COLUMNISTAS
DE ESTOCOLMO A ESCAZÚ

Cincuenta años de multilateralismo ambiental

Los próximos años serán decisivos en la construcción de economías y sociedades resilientes. Será fundamental que confluyan los esfuerzos de los Estados.

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América latina. Escazú volvió a poner a la región en el centro del multilateralismo ambiental. | afp

Este año la comunidad internacional celebra medio siglo de la Cumbre de la Tierra. En 1972, más de cien países se reunieron en Estocolmo en el primer gran paso para acordar principios rectores para el cuidado del medio ambiente y visibilizar los efectos de la acción humana en nuestro planeta.

Desde entonces, el multilateralismo ambiental se ha ampliado hasta ser una de las agendas de cooperación regional y global más vigentes en nuestros días. La Conferencia de Río de Janeiro en 1992 amplió los esfuerzos hacia una alianza mundial nueva y equitativa, que ahora además incluyera a las organizaciones de la sociedad civil y las personas como protagonistas.

Sobre la base de estos principios, los gobiernos de todos los continentes acordaron en diversas oportunidades hitos de compromiso político y económico en el Protocolo de Montreal (1987), el Protocolo de Tokio (1997) y el Acuerdo de París (2016). Más allá de la reducción de gases nocivos para el planeta, otros nueve Convenios Ambientales Internacionales abordaron el manejo de residuos y químicos peligrosos, la protección de la biodiversidad y recursos críticos para la vida.

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En más de la mitad de los Estados la agenda ambiental tiene hoy rango ministerial y las políticas públicas deben incluir criterios de sustentabilidad, algo impensado cinco décadas atrás. Incluso en la pandemia, la comunidad internacional movilizó US$ 632 mil millones anuales en finanzas climáticas, cuyos efectos directos y cobeneficios serán cuatro veces ese valor.

Más multilateralismo. Con todo, los resultados a la vista revelan que los compromisos asumidos hasta el momento son insuficientes. Ese diagnóstico es respaldado por el consenso científico año tras año: en su último reporte, el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) confirma el impacto de la acción humana en el deterioro de los ecosistemas, la seguridad alimentaria e hídrica, la salud pública mundial y las desigualdades preexistentes.

Por eso, la próxima Cumbre Estocolmo+50 en junio abordará esta “crisis planetaria triple” de cambio climático, pérdida de biodiversidad y exceso de polución y desechos. Además, de cara a la COP 27 en Egipto el próximo noviembre, la comunidad internacional celebrará una secuencia de reuniones específicas que fijarán el rumbo de la acción climática para 2030.

En mayo, el Congreso Forestal Mundial en Corea del Sur y la Conferencia contra la Desertificación en Costa de Marfil. En junio, el Foro Urbano Mundial en Polonia y la Conferencia sobre los Océanos en Portugal.

Todas ellas combinadas reflejan la multiplicidad de canales y de agendas que nutren un enérgico multilateralismo ambiental, en tiempos de escepticismo hacia las instituciones globales y la coordinación internacional. Así, el cuidado de nuestra “casa común” es el mejor ejemplo de los beneficios compartidos de fijar y cumplir metas colectivas y de los gravísimos costos de conductas unilaterales o la postergación de las crisis que atravesamos.

El propio Grupo de los 20 (G20), bajo la presidencia de Indonesia en 2022, colocó la agenda ambiental en el centro de la reconstrucción mundial pospandemia. El lema oficial “Recover Together, Recover Stronger” (Recuperarse Juntos, Recuperarse Más Fuerte) denota cómo un foro inicialmente concebido para encauzar la gobernanza económica mundial es ahora determinante para solucionar otras crisis globales, como la pandemia del covid-19 y el cambio climático.

La meta es conseguir un planeta sostenible y habitable, tanto para los humanos como para el resto de las especies. Tras este año, la sucesión de cumbres en India (2023) y Brasil (2024) ofrece la posibilidad inédita de esbozar planes de acción hacia 2050 que equiparen las preocupaciones y aptitudes del Sur Global a las de las economías desarrolladas.

El aporte latinoamericano. En esta línea, la diplomacia argentina continúa impulsando de manera consistente una visión de desarrollo sostenible que conjugue los aspectos del crecimiento económico, del desarrollo social y de la protección ambiental. Para dar el salto hacia una economía circular, la lucha contra la pobreza y las desigualdades debe estar en el centro de la acción climática.

La transición está más a nuestro alcance que nunca. Actualmente se verifican niveles récord de preocupación ciudadana por el calentamiento global y el cambio climático. Al mismo tiempo, nuestra capacidad tecnológica para la reconversión energética y la atención de las grandes potencias a la agenda climática es una ventana de oportunidad innegable para cambiar el rumbo.

Por ejemplo, en los países latinoamericanos combinados la generación de energía a través de fuentes renovables crece a un sólido 9% anual. Además, se calcula que en esta década las inversiones en la región generarán 15 millones de empleos netos gracias al desarrollo de agricultura, transporte y energía verdes.

Para América Latina, está en juego la posibilidad de una recuperación integral, inclusiva y sostenible. Nuestra región es la más biodiversa, pero también la que ha sufrido la combinación más amplia de desastres naturales en los últimos años, según la Organización Meteorológica Mundial.

Urge en nuestros países una agenda ambiental coordinada y ambiciosa. Por la reprimarización económica de las últimas décadas, los riesgos ambientales pueden traducirse rápidamente en desempleo, desplazamientos internos y crisis energéticas.

Pocos días atrás, la primera Conferencia de las Partes (COP) del Acuerdo de Escazú volvió a poner a América Latina en el centro del multilateralismo ambiental. Su entrada en vigor en plena pandemia constituye un hito jurídico y está siendo ponderado por otras regiones como ejemplo de acceso a la información, participación ciudadana y justicia en asuntos ambientales.

Finalmente, de cara a la Cumbre de jefes de Estado y de Gobierno del G20 en Bali en noviembre, la Argentina tendrá una responsabilidad adicional al encontrarse ejerciendo la Presidencia Pro Témpore de la Celac. A su turno, una mayor coordinación con México y Brasil fortalecerá la visión del Sur Global en el foro.

Está claro que los próximos años serán decisivos en la construcción de economías y sociedades resilientes. Para hacer posible ese nuevo diseño, el multilateralismo ambiental es una pieza indispensable para que los esfuerzos de los Estados confluyan en un mundo más fragmentado que nunca. Esa es la magnitud de la apuesta.

*Embajador de la Argentina en los Estados Unidos. Sherpa argentino en el G20.