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paradojas

Cuestión de aromas y olfato

Juntos por el Cambio no se divide porque huele una victoria en 2023. El Frente resiste porque huele una derrota.

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De acá para allá, de allí para acá, una semanita muy ajetreada, Sergio Massa. | Pablo Temes

Se cerró el primer acto de la ópera Yendo al Fondo con el resultado previsible. Falta el Senado –territorio de CFK–, pero suena difícil que suceda algo fuera de programa luego de la contundente votación de los diputados. Sería muy raro que ocurriese algo a contramano de uno de los pocos consensos sociales y dirigenciales de estos tiempos: hay que arreglar con el FMI. ¿Se puede ir en contra de los empresarios, la CGT, la mayoría de los medios de comunicación, los gobernadores e intendentes, la principal oposición y la opinión pública? Sí, pero no sería muy conveniente.

Como ya lo dijimos en esta columna, los problemas reales empezarán en el mismo momento que el Congreso dé el visto bueno, porque ahí se verá cómo hacen Alberto y Guzmán para doblegar a los alfiles de Cristina en el área de energía y servicios públicos, de modo de poder llegar de manera decente a la primera auditoría del Fondo, hacia fines de junio aproximadamente.

Este primer acto deja ganadores y perdedores relativos en ambos bandos. Los que festejan, lo hacen con sordina, y los derrotados saben que la ópera no terminó ayer. En el lado de los primeros se debería poner a Alberto, Massa, el peronismo territorial y las palomas de las dos coaliciones. Del lado de los segundos se puede incluir a Máximo (y Cristina + el kirchnerismo), Guzmán, Macri y los halcones sin distinción.

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Alberto consigue la aprobación con esfuerzo negociador y exponiendo la fractura interna, desairando a su ministro de Economía. Massa se erigió en negociador y garante frente a las partes, revalorizando el rol estratégico que posee desde que se sumó al Frente de Todos. Como se vio ayer, la gran mayoría del peronismo con gestión o mando de tropa no quería hacer locuras, porque saben que el Apocalipsis se los lleva puestos automáticamente. Por añadidura, los moderados en general (por ejemplo, Carrió) le ganaron una partida a los irascibles de todo color, lo cual muestra también dónde se ubica la mayoría del sistema político.

Máximo, con todo el conglomerado K, son perdedores porque a la hora de los bifes quedaron lejos dentro del propio bloque. Pero se manifiestan fieles a sus creencias y especulan con que dentro de pocos meses la realidad les dará la razón. Quizá el error de cálculo sea pensar que su cluster se verá favorecido si finalmente la crisis se desata. Por otro lado, aun perdiendo, su apuesta estratégica es a más largo plazo, dando por sentado que el 2023 se empezó a perder ayer, y que la mirada debe elevarse hacia 2025 o 2027. Una eternidad en nuestro país.

Guzmán quedó como un caprichoso que demoró todo más de la cuenta, no consiguiendo el aval a su programa económico, y además, generando cansancio en los propios referentes que querían el acuerdo. De modo que sobre su futuro se vienen grandes interrogantes: ¿Alberto lo seguirá bancando? ¿es la figura para encarar la nueva etapa? ¿le alcanza con haber sido el ministro renegociador (bonistas y Fondo)? ¿no preferirá retirarse con “alguna gloria” a dar cátedra y contar su leading case con bastante maquillaje?

El FdT no se rompió. Lo que está viviendo son "disidencias coyunturales"

Macri sigue entrenando para su “segundo tiempo”. Forzó hasta donde pudo una crisis para el oficialismo, de la mano de su teoría respecto a que la Argentina necesita una megacrisis como 1989 o 2001 que genere el cheque en blanco a un líder salvador (como él). Si Máximo y Cristina tienen razón en que el acuerdo es un cambalache que debería revisarse en seis meses, entonces al ex presidente también se le dibujará una sonrisa. Ídem a los halcones de todo color. ¡Pero atención! Porque no es el primer partido que Alberto empieza ganando y termina perdiendo.

Como las ganancias y pérdidas son relativas, entonces tampoco se deben sacar conclusiones definitorias sobre si hay un nuevo tablero. También por el hecho de que hay matices que los titulares de los medios lógicamente no pueden reflejar. Por ejemplo, el kirchnerismo permitió que le reemplazaran algunos diputados en las comisiones solo para asegurar la imposición del dictamen de mayoría, sin decir esta boca es mía. Luego varios K aludieron a este episodio como “disidencia coyuntural”, no a desencuentro estructural. Máximo tampoco hizo más ruido del que ya había hecho. Menos aún su madre. En definitiva le dejaron a Alberto que tuviera la fiesta en paz. Si la jugada le sale mal, ya se la cobrarán. Pero por ahora, hubo “códigos”.

Entonces ¿ya se rompió el Frente de Todos? No, y dudo que se vaya a romper en los próximos meses, salvo estas “disidencias coyunturales”. Pese a que hay posturas muy distintas en un tema clave como el acuerdo con el Fondo, préstese atención a estas consideraciones: el que rompa será el culpable de una derrota en 2023, y nadie querrá cargar con esa cruz. Es un capital demasiado grande como para entregárselo al otro bando interno así no más, al menos por ahora, el que decida romper ¿cómo hace para conducir al conjunto luego? Porque todos están convencidos que sin unidad se van a casa en la primera ronda; si Macri tiene ganas de regresar, eso incentivará más a toda la confederación peronista a cerrar filas: hay unidad en considerarlo lo peor que le puede pasar al país (con ese argumento ganaron en 2019); si se cumple la premisa de “internas en todos los niveles en 2023”, operará como una fuerte herramienta de contención, ya que envidian el uso astuto que hizo JxC el año pasado; 2019 demostró que la demanda no necesariamente ordena a la oferta, sino que la adecuada construcción de la oferta puede ser definitoria. O como dijo Alberto post PASO de aquél año: “El secreto de ganar una campaña es acertar con la política”.

Un experimentado dirigente político de los  80 y los 90 decía estos días que Juntos permanecía unido porque había aroma a triunfo en 2023, y el Frente no se rompía porque hay aroma a derrota. Pero que en definitiva, lo que caracteriza a la política argentina hoy es una cuestión de aromas. Aromas que necesitan de un buen olfato.

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