Siempre se refieren a mi súbdita, la inquieta y verborrágica lengua. Porque ella se encarga de hablar, dictamina, y bien se sabe –aunque a veces entorpece–: no hay humanidad sin lenguaje. Mis emisiones, en cambio son disonantes: carrasperas, toses de airecillos variados, un agggg frente a un médico que discierne inflamación de posibles placas y, con mucha suerte, apreciada en vocalizaciones.
Esta vez, gracias a la lengua y sus despilfarros (que algunos llaman “lapsus” o “fallidos”), me convertí en protagonista de las redes y los memes. Nada menos que al Presidente se le escapó una figura pornográfica que me invoca “garganta profunda”. El intento de remedo fue inmediato. Como en realidad había querido referirse a una visibilizadora y solidaria revista llamada La Garganta Poderosa, intentó que se olvidaran de lo que había dicho repitiendo muchas veces “poderosa”, “poderosa”, “poderosa”.
Pero como escribe el gran autor italiano, Leonardo Sciascia en su magnífica novela El día de la lechuza, las palabras no son como los perros a quienes se los llaman y vuelven… Una vez dichas, van donde fueron escuchadas. Jamás regresan. Por más que dijera mil veces “poderosas”, seguiría resonando “profunda”. Entonces duplicó la apuesta, jugando con la asociación de ambos términos: si poderosa, profunda.
Las palabras no son como los perros a los que se los llama y vuelven...
Tan recluida a la anatomía, a las guardias médicas, a la oscuridad de las bocas, ¡ahora resulta que soy profunda y poderosa!
Esto de convertirme en la garganta más comentada me redime de tanta reclusión. Sobre todo porque gracias al equívoco –sin ahondar en sus causas picaras– certifico la importancia del grito.
En todas las tapas de La Garganta Poderosa (lanzada por una cooperativa de la organización social La Poderosa, que toma su nombre de la Norton 500 de 1939 con la que el Che Guevara realizó su viaje por Latinoamérica) hay famosos, desde Lionel Messi hasta Pepe Mujica, dando un alarido.
Entendieron bien la cosa. Lo que se dice no siempre es lo que se piensa, de la boca para afuera. Más vale exhibirme y cambiar el dicho: de la boca para adentro.