COLUMNISTAS
Perón y los Montoneros

1 de mayo de 1974 | Cuando la "juventud maravillosa" se volvió estúpida

La multitudinaria concentración por el Día del Trabajo en la Plaza de Mayo representó la ruptura definitiva entre Montoneros y Perón. Los militantes desafiaron al anciano mandatario y recibieron una dura respuesta.

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montoneros | cedoc

—¡Perón, Perón! –gritaba la columna montonera con fervor.

Era un día muy especial para los argentinos. Hasta para los que estaban de viaje. Juan Domingo Perón en el balcón, un 1 de mayo. Los Montoneros abajo. Los sindicatos abajo. La Triple A abajo. López Rega e Isabelita arriba. Perón, viejo, pero todavía de pie.

Iba a hablar de la importancia de la clase trabajadora en el Movimiento, del avance de los trabajadores, de los salarios y del pacto social.

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—... Compañeros: hoy, hace 21 años que en este mismo balcón, y con un día luminoso como el de hoy, hablé por última vez a los trabajadores argentinos...

—¡Qué pasa, qué pasa, qué pasa, General, está lleno de gorilas el gobierno popular! –coreaban en la Plaza de Mayo la Juventud Peronista y los Montoneros.

Había pasado mucho tiempo desde aquel día luminoso de 1953. Las interrupciones fueron muchas. Quedó registrada la frase de Perón “imberbes estúpidos”. Pero lo que dijo había sido más argumental:

  • 1) “No me equivoqué (...) en la calidad de la organización sindical, que se mantuvo a través de veinte años, pese a estos estúpidos que gritan.”
  • 2) “Hoy resulta que algunos imberbes pretenden tener más méritos que los que lucharon durante veinte años.”
  • 3) “Estos infiltrados que trabajan desde adentro, y que traidoramente son más peligrosos que los que trabajan desde afuera.”

El contexto político de aquel acto no era tranquilizador. “Fuimos a la Plaza conscientes de que la relación con Perón estaba rota y de que debíamos evitar un enfrentamiento civil”, explicaba a PERFIL Fernando Vaca Narvaja, ex número tres de Montoneros.

“Estábamos enfrentados con Perón, pero fuimos nosotros quienes le propusimos el acto del 1 de Mayo, porque históricamente era visto como el día del diálogo entre el pueblo y Perón. Perón aceptó y se hizo el acto en medio de una tensión muy grande porque teníamos fresco en la memoria lo de Ezeiza. Pero queríamos garantizar una presencia importante de compañeros”, recordó Roberto Perdía, ex jefe de Montoneros.

Según José Amorín, uno de los fundadores del Movimiento, que por aquel entonces tenía 26 años y estaba algo distanciado de la organización, aunque seguía al frente de la columna del “Lejanísimo Oeste”, Perón “exigió que los únicos carteles permitidos fueran los identificadores de las organizaciones de trabajadores. Todo en el contexto del enfrentamiento entre Montoneros y Perón, que venía desde antes de lo de Ezeiza, que se profundiza con Ezeiza, y termina por producir una ruptura casi total con el asesinato de Rucci”.

Montoneros reclamaba su lugar. Mario Firmenich, el jefe máximo, dijo años después que “en el ’74 hace eclosión el proceso de discusión, que no tenía fluidos canales de diálogo, porque como Perón sabía cuál era nuestra posición, pretendía impedir por la vía administrativa la expresión de nuestros planteos”.

La plaza del desencuentro

Los preparativos llevaron un mes. El acto estaba programado para las 4 de la tarde. Montoneros estableció una coordinación con todas las columnas del interior. No fue fácil porque la Policía Federal presionaba a los gobernadores para que no dejaran pasar los colectivos y se bajara a la gente de los trenes. Se negoció gobernación por gobernación.

Perdía y Rodolfo Walsh estaban al frente del comando creado para “ir superando los problemas”, mientras los militantes llegaban desde el interior. “Rodolfo estaba a cargo de las escuchas para saber qué pasaba con el sistema represivo y demás –decía Perdía–. Toda esa noche previa la pasamos en un destacamento donde habíamos conectado teléfonos para estar comunicados con las distintas columnas. Todo se iba retrasando, justamente por estas negociaciones que había que hacer en cada parte. Habíamos pedido a legisladores amigos y a sectores de la prensa para que sirvieran de contención ante cualquier intento de agresión. El jefe de la Policía Federal, Alberto Villar, había planteado que no nos iba a dejar pasar. A la madrugada llegaba un contingente de compañeros de la Patagonia y se le aparecieron en la General Paz. Nosotros, por las escuchas de la radio, oíamos cómo Villar ordenaba impedir el paso. ‘Pero mire que ya está la prensa’, le decían. Y ahí dejaban pasar a los colectivos. Villar quería que enviáramos delegados para negociar y los metía presos. Incluso mandamos periodistas extranjeros y también los metió presos”.

