Una vez un amigo me contó que estaba esperando cobrar el bono para cambiar de trabajo. Roberto Lavagna abandonó el gobierno de Alfonsín en desacuerdo con su política económica, particularmente con el “festival de bonos” (algunos observadores están también preocupados por la política de endeudamiento de la actual administración: “el mercado se puede dar vuelta en cualquier momento, sin avisar”, advierten). A Paul Hewson pocos lo conocen, pero casi todos sabemos quién es Bono, el líder de U2 convertido en celebridad mediática, un símbolo del círculo rojo global. Síntesis: muchas veces los bonos hacen la diferencia.
No parece ser el caso de la magra mesa de diálogo que esta semana sugirió, en un denominado “documento político” (es decir, nada demasiado importante), que a fin de año los trabajadores recibieran un bono de dos mil mangos: esa suma no hace la diferencia para compensar la caída de salario real experimentada durante este año. Si es que, como se espera, la reciba un número significativo de personas. Es que, a pesar del decreto que la convocó, esta mesa no tiene facultades para obligar a nadie a que efectúe ese desembolso: ni a las provincias, ni a la mayoría de las pymes, ni a muchos sectores que han renegociado paritarias recientemente (Comercio por ejemplo). De hecho, se especula con que el propio Poder Ejecutivo pagaría ese monto en enero a cuenta del incremento salarial del año próximo.
Una pena haber perdido otra oportunidad de convocar a un diálogo genuino, amplio y bien planificado, para discutir los problemas de fondo, estructurales y estratégicos que sin duda tuvo y sigue teniendo la Argentina, y que a pesar de las promesas electorales, son ignorados sistemáticamente. ¿Se acuerdan de las famosas “políticas de Estado”? ¿De los acuerdos de largo plazo sin los cuales el país seguirá en una senda de improvisación, ensayo y error, medidas contingentes, diseñadas en todo caso en función de la próxima elección y no de la próxima generación? En eso estamos.
¿Por qué esa renuencia? Algunos argumentan que no es el momento adecuado. El Gobierno se dispuso bajar la inflación como meta fundamental para volver a crecer, y para eso descansa en la política monetaria implementada por el Banco Central (“esos acuerdos sociales no sirven para nada”, me explicaron). Además, el balance de poder que surgió de las elecciones pasadas no le permite a Cambiemos mucho margen de acción. En una mesa de diálogo eso quedaría más claramente explicitado, y es algo que en principio no parece tan visible dado el efecto distorsión que sigue produciendo el hiperpresidencialismo. En otras palabras, Macri y su equipo aparecen ante la sociedad con más iniciativa y capacidad de generar agenda que la correlación de fuerzas que votó la ciudadanía el año pasado. A su vez, estos límites y el eventual consenso al que pudiera llegarse restringirían sensiblemente la capacidad de acción de un gobierno que se sigue viendo a sí mismo como un punto de inflexión en la historia argentina. Mejor seguir en esta senda que permite un programa cuyos contornos y ritmos lo definen el Presidente y su equipo.
Para que esa autoimpuesta misión histórica se concrete, Cambiemos necesita ganar con contundencia las próximas elecciones, sobre todo (pero no únicamente) en la misteriosa provincia de Buenas Aires. La fórmula parece obvia: aprovechar la fragmentación del arco opositor e impulsar la reactivación económica para plebiscitar la gestión, acumular el poder que ahora falta y encarar la segunda mitad de la gestión con mayor ímpetu, pensando naturalmente en la reelección. No caben dudas de que el peronismo se encuentra muy fragmentado, carente de un líder natural. Pero todas las figuras emergentes apuntan a una clara moderación ideológica respecto de los años K. Esto explica por qué el gobierno nacional necesita sostener aunque sea con respirador artificial la figura de CFK: de lo contrario, la competencia por dominar el espectro de centro en la escena política se haría más brutal, y el desgaste de la gestión le podría jugar una mala pasada. En cambio, la polarización político-electoral más tajante favorecería a Macri y sus aliados, pues lo encontraría muy cómodo como la opción racional y de futuro frente al pasado del populismo autoritario, la inflación, la corrupción generalizada y los pactos contra natura con una Venezuela que se cae a pedazos. Esto aparece mucho más sencillo que meterse en el berenjenal de debatir políticas públicas con fuerzas lideradas por potenciales adversarios electorales con posibilidades reales de disputar el poder.
Ocurre que la sola presencia de CFK como opción electoral, la amenaza de que pueda seguir influyendo en el proceso de toma decisiones, constituye un poderoso disuasivo para la inversión productiva con horizontes de mediano y largo plazo. En efecto, los dueños del capital temen que Guillermo Moreno tenga razón y sólo estemos en un breve interregno en una Argentina indómita, genéticamente populista y autoritaria. ¿Y si Macri es para el siglo XXI lo que De la Rúa para el XX o Rivadavia para el XIX? Apenas una breve utopía de un país moderno y mejor organizado sucumbiendo a las subyacentes fuerzas centrífugas que prefieren la discrecionalidad del caudillismo y la autarquía aislacionista.
Como consecuencia, el gobierno nacional parece estar conspirando contra sí mismo: por querer acumular poder político-electoral, está postergando la recuperación económica y el logro de consensos básicos para impulsar un desarrollo equitativo y sustentable. Quiere convertirse en la única opción racional, moderna y civilizada. Necesita que el peronismo vuelva a kirchnerizarse, para ampliar su base de apoyo cooptando a sus líderes más razonables y de ese modo volver a apelar a la grieta que, por poco, le permitió ganar el año pasado.
¿Pero qué pasa si los inversores prefieren esperar a 2018 una vez que se despeje la incertidumbre del proceso electoral? Si a Cambiemos le va bien, podrán verificar que finalmente se implementa una política económica más convincente en términos de “fundamentals” (no sea cosa que predomine el “equipo que cambia no se toca” y se posterguen las medidas dolorosas en pos de la reelección). Y si ése no es el caso, para comprobar qué figuras del peronismo asoman con chances de pelear por la presidencia en el 2019.
Ojo al piojo: por creerse la única solución, Cambiemos puede generar un flor de problema. Ese clásico argentino.