Finalmente, Alberto Fernández tiene un plan, a pesar de su explícita aversión a los planes económicos. El problema que este plan fue diseñado por (o con si se quiere) el Fondo Monetario Internacional. Nunca mejor aplicada la frase atribuida a Paulo Freire: “el que no planifica es planificado”.
Paños de agua fría. Ahora se propone tardíamente el acuerdo al Congreso Nacional: un proyecto que alivia la situación momentáneamente ya que pospone los pagos para que sean realizados por los gobiernos siguientes, y permite una senda decreciente del déficit fiscal. Por supuesto que comparativamente este acuerdo es mejor que los que lograron otros países del mundo, incluso con un endeudamiento menor. Como se explicó en columnas anteriores no hay demandas de reformas tributarias, laborales, ni de la estructura estatal, motivo por el cual los libertarios lo rechazan. Seguramente este mismo acuerdo en 2020 hubiese obtenido prácticamente la unanimidad de ambas cámaras, pero es tardío en momentos que las alianzas políticas se comienzan a reorganizar tanto en relación a las elecciones pasadas ya mirando el 2023, y dónde nadie está dispuesto a pagar el costo político del entendimiento.
Las lecturas que se hacen desde el kirchnerismo y desde el macrismo son si no, coincidentes, complementarias. Los primeros plantean con cierta razón que este acuerdo va a tener consecuencias inmediatas en la microeconomía y condenan al peronismo en una casi segura derrota en el 2023. Básicamente están pensando en lo impopular que será el aumento de las tarifas de los servicios públicos y que en parte adelantaron la derrota de Mauricio Macri en 2019. Además, la promesa de Martín Guzmán lleva una premisa de difícil cumplimiento: el país debe crecer al menos un 4% anual para que la reducción del gasto público no impacte de lleno en la obra pública y en el gasto social. El primer elemento es escudriñado obsesivamente por los gobernadores que ya ven retaceados los fondos para las obras, incluso las de menor porte.
Adiós muchachos. El razonamiento que las elecciones presidenciales están perdidas lleva a una consecuencia enorme por parte del kirchnerismo, no vale la pena jugar en 2023, por lo cual el presidente quedará en la absoluta soledad política, la consigna es replegarse es dónde pueda dar pelea: la provincia de Buenos Aires y por supuesto las intendencias del Gran Buenos Aires. En este punto no se puede separar la opinión de Máximo Kirchner de la de su madre. La intención de desdoblar las elecciones de PBA de las nacionales marcan a las claras el deseo de estar lejos del posible Waterloo electoral.
Desde el corazón del macrismo se comparte la mirada de que 2023 será año de un nuevo cambio de signo político, pero la estabilidad del próximo gobierno estará condicionada por la contraseña “Déficit Cero”, y si votan afirmativamente este proyecto de ley serán corresponsables políticos del futuro económico del país y las dificultades para el cumplimento de las metas que todos dan por descontada, mostrando poca esperanza en el país. El economista y diputado nacional de Juntos por el Cambio Luciano Laspina es quién ha explicado con mayor detalle la necesidad táctica de oponerse al acuerdo, dando por descontado que los orígenes del veloz endeudamiento han pasado al olvido, y lo que cuenta es el presente.
Luego, el proyecto tal como vino del Poder Ejecutivo propone que la función de la política económica sea refrendada por el Congreso lo que hace preguntar a algunos opositores (con malicia) si les corresponderán oficinas en el Palacio de Hacienda, a metros de la Casa Rosada. Viene a la memoria la Ley de Intangibilidad de los depósitos votada por unanimidad por el Senado en agosto de 2001, buscando brindar seguridad y confianza en los ahorristas. En diciembre de ese mismo año el tándem Fernando de La Rúa – Domingo Cavallo decretaban el Corralito de esos mismos depósitos intangibles, y la sociedad estallaba en una cuasi guerra civil. Frente a esta memoria de lo asombroso es que Sergio Massa está intentando realizar modificaciones al proyecto que habilite al Ejecutivo a obtener un acuerdo con el Fondo, pero que desacople a los parlamentarios de las decisiones del gasto público, sobre todo en un contexto donde tres meses antes la propia oposición rechazó el Presupuesto Nacional para el corriente año.
El tiempo es veloz. No se puede dejar de observar que la idea compartida de que la elección de 2023 estaría servida para la oposición, está incrementando la interna de Juntos por el Cambio, y de alguna forma como se dice en el barrio se estarían a punto de almorzar la cena. Unos meses atrás parecía que los planetas se alienaban a favor de Horacio Rodríguez Larreta, y su preocupación parecía a orientarse a cómo organizar su futura presidencia, aplicando un análisis lineal poco creíble para la contingencia de la política argentina. Hoy las encuestas marcan un ascenso inesperado de Patricia Bullrich, incluso superando al Jefe de Gobierno porteño en una hipotética PASO. Esto por supuesto lo detectan todos los dirigentes de la coalición opositora, incluso los radicales de Martín Loustau que ven cada vez más lejana la promesa de Larreta de “entregarles” la Capital. Por eso ya no se puede hablar de una competencia entre halcones y palomas, sino una entre velociraptors ese género de dinosaurios terópodos caracterizados por su velocidad. Esta lucha comienza a tener un nuevo actor emergente que es Mauricio Macri, que algunos explican como autor intelectual de la retirada de sus congresistas en el marco de la Apertura de la Sesiones Legislativas.
Este juego de tensiones al interior de ambas coaliciones hace prenden una señal de alarma: cuál sería el futuro del gobierno de Alberto Fernández si el proyecto de ley fuera rechazado. Adicionalmente el marco internacional resultante de la invasión de Ucrania por parte de Rusia cambia todo el juego, y quizás propicie la retirada del acuerdo y una nueva negociación, llevando el “vamos viendo” a la cima de la frontera política.
Sociólogo (@cfdeangelis)