¿Puede un algoritmo gozar con sentirse amo? Me pregunto qué sentirán los trabajadores humanos cuando ni siquiera los quieran explotar, cuando las élites no los deseen ni de esclavos. Cuando se vean sumidos en la irrelevancia, porque los algoritmos han resuelto el grueso de sus tareas, y el club que orquesta su cálculo virtuoso ya no los necesita.
“Las computadoras no sirven; sólo dan respuestas”, consideró Pablo Picasso. Pero las computadoras crearon nuevas preguntas y tienen rimbombantes debuts artísticos. La semana pasada, el retrato del Conde Edmond de Belamy, un hombre ficcional generado por inteligencia artificial, se vendió en Christie’s por 400.000 euros. Belamy es la traducción de Goodfellow, el inventor de los algoritmos GAN, los autores del cuadro. El cuadro está firmado por una línea de código, y forma parte de una serie de retratos de una familia nobiliaria de fantasía; es una intervención del grupo Obvious, formado por tres franceses de 25 años. Frases misteriosas acompañan los cuadros: “¿Quién dijo que no tener alma es un defecto? Yo creo que me hace sin límites”, reflexiona Madame de Belamy. Luego, un programador de diecinueve años, Robbie Barrat, reclamó su tajada: él había entrenado a los algoritmos que pintaron el cuadro. Robbie es como el artesano que hizo un mingitorio y le pide regalías a Marcel Duchamp.
Habrá algoritmos artistas creando para ser evaluados por algoritmos coleccionistas
Los GAN saben copiar patrones visuales, pero su inocencia acerca de las convenciones humanas crea las figuras que mutan unas dentro de otras. Es posible que los coleccionistas incorporaren algoritmos para optimizar sus portfolios; después de todo, el arte es un mercado predictivo, el área donde los algoritmos brillan. Habrá algoritmos artistas creando para ser evaluados por algoritmos coleccionistas. Quizás, el GAN entrenado por Robbie se imaginó único, amo recóndito de sus poderes, y jamás hubiera tolerado que un humanito se atribuyera una plusvalía por su obra.