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Cansado de gritar por Cris

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Las vacaciones sureñas de Cristina fueron bienvenidas: ya cansaba un poco con esos discursos kilométricos, celebratorios de gestas autorreferenciales y épicas de difuntos.

Pero lo que la sucedió, en términos de pura oratoria, fue peor: luego de un par de meses de soliloquios chirles y deshilvanados del presidente actual, encima salpicados de expresiones compungidas acerca de las consecuencias de las políticas que él mismo decidió instrumentar, y por algunos lapsus confesionales que mejor haría en hablar con algún analista que con la armonizadora del sector budista cheto a la que consulta (“Estoy haciendo lo mínimo indispensable para que todos lleguemos a buen puerto”),  el reciente discurso de Cristina hasta me hizo pensar que pudiera extrañarla. Sigue siendo lo que era: ella en el centro de la historia, ella como víctima propiciatoria, ella como reina de amorosos corazones, con su gestualidad calcada de Andrea del Boca, pero también adornada con los atributos de una pasión verdadera. Cristina volvió y ocupó el centro de la escena: el acto en Salta de Macri junto al novio de Isabel Macedo saturó menos pantallas que su discurso en Comodoro Py, y es posible que esa tendencia continúe, ya que la promesa del gobierno actual sigue siendo la venta de un futuro luminoso en compensación de este presente recesivo. Esa fórmula calza justo al deseo K, que exprimirá a gusto la receta tradicional del peronismo: la recordación de un pasado que se celebra como un paraíso perdido.

En ese sentido, era obvio que la citación de Bonadio resultaría la mejor plataforma para el relanzamiento K. Cuanto más tribunales visite, más espacio tendrá la ex presidenta para construirse como heroína y como víctima. Entretanto, el macrismo continuará su desgaste, salvo que por milagro descubra que un país no es un negocio y reconozca la existencia de la política.