Todas las semanas aparecen nuevos libros acerca de la revolución tecnológica y su impacto sobre la realidad. El tema va más allá de la comunicación e internet. Las computadoras han evolucionado de tal manera que todas las ciencias progresan de manera exponencial por el constante incremento de su capacidad de almacenar y procesar información.
Tendencias. Uno de esos textos, de reciente aparición, describe las tendencias tecnológicas hacia las que parece ir la transformación y trata de explicar además por qué se producen esos cambios. En The Inevitable Understanding: The 12 Technological Forces that Will Shape Our Future, Kevin Kelly desarrolla los conceptos que considera centrales para ayudar a comprender lo que está pasando.
En el primer capítulo trata de algo que se ha convertido en un lugar común en toda la literatura avanzada contemporánea: todo se transforma de manera permanente a una velocidad vertiginosa. Las personas y las cosas cambian incesantemente. Nada permanece como está y, como dijo Zygmunt Bauman, la sociedad se volvió líquida. Necesitamos aprender todo el tiempo y adaptarnos a lo nuevo, porque todo es siempre distinto de lo que fue antes. Más que ser, está. Esto vale para los celulares, las salas de cine, la bolsa, las relaciones personales y la política.
En el segundo capítulo Kelly habla de lo que llama “cognificación”. La inteligencia artificial está al alcance de cualquier persona y en el futuro será algo tan accesible como llegó a ser la electricidad en el último siglo. Hay refrigeradoras inteligentes, celulares inteligentes, casas inteligentes, todo coche funciona manejado por computadoras. La inteligencia artificial se viene integrando y terminará integrando todo, cambiando de manera radical la forma en que funcionan los seres humanos y las cosas.
Hay una sociedad en ebullción en la que los electores son cada vez más autónomos y eligen a quien quieren.
Creadores a consumidores. Hay un flujo de átomos y de bits que fluyen todo el tiempo de creadores a consumidores, que a su vez se convierten en creadores, que los transmiten a otros consumidores. Todo fluye en el tiempo y el espacio y los papeles rígidos que nos asignaba la antigua sociedad se desbordaron. Nadie quiere ser objeto de los procesos, todas las personas se volvieron activas. No solo adquieren más información, sino que la transforman de manera autónoma y se transforman a sí mismos. Todos se sienten capacitados para crear una realidad en la que son periodistas, cineastas, filósofos, o cualquier otra cosa, con solo encontrar alguna información en la red y crear un blog o un canal propio en YouTube.
Cada vez más conseguimos información e interactuamos con ella a través de pantallas. Esa información que conseguimos es cada vez más fluida, está enlazada y etiquetada. Podemos navegar indefinidamente consiguiendo datos que nos permiten conectarnos con otros y formar comunidades virtuales de todo tipo, desde grupos que crían perros hasta otros que llegan a la conclusión de que la Tierra es plana.
Quienes creen en teorías conspirativas ven detrás de esto al imperialismo o a la CIA, suponen que alguien manipula este proceso, pero están totalmente equivocados. Nadie controla la red. Es un océano de informaciones, muchas de ellas falsas, en el que surge la vida virtual, como en su momento surgió la biológica en los océanos reales. Los libros que acariciamos, los antiguos libros y bibliotecas terminan siendo íconos que habitan pantallas con las que nos relacionamos. Tuve noticia del libro de Kelly porque me lo comentó un amigo, lo compré por la red y ahora es parte de mi biblioteca virtual. No tiene el sabor de los libros de papel a los que amo, pero me permite estar actualizado. Es un ícono más en una pantalla, como son muchas cosas que forman parte de mi vida.
Atomos y bits. El acceso a los bienes y al conocimiento se generalizó. En la Edad Media un libro tenía un costo sideral y estaba al alcance de pocos. Más del 90% de la población era pobre, estaba conforme con eso y solo esperaba que la muerte la sacara de este valle de lágrimas para disfrutar del paraíso.
