En la calle pasa una camioneta repitiendo por los parlantes que hay que quedarse en el molde. Tengo un déjà vu. Tal vez de las películas apocalípticas, que ahora deberán ser pasadas a la sección de realistas en las plataformas digitales. Lo cierto es que la camioneta me hizo pensar en Invasión, una película dirigida por Hugo Santiago y escrita por dos de los mejores gorilas que dio nuestro país.
Pensaba también que este modelo del virus ya viejo (Covid-19) nos está estudiando. Es algo que les gusta decir a los infectólogos. Si el virus tiene la capacidad capitalista de progreso a toda costa que tenía Steve Jobs, estamos en problemas. La versión Covid-20 va a ser fácil de descargar y se va a cargar a todos.
Pero también pensaba en ciertas cualidades que tiene el virus. El virus no te va a buscar, dijo el presidente Alberto Fernández. Eso me gusta de ciertos escritores, los que no te salen a buscar, los que esperan que los encuentres. El virus no tiene grieta, no discrimina. El virus no canta el himno como un vecino mío a las nueve de la noche cuando se aplaude a los médicos.
Eso también me gusta del virus: que no tenga patria. La patria, y el himno, para mí es lo peor que tenemos. Escuché el himno cuando llegaron en el 76 los militares y lo escuché cuando mandaban a los chicos a Malvinas con un consenso espeluznante. El himno lo cantaban los jugadores argentinos en el Mundial 78 mientras la dictadura mataba a todos. Cada vez que alguien canta el himno empieza a morir gente. En el 82 peleábamos una guerra y jugábamos un Mundial. Increíble, ¿no?
El virus eliminó la boludez del fútbol. Nos puso más serios. De alguna manera la sociedad es un virus. Algunos son asintomáticos: festejan cumpleaños, hacen asados y sacan a pasear al perro, otros incluso la pasan bárbaro y no paran de acumular riquezas aprovechándose del virus. Y muchos, ya sabemos, mueren como moscas.
Esta columna fue publicada el 17 de Abril.