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Boudou, Néstor y la máquina de hacer billetes

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En la edición de PERFIL del domingo pasado aparecen dos magníficos análisis sobre el Boudougate. Por un lado, Julio Bárbaro refiere al sueño de la máquina de hacer moneda como digno de un cuento de Roberto Arlt. Por otro, Carlos Ares sugiere una original hipótesis sobre los roles de Néstor Kirchner y del propio Boudou en la compra de Ciccone. Concretamente: Boudou no habría actuado como mero brazo ejecutor sino que sería el promotor mismo de la idea, al haber tentado a Néstor “tocándole su orgullo”.

El texto de Ares invoca la historia del rey desnudo y e invita a pensar a Boudou como un “farabute” que convence a Néstor de hacerse un traje de billetes. Lo excelso de una buena historia es su capacidad de evocar otras que permitan consolidar un sentido.

Pensé en la tragedia de Otelo, el general moro que sucumbe ante los celos demoníacos que le inocula el ambicioso Yago. Pensé que un hombre, por más poderoso que sea, tiene un punto débil producto de su pasión. Todos podemos convertirnos en esclavos de nuestro deseo. Pensé que la máquina de hacer billete es el anverso obligado de cajas fuertes cuya sola visión produce éxtasis”. Pensé en Avivato, la historieta de Lino Palacios que la Wikipedia define como: “Personaje chanta, de moralidad resbaladiza, vividor, ventajero, pícaro, embustero y observador, capaz de sacar ventaja en cualquier situación”. Recordé la certera expresión de un amigo que invitaba a prevenirse de la “narcitécnica”: esa artimaña manipulativa basada en el simple recurso de tocar el narcisismo del otro. Pensé también en la paradoja de los poderosos: la misma audacia megalómana que les permite conquistar el mundo se transforma luego en su talón de Aquiles. Porque la misma omnipotencia negadora que posibilita el éxito, termina por transformarlos luego en ingenuos vulnerables frente a aduladores inteligentes e inescrupulosos. Yago sabe muy bien dónde tocar a Otelo para conseguir sus ambiciosos fines. Sólo le basta saber por dónde ingresar al alma del moro para así controlarlo.

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Un cortesano es el prototipo de un estratega audaz que de, modo sutil, ejerce el poder bajo el disfraz de la lealtad. Por eso los entornos siempre fueron peligrosos para quienes tienen vocación de reyes. Antes de que se desencadene la tragedia de Otelo, Shakespeare le hace decir a Yago: “Yo sirvo al moro, sólo porque yo me sirvo. Sólo porque así me sirve”. Quizá la suerte de Boudou ya esté echada. Como en la caída de Yago, acaso Boudou arrastre a otros. Al fin y al cabo, la política, como la vida, está repleta de viejas historias que vuelven a repetirse.

*Director de González-Valladares Consultores.