En esta nueva sociedad es cada vez más fácil disponer de cualquier cosa, ya sea que esté compuesta por átomos o por bits. La mayor parte de las cosas están a nuestro alcance de manera inmediata y gratuita o pagando un pequeño precio que permite usar lo último y mejor de lo que existe gracias a la globalización. Podemos usar lo último y mejor de lo que existe de manera totalmente gratuita, o pagando una suma modesta a Spotify y escuchar toda la música que queramos, las bibliotecas virtuales son infinitas, podemos preguntar cualquier cosa sobre cualquier tópico y obtener una respuesta. Hacemos eso sin necesidad de que nadie nos ayude, simplemente siguiendo los pasos que nos señala la pantalla. Cuando necesitamos una información adicional, tampoco necesitamos recurrir a otro ser humano real. En la misma pantalla encontraremos sitios y personas que nos auxiliarán.
El individualismo al que nos llevan las pantallas tiene una contrapartida: en esta nueva sociedad compartir es un valor. Todos crean y comparten con otros lo que hacen. Hay personas que mueren todos los meses por tomarse una selfie original, que no tiene como destino depositarse en los antiguos álbumes de fotos que guardaban recuerdos, sino compartirla en la red, producir ruido y desaparecer. Abjuramos de la memoria en beneficio de la espectacularidad del momento.
Las ideas, sensaciones y sentimientos se comparten a escala mundial en una sociedad en la que se desataron el exhibicionismo y el voyeurismo y desaparecieron las fronteras de todo tipo. La proporción de pulsiones positivas y negativas que se reflejan en la red no es la misma. Aunque hay sitios que promueven la comprensión y la paz, la red permite que afloren los más bajos instintos, la intolerancia, la campaña sucia, la calumnia, la vileza, sobre todo en la política y las campañas electorales. Quienes las promueven no consiguen demasiados votos, pero aumentan el desencanto de la mayoría de los ciudadanos con la política y fomentan la crisis de la representación que aqueja a Occidente. Después de tanta farsa, la gente no quiere ser representada ni por las autoridades, ni por los congresistas, ni por nadie.
Interactuamos con nuestros dispositivos y con otros seres humanos en mundos reales y virtuales entre los que no hay fronteras claras. Nuestro celular y los dispositivos que siguen apareciendo nos “conocerán” más que nuestra pareja, nuestro psicólogo o nuestro médico. Por nuestra parte, conocemos y conoceremos otros mundos y personas a través de estos aparatos sin la intermediación de la familia ni de otras instancias de ese tipo
Política. En lo que se refiere a la política, aquí está una de las claves para la crisis de la democracia representativa. En esta sociedad de las pantallas parecería que sobran los partidos, las organizaciones intermedias, incluso las instituciones republicanas.
Todo se cuestiona con razón o sin ella. Miles de millones de personas conectadas crean un nuevo nivel de organización en el que las preguntas son la norma y las respuestas surgen del colectivo. Las preguntas inimaginadas engendran respuestas inimaginables.
Vivimos un momento en el que, dentro de treinta años, la gente mirará hacia atrás y dirá, “ese fue el comienzo de la era en la que vivimos”. Estas fuerzas darán forma a nuestro futuro y solo estamos al principio.
Es difícil imaginar el desarrollo de la política en el futuro. Lo cierto es que una democracia directa, sin instituciones y mediaciones, solo puede llevar al caos. Los partidos son necesarios pero deberán reinventarse.
En las últimas elecciones ecuatorianas, con excepción de Jaime Nebot, casi todos los candidatos con hojas de vida importantes, respaldados por muchos partidos, perdieron las elecciones. Incluso personajes como Paco Moncayo, ex alcalde de Quito, hombre íntegro, héroe de la guerra, perdió frente a un personaje totalmente nuevo como Jorge Yunda. Pasó lo mismo con otras personalidades de la política ecuatoriana como Luis Fernando Torres, Federico Peres, Bolívar Castillo y otros. En casi todos lados cara nueva mató a líder probado. Pasó lo mismo en las elecciones mexicanas, en las que el partido con mayor aparato del continente, el PRI, soportó una derrota inimaginable, a manos de políticos nuevos que se había alineado con Morena y Andrés Manuel López Obrador. También en Brasil, donde un personaje con la hoja de vida de Geraldo Alckmin y la mayor parte de los políticos cuya elección para el Congreso se daba por descontada se quedaron en casa.
Tenemos que analizar esta sociedad en ebullición en la que los electores se vuelven cada vez más autónomos, eligen a quien quieren, y no fiarnos de lo que dicen los viejos textos.
*Profesor de la GWU. Miembro
de la Club Político Argentino.