COLUMNISTAS
Resultados muy claros

CABA nos mostró la nueva democracia

Por fin, la interna de la derecha quedó resuelta con el triunfo de Milei en territorio de los Macri.

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Proyección. Es probable que el próximo turno electoral confirme a LLA como la primera fuerza política del país. | NA

Las elecciones legislativas en la ciudad no defraudaron. Los resultados fueron muy claros, aun en una primera lectura. Se esperaba que ellas dirimieran la relación de fuerzas entre Milei y Macri. También se aguardaba que el peronismo ganara o hiciera una buena elección, considerando la fragmentación del resto de los espacios políticos. En los últimos días, observando la baja participación en las primeras elecciones provinciales, se sumó a esas expectativas cuál sería el porcentaje de electores, un termómetro para saber si se confirmaba o no la apatía que empezó a exhibir el interior.

La respuesta a la primera incógnita puede representarse con las máscaras del teatro: sonriente la del gobierno, trágica la del Pro. LLA no solo aplastó a los Macri, ganó en un territorio donde sus antecedentes eran más bien modestos, quebrando la impresión inicial de que su fuerza se concentraba en el territorio que comienza más allá de la capital y la principal provincia, cuya suerte electoral conoceremos a partir de septiembre.

La segunda cuestión, que era la performance del peronismo, no ofreció sorpresas: su desempeño estuvo dentro del promedio histórico para el distrito. Más allá de eso, la foto de ayer lo mostró como la segunda fuerza, después del oficialismo, un orden de llegada que probablemente se replique a nivel nacional cuando se cierre el turno electoral de este año. Si eso se confirmara, significaría que lo que fue Juntos por el Cambio murió en la política argentina. Ese fallecimiento no se debe, sin embargo, a causas naturales, sino a años de falta de buenos hábitos de vida, de desidia y de borrachera de poder.

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Javier Milei festejando el triunfo de La Libertad Avanza en la Ciudad de Buenos Aires

El tercer aspecto fue el nivel de participación, en este caso el más bajo en la historia electoral moderna de la ciudad de Buenos Aires. Apenas algo más del 50%, como en los sistemas donde el voto no es obligatorio. Eso es apatía. Miles y miles de porteños les dieron la espalda a las élites políticas o a la casta que, para muchos de ellos, también incluye al gobierno que llegó diciendo que la erradicaría. Otros, tal vez se hayan replegado hacia sus intereses privados, centrados en las oportunidades de compra y crédito que la estabilización de la economía empieza a permitir. Es un clásico: consumo mata política. Y si es un espejismo quién nos quita lo bailado.

Resuelta la interna de la derecha, la suerte del peronismo y el nivel de participación, acaso la cuestión de fondo sea otra: ganó un oficialismo cuyos líderes insultan, mienten, desprecian y simpatizan con la crueldad, como bien lo señaló el candidato que terminó segundo. Sin embargo, este gobierno sigue garantizando, al menos hasta ahora, las libertades y los derechos básicas de la democracia, el recuento transparente de los votos y la división de poderes, defectuosa pero existente que heredó. Es la nueva democracia: de procedimientos, no de sustancia. Una democracia que, en la pérdida de las formas de convivencia, las fake news, el individualismo extremo y el caos, que diseñan ingenieros y ejecutan influencers, encuentra su sentido.

No sabemos si volverán los antiguos dioses, como se preguntaba amargado Max Weber al constatar que el capitalismo se había vuelto un deporte en lugar de una apuesta a crecer y distribuir. Pero a diferencia de su pesimismo, es pronto para considerar una jaula de hierro la democracia procedimental. Tal vez, y contra las evidencias, sea un piso para reconstruir, si se pudiera, una democracia que recupere algo del sentido que el liberalismo político le otorgó.