El punto de encuentro era la explanada de la Facultad de Derecho. Desde allí, todos caminarían hacia Plaza de Mayo. Amorín encabezaba una columna de 3.500 personas. “Abuelos, familias, chicos, nietos… –relató–. Por eso yo había puesto una condición para ir: no desplegar carteles de Montoneros, como había dictado Perón, ir en paz, evitar cualquier tipo de enfrentamiento con el Viejo. Gritar solamente ‘¡Perón! ¡Perón!’”.

“Llegamos a la Facultad de Derecho y me encontré con una sorpresa tremenda –continúa Amorín–: muchachos, muy jóvenes, haciendo ejercicios de orden cerrado. Era patético. ‘Media vuelta, carrera march, firme, giro a la izquierda, giro a la derecha…’ Nosotros bajábamos de los colectivos con los pibes, el mate, los sándwiches. Los pibes corrían entre los que hacían orden cerrado mientras desde un megáfono gritaban: ‘los del Lejanísimo Oeste, ocupen su lugar’.”

En la Plaza, Amorín y su “Lejanísimo Oeste” quedaron junto a sindicalistas, detrás, con sus abuelos y nietos, para distraer a la policía que estaba al acecho de carteles y armas.

Antonio Carrizo anunció a Isabel, la “coronadora de la obrera más linda”, ganadora del concurso de la Reina del Trabajo. “Cuando apareció Isabel la silbatina era feroz –dice Amorín–. En eso, mi segundo, el gordo Lorges, un tipo gigantesco, me dice: ‘Uuyy, mirá petiso...’. Me sube en los hombros y miro hacia atrás. Había un despliegue total de carteles montoneros. Le dije: ‘Flaco, aquí aguantemos como sea y tratemos de ver cómo protegemos a los chicos’. Ya había empezado el enfrentamiento entre sindicalistas y Montoneros. Nosotros ligábamos palazos a pesar de que pedimos que lo único que se gritaba fuera ‘Perón, Perón’...”.

El truco de los Montoneros que enojó a Perón

El truco había sido sencillo, contó Firmenich: “En los bombos gigantes que usamos para esa ocasión, llevamos banderas, aerosoles, letras de las insignias que queríamos poner y concurrimos con grandes banderas argentinas sin inscripciones. Nos dejaron pasar. Pero cuando Perón salió al balcón, las banderas argentinas súbitamente se convirtieron en banderas con las inscripciones políticas que llevábamos a las movilizaciones. Esto enardeció a Perón. El era el prototipo del político racional, del estratega, del hombre frío, que tomaba decisiones sin emociones. Y ese día reaccionó emocionalmente, con insultos que no forman parte del discurso político. Esto desencadenó una tragedia, esa es la verdad”.

Cuando la columna de Perdía ingresó a la Plaza por Diagonal Norte, ubicándose en el lugar que ya habían pactado de antemano, junto a la Catedral, vieron a los francotiradores apostados sobre los techos de la Catedral y en los del Ministerio de Bienestar Social.

“Recuerdo que cuando empezó el acto estábamos solos con Rodolfo (Walsh) y el compañero Mendizábal, que hacía de contacto directo entre nosotros y los compañeros que estaban en la Plaza –explicaba Perdía a PERFIL–. Mendizábal nos había traído un plato lleno de milanesas. No habíamos comido en toda la noche. No recuerdo cómo fueron las circunstancias, pero sí tengo la imagen de cuando Perón se agitaba en la Plaza y decía aquellas famosas palabras de los jóvenes imberbes.Cuando terminó, nos miramos con Rodolfo y las milanesas habían desaparecido. De la angustia que teníamos nos habíamos morfado absolutamente todo sin darnos cuenta. Nos miramos y nos preguntamos: ‘¿Y ahora qué pasa, no?’.”

