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Pandemia

Coronavirus: trabajadores, en la primera línea de fuego

Todos somos orgánicamente iguales pero las chances de contagio en un yate propio o en una estancia en el sur son menores que en el conurbano.

Malbrán
Trabajadores de riesgo en el Instituto Malbrán. | Cedoc

Aunque medio siglo atrás la humanidad las creyó acabadas, las enfermedades infecciosas han vuelto como una amenaza. Desplazamientos de poblaciones por mega urbanizaciones, convivencia de millonarios y tecnologías marcianas con alimentaciones medievales, multitudinarios flujos comerciales, cambios en los balances naturales. Las epidemias no son extrañas si pensamos en todo esto.

Sin vacuna todavía, los mecanismos para evitar la propagación consisten en aislamientos. De países (controles o cierres de fronteras) de individuos (testeo y detección de casos y seguimiento de contactos) o de poblaciones (aislamiento social en distintos grados). Cada una más amplia y cara.

El Covid-19, a la contagiosidad y letalidad propia la multiplica al saturar un sistema de salud. Esto empeora por la flaqueza y fragmentación del sector sanitario, desmantelado en parte y ordenado por los parámetros de la rentabilidad. De allí la necesidad de “aplanar la curva”.

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Sin vacuna toda intervención basa su eficacia en el tiempo, en su rapidez y coordinación. En China Li Weiliang fue silenciado semanas por chismoso, el primer paciente llegó a Estados Unidos el 18 de enero, el 30 de enero llegó el virus a Italia, lo llamaron “la pandemia inventada” y convocaban a salir a tomar vermouth. En México, AMLO promueve las visitas a las fondas y Bolsonaro afirma que Brasil no para. Aquí no iba a llegar por el verano. Era una “gripecita”: Y finalmente “sorprendió” su llegada el 1 de marzo desde Italia.

El virus es el mismo y los seres humanos somos iguales ¿Por qué cada país recorre el mismo camino de lentitud e ineficacia? Todos sabemos que son necesarios elementos de protección (alcohol en gel, antiparras, camisolines, etc.) de diagnóstico (reactivos, hisopos) y de tratamiento (respiradores) Ningún gobierno aprovechó el tiempo disponible, y esa imprevisión se paga hoy cuando el mercado fija precios exorbitantes sostenidos en la demanda.

El capitalismo es una sociedad especulativa, en la que primero se anticipa la inversión y luego, en el mercado, se comprueba si se obtuvieron los resultados lucrativos ansiados. Un método irracional de asignar recursos que tiene el inconveniente adicional de estar sostenido por la confianza, en momentos de crisis se derrumba fácilmente. Si toda la economía navega sobre suposiciones poco fiables, las dudas provocan tempestades, y muchas verdades son silenciadas en provecho de la acumulación.

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Cuando el virus apareció la economía mundial se encontraba herida, la guerra comercial y el derrumbe del petróleo (por nombrar índices, no causas) atemorizaban al capital. Y cada burguesía nativa en cada país desplegó su propio proceso de resistencia a actuar de manera humana tratando de resguardar sus ganancias. Los muertos se cuentan ahora por miles.

Nadie pensó en la salud de los trabajadores. Todos somos orgánicamente iguales pero las chances de contagio en un yate propio o en una estancia en el sur son menores que en el conurbano. Y las de curarse, conseguir ser testeado o disponer de un respirador, también.

Hoy nada ha cambiado. No se ha fijado un subsidio universal que cubra la canasta hasta el fin de la emergencia, no se han impedido los despidos, siguen trabajando riesgosamente industrias dispensables y sin protección las indispensables.

Para el personal sanitario, tan “esencial”, no hay material de protección, no hubo vacunación contra la gripe, el coronavirus no se encuentra cubierto por las ART, se niegan aumentos y se prometen bonos, que luego se reducen a la mitad y que no se sabe cuándo llegarán al bolsillo. De la primera línea y de la retaguardia surgen molestas protestas, las únicas que pueden ordenar las medidas para que ganemos todos.

*Psicólogo. Director del Grupo de Investigación de la Salud Argentina del Centro de Estudio e Investigación en Ciencias Sociales (CEICS).