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El fin de la historia

Soledad Biotti
Soledad Biotti | Captura

Mariana y Soledad propusieron momentos de altísimo pensamiento político en los videos de los que tanto se ha hablado en las últimas semanas.

Ellas se declararon habitantes del fin de la historia (y, por lo tanto, más allá del trabajo, de las negaciones, del deseo), en ese momento final de la dialéctica hegeliana (y, también, marxiana) que tanto ha inquietado a las filosofías desde hace dos siglos por lo menos. Como se sabe, para Hegel la historia tenía un final que coincidía con la emancipación del Espíritu. Para que ese proceso pudiera completarse (a través de un intrincado proceso de negaciones sucesivas) hacía falta un Estado poderoso. El marxismo materializó el proceso y puso en lugar del Espíritu al proletariado como clase. Pero la lógica siguió siendo la misma. En algún momento sobrevendría la emancipación del proletariado (cuya conciencia le vendría dada por el Partido) y la sociedad sin clases: fin de la historia.  

A Alexandre Kojève le cupo en París la tarea de imaginar cómo sería vivir en esas sociedades poshistóricas puestas bajo el paraguas de lo que llamó el Estado Universal Homogéneo (y que nosotros reconocemos en esas grandes estructuras transnacionales de las cuales la Unión Europea, a la que el propio Kojève le dedicó casi todas sus energías, es sólo un ejemplo). 

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Showroom: la muerte

Francis Fukuyama enarboló la misma bandera pero desde una trinchera un poco más cínica (y más necia). En El fin de la Historia y el último hombre (1992), inspirándose en Hegel y en Kojève, Fukuyama apostó a la globalización, al liberalismo democrático, al pensamiento único, a la hegemonía de los Estados Unidos.

El encanto de Kojève, que aparentemente nunca se creyó del todo lo que decía en sus cursos, sobrevive a esas bravatas y pasa por la caracterización de la vida después de la historia: los “animales poshistóricos” estaríamos destinados a un mero régimen de contentamiento una vez satisfechas por el Estado nuestras necesidades básicas.

Todos estos manierismos conceptuales pueden parecer hoy una versión laica de la escatología cristiana (lo son) y, por lo tanto, irrelevantes. 

Pero basta con escuchar a dos mujeres argentinas que llegaron por sus propias vías a la misma caracterización de su momento como poshistórico para revisar esa versión de la historia y refutarla (a partir de una mínima desconfianza de los Estados). Como no hay un Sujeto Único sino multiplicidades (cada una con su propia temporalidad, sus propios deseos, sus propios fines) tampoco hay una Historia, sino procesos diversos.