Reza la consigna: No excluyente. Nadie se reserva el derecho de admisión. Pueden ir todos, sin restricciones entre ellos (los peronistas, claro).
Dato clave en un movimiento siempre dispuesto a la segregación y dividido hoy en dos fracciones. Por lo menos. Celebran el 17 de octubre de 1945, del que poco y nada sabe la mayoría de la población, salvo que una multitud vitoreó a Juan Perón en Plaza de Mayo en cuya fuente se mojaron las patas algunos acalorados antisociales. Al megafestejo, en Tucumán, convocan el gobernador Manzur y la CGT, Barrionuevo, el metalúrgico Caló y los “gordos”, entre otros. El parte meteorológico indica que el encuentro será más anti Macri que anti Cristina. Por lo menos, a uno lo van a criticar y a la otra, ignorar sin mencionarla. Habrá ese día, en otra parte, griterío gremial con el desertor Moyano y retazos de un PJ en vías de intervención: también la consigna será “Vengan todos”. Como diría el General: “No nos estamos peleando, nos estamos reproduciendo”.
Avances. Incursiona el sindicalismo con pretensión política, tipo la añeja sigla “Seis dos”, llevará gente a Tucumán de varias provincias. Ese dominio previene al nuevo cuarteto imperial de Massa-Pichetto-Urtubey-Schiaretti: no saben si asistir o ausentarse por razones de protagonismo. Típico. Quizás concurran en paquete de regalo o en forma individual, igual que otros gobernadores, diputados, intendentes y senadores, aun los que en Buenos Aires merodean el sello K. También pueden elegir por la eventual llamada de Moyano. Es que la celebración ad hoc habilita olvidos, pérdida de memoria, sonados desencuentros y los besitos a la francesa de Lorenzo Miguel.
El Peronismo sin Cristina Kirchner: ¿certificado de triunfo para Mauricio Macri?
Cuesta arriesgar el volumen, éxito o fracaso de las citas, ya que los invitados, en forma doble, alaban la propuesta de unidad partidaria y, al mismo tiempo, temen a una fotografía que irrite a la clase media y evoque un pasado traumático. En rigor, dudas y pruritos, como los de Perón en aquel 17 de octubre que le despertaría la ambición presidencial cuando, detenido en el Hospital Militar, ya le había escrito a Eva que pensaba pedir el retiro del Ejército, casarse con ella (lo haría seis días más tarde) e ir a vivir juntos a Chubut, donde había pasado parte de su infancia.
A Tucumán varios asisten con el supuesto de una información privilegiada. Suponen que Cristina –culpable afortunada hasta ahora en la causa de los cuadernos– no se presentará a las elecciones de 2019. Se inspiran en una misma confesión de dos conspicuas figuras que la visitan a menudo, uno íntimo de su gestión anterior con falsa identidad del sur y el otro bonaerense, presunto especialista en medios. Ambos han hecho trascender esa voluntad femenina de no participar el año próximo, propósito que incluye condicionalidades relativas a su familia y a ella misma en materia judicial.
Cierto o no, le creen. Por conveniencia, entonces, abunda el entusiasmo en ese redil peronista por ordenar cierta unidad, sin restricciones, y apropiarse de la fortuna electoral que las encuestas le atribuyen a ella. Una graciosa paradoja política: robarle capital a quien le llueven denuncias todos los días por ejercicio exagerado de cleptomanía. Ninguno cree, en esa ronda tucumana, que padecerá la bolilla negra de Cristina, especialmente cuando ella asimiló en su instituto a uno de los Rodríguez Saá y, en particular, digirió a un Moyano que lesionó a Néstor hasta el mismo día de su muerte. Por el contrario, Manzur fue su devoto ministro y Tucumán exhibe el galardón de ser la provincia menos dispuesta a la continuidad de Macri. Mientras, concurra o no el cuarteto imperial, ninguno escapa al goce pasajero de doce años de mandato kirchnerista: Schiaretti no fue un enemigo, Massa pertenece a la escudería de los que nunca vieron nada como jefe de Gabinete, Pichetto interpretó la voz K en el Senado, con el mejor discurso de su carrera para justificar la 125, y Urtubey era el legislador preferido de la dama, joven turco al que Ella visitó no menos de siete veces como gobernador, alguien que desató irritables celos en Néstor, latentes y famosos de su personalidad. Curiosamente, entonces, para el Día de la Lealtad los trozos dispersos del peronismo empiezan a reunirse para constituir un solo conglomerado: siempre ganaron los comicios desde un frente.
El peronismo ya rechaza apoyar la propuesta de recortes del Gobierno
Desunidos. Al revés de esa estrategia, también curiosamente, el equipo del Gobierno tiende a la disgregación. Sordas controversias en el Pro y escandaloso amotinamiento de Carrió, enfurecida por no convertirse en la fiscal de todos los fiscales en Diputados. Se lo impidió el peronismo, agrupado, y la legisladora supone con razón que ese ninguneo tuvo la burlona complicidad del radicalismo, al menos la cúpula de Sanz y Cornejo, con los que comparte un contrato de locación en la Casa Rosada.
De ahí que brotara su enfrentamiento con el ministro Garavano, por declaraciones que Carrió considera infelices, meritorias para un juicio político. No olvidar: Garavano es ministro por orden de Sanz, le prestó el cargo cuando se inició el gobierno (obvio, hoy también repite lo que desea Macri, ganó tanta confianza que ni Dujovne le pudo arrebatar la codiciada caja de los registros del automotor).
En la superficie, Garavano deslizó un temor de Macri por la temeridad judicial para utilizar las prisiones preventivas como si fueran caramelos. Molestaba esa aplicación, pero hubo silencio de radio porque el principal afectado fue Julio De Vido. Ahora, como esa contingencia puede recaer sobre empresarios como Rocca, Midlin o algún pariente del mandatario, más de uno adhiere al club Zaffaroni. Difícil saber si ese contagio le llegará a Bonadio. Carrió, a su vez, no limitó su protesta a Garavano, atacó sin dar nombres a un grupo del Gobierno interesado en contener la avanzada de las causas por corrupción. Protesta contra los “operadores” del gobierno anterior, en cambio a los que la representan a ella y a Macri los denomina “asesores” (Rodríguez Simón, Torello, algún editor). Nuevos bautismos, como en las religiones, pero sin cambiar las formas de la “justicia legítima” o la “mayoría automática”. Como precaución, se asoció a Macri para cuestionar un juicio que en la Corte ganó Gil Lavedra, para ella un hermano de leche de Sanz. Como al Presidente ese veredicto le ocasionó un disgusto, ella dice protegerlo de las bandas e insiste en que no se va del Gobierno. Aunque está cada vez más cerca de pronunciar “ellos o yo”, en relación con ciertos radicales. Casi la misma situación de la jefatura de la UCR que, en la punta de la lengua, dibujan “ella o nosotros”.