Algunos se fueron, otros decidieron quedarse. Pero todos tenían un sabor amargo en la boca. Ninguno esperaba esa reacción de Perón. Esa misma noche, Perdía redactó un breve comunicado oficial de Montoneros sobre lo que había sucedido: “Algo muy profundo se rompió”, escribió.

Regreso de Perón después de 18 años de exilio

Los peronistas de Perón no querían ninguna patria socialista. El 20 de junio de 1973, cuando Perón regresaba al país luego de 18 años de exilio, fue el día de la masacre de Ezeiza. Unas dos millones de personas se habían reunido en los bosques de Ezeiza para esperar al líder. El coronel retirado Jorge Osinde, a cargo de la seguridad, tenía órdenes de impedir que la izquierda peronista llegara hasta el lugar. Al acercarse las columnas de Montoneros y de la FAR fueron atacadas a tiros desde el palco que se había montado. Se armó una batalla campal donde murieron decenas de personas y centenares resultaron heridas. Meses más tarde, el 25 de septiembre de ese mismo año, Montoneros vengó a sus muertos asesinando a José Ignacio Rucci, secretario general de la CGT y amigo de Perón. Las diferencias ya eran abiertas. Ya no era la “juventud maravillosa” que peleaba por el regerso de Perón, que había preferido la ortodoxia y los sindicatos.

“La relación con la juventud no va a ser fácil –le decía Jorge Antonio a Perón en Madrid–, porque esa juventud no lo conoce a usted personalmente. Y usted tampoco lo conoce a ellos. Usted, a la vieja dirigencia, sabe cómo manejarla. Hasta podríamos decir que dependen de usted. Sabe cómo sacarlos, colocarlos, ponerlos, orientarlos. Pero a estos muchachos no, es distinto. La vieja dirigencia le debe su poder a usted. En cambio, estos muchachos, no le deben nada. Más bien, parte de su poder se lo debe a ellos. Es un tema generacional.”

“No, no. Ya va a ver, yo llego, hablo con ellos…y arreglamos”, le dijo Perón.

¿Qué arreglamos? El 8 de septiembre del ’73, la JP se reunió con Perón en la residencia de Gaspar Campos en la primera de una serie de entrevistas que buscaban organizarla.

“Ustedes están desorganizados. Organizados podrán discutir las decisiones, y ganarlas algunas veces”, les dijo. También les reprochó: “Atacan a la organización sindical”. Tenía muchas cosas más que decirles: “Ustedes, todos los demás valores que quieran, pero la experiencia se la tenemos que dar nosotros. Son como los locos, todos los días empezando una cosa nueva. Todas estas cosas que han ocurrido dentro de la Juventud hay que borrarlas y llegar a hacer una organización, donde para un hombre de esta generación no haya mejor que otro hombre de esta generación. La inorganicidad lleva a cualquier infiltración o desviación”.

La segunda entrevista se realizó el 7 de febrero de 1974, en la Residencia de Olivos. Fue más duro: “Gritamos las mismas cosas aun cuando no tenemos las mismas intenciones. No interesa lo que se grite, interesa lo que se siente y lo que se piensa y también lo que se hace, que no siempre es confesable (…) es una falta de ética política que se metan diciendo ‘viva Perón’ y están pensando ‘que se muera Perón’...”. Sobre los documentos de los Montoneros dijo: “Han tenido hasta la imprudencia de comunicar abiertamente lo que ellos son y lo que quieren. Lo venimos viendo. Tengo todos los documentos y, además, los he estudiado. Bueno, ésos son cualquier cosa menos justicialistas...”. Y terminó: “Para la próxima reunión piensen en quién es quién. Eso es lo que necesitamos saber”.

La próxima reunión nunca se llegó a realizar. La conducción montonera decidió no asistir. La comunicación con Perón se había cortado.

Pero ese 1 de mayo, les salvó la vida. Esa tarde, Oscar Alende se acercó al General, que estaba sentado, meditando en el Salón Blanco de la Casa Rosada, y le dijo:

—Bueno, General, no se tiene que poner así. Después de todo son los muchachos…

—A los muchachos hay que pegarles un buen tirón de orejas de vez en cuando. Son muy pibes… –le contestó Perón.

Fue en ese momento que pasaba por ahí José López Rega.

—¡Lopecito!, si a alguno de estos chicos le llega a pasar algo, la cabeza que rueda es la de usted, mañana mismo.

Minutos después se canceló el operativo preparado para la explanada de la Facultad de Derecho, donde las columnas de Montoneros iban a ser ametralladas...