Ni el más imaginativo observador sospechó el giro que esta semana produjo la bullangera protesta policial. Menos el epílogo de esa peligrosa movilización: dos alelados espectadores de la función son los que terminan pagando la resolución del conflicto. Mientras, lo inaudito: las primas donnas hicieron mutis por el foro, algunas ni hablaron en su retirada. Así quedaron como responsables de abonar la cuenta Horacio Rodríguez Larreta y Martín Guzmán.
Uno, el Jefe de Gobierno, ya confesó su decepción ante la “herencia recibida”. El otro, ministro de Economía (considerado un “ monotema”, ya que mas de dos lo abruman en su esquema de trabajo), quizás no avizoró el turbión en ciernes por el porcentaje del incremento salarial que los uniformados le arrancaron al Gobierno: la propagación de ese monto en otros sectores puede desatar un reguero que no estaba contemplado en una gestión que presumìa, a fuerza de palos en los controles, mantener quieta la inflación. Ahora entra en zona de riesgo el 7% de déficit comprometido para este año, ni hablar de lo que se vaticina para el 2021. Pobre Guzmán.
No en balde desde Olivos citaron a la CGT y les hicieron decir a la cúpula que no se habla de paritarias y les recordaron que la palabra “rodrigazo” ya no figura en el diccionario. Ahora empieza otro régimen salarial gracias al desafío policial que revela una injusta y cómoda distracción del Gobierno, que se olvidó de los que trabajan en primera línea, con mayor riesgo, los “esenciales”, mientras privilegió a otros que se han quedado en casa cobrando mejores sueldos. Se anticipa, tal vez, una pugna por los ingresos que se suponía dormida.
Le faltó traje y corbata al jefe porteño para admitir el duelo por la súbita poda de $30 mil millones que le impuso la Casa Rosada, “hacer justicia con el culo del otro”, como suele decir Javier Milei. Ni siquiera le han reconocido el titulo de héroe por ese aporte obligado a favor de la policía bonaerense. Al contrario: hasta lo cuestionaron por administrar con cierta corrección el distrito y robarle a las demás provincias en la coparticipación, con el sonsonete de que el interior banca a los porteños. Además, lo peor, tuvo que aceptar en silencio lo que siempre le dijo Mauricio Macri: “No podés confiar en los Fernández, en ella sobre todo. Te das vuelta y te traiciona, siempre hay que mostrarles los dientes”.
El consejo también valía para los cándidos intendentes de Cambiemos que asistieron al anuncio del decreto de Fernández: parecían complacientes voyeurs ante el sorpresivo sometimiento económico que ejercía el Presidente con Larreta. Por expresar de algun modo lo que es capaz un “amigo” en la política y, de paso, haber olvidado una advertencia previa de Cristina cuando se refirió a los jardines de Babilonia que gozan los capitalinos mientras los bonaerenses chapotean en el lodo. Como si ella posara en ese fango sus zapatos Louboutin. Hablando de opulencias, claro.
Típico: lejos de esas incidencias, cayó bien en la población el rol de víctima del alcalde, su promesa masoquista de persistir en el diálogo a pesar del castigo. Una suerte de “campeón moral” de la concordia. Sin embargo, en el martirio, abandonó una ambigüedad distintiva. Manifestó una consigna ideológica: “Estoy para nivelar hacia arriba, en contra de la nivelación hacia abajo”. Traducción: casi un pronunciamiento sobre Venezuela junior, la propiedad privada, los nuevos impuestos, la falsa solidaridad social del dúo Fernandez que propone lo contrario: hacerle pagar cada vez más a los que trabajan y ahorran mientras premian la falta de esfuerzo, suerte u holgazanería de otros. Le faltaba utilizar una frase de Mujica, el uruguayo ex presidente de izquierda, quien frente a temas tributarios excesivos, un día pontificó: “Nosotros a las vacas de la oligarquía las ordeñamos, no las matamos”. Tenía que pasarle en carne propia el daño para que Larreta hiciera estos descubrimientos, quizás le indique otro camino político.
Del otro lado quedó un saldo combustible, explosivo: falta de responsabilidad en el Gobierno. Con aditamentos patéticos. Por ejemplo, una evasión pública de Alberto diciendo que no era a él a quien debían protestarle los policías. Casi gracioso en trasladarle el muerto a la vecina Doña María o al anonadado gobernador Kicillof. Un juego infantil, el Don Pirulero de antaño con un Berni señalando a su vez que no le protesten a él, que no maneja ni dispone de la plata. El lío liberó al público de que abandonara por unos momentos la pantalla de TV, una droga en su caso.
También se recluyó en el silencio Cristina, igual que su hijo. Quizás pergeñando sospechas de complots en su contra atribuida a los intendentes propios que no soportan la excentricidad de Berni o el mustio desconcierto del Gobernador, llamado “el soviético” por algunos: los dos son sus espadas preferidas para la Provincia. No parecen compartir esa idea los barones del Conurbano. Hasta algún dicterio del Patria le llegó a Massa, a quien le atribuyen –en el medio de la batahola– ofrecer al legislador Jorge D’Onofrio como eventual recambio de Berni.
Tan caldeado estaba el ambiente cristinista que algún joven de La Cámpora pronosticó: “Si les gusta jugar sucio, entonces vamos a jugar sucio”. Tal vez demasiado tremendismo para una conspiración menor y un petitorio policial modesto en demandas, sin alusiones extravagantes, quejoso por anuncios de planes repetidos y la promesa de que incorporaran l0 mil nuevos agentes cuando ni siquiera les pagan lo suficiente a los que existen.
Hubo angustia oficial porque muchos alborotadores fueron con los patrulleros a Olivos y a la casa del gobernador a bocinazos. Y ninguna otra repartición de Seguridad quiso disiparlos: parte de la horizontalidad en la que fueron educados en los últimos tiempos K y del macrismo. Hasta pareció risible que Grabois enviara gente para apoyar al Presidente, el mismo que dice que saldría de caño si no le alcanzara la plata, pero que desea reprimir a la policía que protesta porque no le alcanza la plata.
Si se descubre desaprensión gubernamental, lo más notorio fue que a pesar de haberse anticipado en los medios la protesta policial, ni el organismo de inteligencia nacional ni los propios jerarcas del Gobierno presagiaron la dimensión del conflicto. Ni el conflicto mismo, una desidia. Inclusive hasta apagó la instrucción de CFK por terminar el sistema de toma de tierras, amenazando a los grupos sociales que los encabezan y a los cuales solventa. Descubrió, con tardanza, que esas ocupaciones desestabilizan a Berni y a Kicillof, dos de sus muñecos preferidos para las elecciones 2021.