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Brasil entre el pasado y el abismo

El voto brasileño a un político profesional pero marginal, como Bolsonaro, expresa al mismo tiempo bronca contra el sistema y miedo por su colapso.

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Los "bolsonaristas" apoyaron en diversas ciudades de Brasil al favorito de las encuestas. | AFP

Durante veinte años, Brasil fue bipartidista. La elección presidencial se definía entre el PSDB de Fernando Henrique Cardoso y el PT de Lula y Dilma. El significado de las siglas no importa: en Brasil todos los partidos presentan candidatos, pero pocos presentan programas.

Durante veinte años, Brasil fue multipartidista. Su Congreso era el más fragmentado del mundo, con ninguno de sus treinta partidos llegando al 20% de las bancas. Los presidentes eran electos por la mayoría de los votantes, pero sus partidos eran siempre minoritarios.

¿Cómo se gobierna un sistema que combina una cabeza con muchos bolsillos? Mediante coaliciones, inventaron los brasileños. Y así fue, por lo menos en la superficie: los presidentes otorgaban ministerios a cambio de apoyo legislativo. Pero debajo de la superficie ofrecían otras cosas, porque no solo de ministerios viven los partidos.

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En 2005 estalló el primer gran escándalo de corrupción, que casi se lleva puesto a Lula. El PT entregó a unos lugartenientes y salvó a su líder, pero la política nacional cambió para siempre. La corrupción ofendió a las impolutas élites blancas y ricas del sudeste brasileño, que nunca perdonaron al PT –aunque sí a sus empresarios.

¿Por qué él? Claves del fenómeno Bolsonaro

Mientras tanto, las políticas sociales implementadas en el nordeste pobre y negro le ganaron al partido de Lula una aceptación que antes no tenía, desplazando a las antiguas oligarquías clientelistas. Así se dividió Brasil, y así sigue dividido: por región, etnia y clase.

Este domingo los pobres tienen candidato, y los ricos también. El primero se llama Haddad y el segundo Bolsonaro, cuyo partido desplazó a un PSDB ideológicamente diluido y moralmente hundido.

Fernando Henrique Cardoso ya no está ahí: seguramente apoyará en la segunda vuelta al candidato que no sea Bolsonaro. Si es que hay segunda vuelta.

El voto brasileño a un político profesional pero marginal, como Bolsonaro, expresa al mismo tiempo bronca contra el sistema y miedo por su colapso. La oligarquía brasileña quiere castigar al establishment partidario pero mantener sus privilegios sociales, en especial sus jubilaciones.

Con el actual sistema previsional, la trayectoria de la economía brasileña es insustentable. Pero, como suele ocurrir también en Argentina, las reformas serán post-mortem. Mientras tanto, la radicalización política esconde un profundo conservadurismo económico.

Opinión | Brasil, entre Francia o Italia

El colapso del centro moderado brasileño debe angustiar pero no sorprender. La escasa experiencia mundial con megaoperaciones de anticorrupción muestra como resultado más degeneración que regeneración.

Las investigaciones judiciales erosionan el sistema político existente pero no crean uno nuevo. Al caer los partidos establecidos, que mantenían un orden corrupto, el orden sufre y lo corrupto prospera.

En Italia, Silvio Berlusconi fue un botón de muestra; el gobierno actual, que combina derecha con qualunquismo, es la etapa siguiente de la descomposición política. La próxima, como en Brasil, está por llegar...

(*) Politólogo. Universidad de Lisboa.