, Ortega, que escribía como el culo.