COLUMNISTAS
UN TIEMPO NUEVO

El debate del fin del mundo

En esta segunda vuelta participan los candidatos que fueron más votados en la primera. Quienes no votaron por ninguno de ellos decidirán quién es el nuevo mandatario, forzados a escoger entre dos a los que no querían. Votarán por el que les parezca menos malo. Antes, creían que se puede ganar con el apoyo de los derrotados para que endosen sus votantes, pero esa sociedad se acabó. Los votantes actuales no son de nadie, la red los volvió ariscos.

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Espinoso de bate. | Pablo Temes

Cuando Lula llegó a la segunda vuelta con 48,5% de los votos, enfrentando a Jair Bolsonaro con 43%, analizamos este tema. Aconsejamos a Lula que no busque el respaldo de Simone Tebet, que obtuvo el 4%, ni de Ciro Gomez, que consiguió el 3%. En el paradigma antiguo las sumas suman, pero hoy sabemos que pueden restar. Esos apoyos lo llevaban al 56%; pero Lula apenas llegó al 51%, frente a un 49% de Bolsonaro. Bolsonaro hubiera podido ganar si consultores profesionales lo ayudaban a aprovechar las reacciones que producen entre los actuales electores los endosos mal hechos.

Sobre todo en Occidente, la gente tiene contacto directo con Dios: hace click en el celular y consulta a Google lo que quiere. Los individuos conversan entre ellos, no dependen de los más educados, ni de quienes se comunican con dioses.

No conocen las propuestas de los candidatos, que tampoco influyen en su voto. Se deciden porque algunos les provocan sentimientos, positivos o negativos, o porque sienten que los pueden afectar en temas que tienen que ver con su metro cuadrado.

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La red ha fomentado una actitud negativa generalizada, agudizada por la pandemia. Ha crecido la violencia en las calles, en la familia, en el trabajo.  La mayoría de los latinoamericanos estamos enojados, insatisfechos, queremos “un cambio” de cualquier tipo, que archivamos inmediatamente para pedir otro cambio.

En estas elecciones, quienes no votaron en la primera vuelta por Massa o Milei se han fanatizado, porque así es el clima de la época, y porque los finalistas tienen características irritantes.

Massa viene de una larga trayectoria política, ha participado del gobierno más desprestigiado de la democracia reciente. La economía no funcionó como habría querido, la inflación y otros indicadores económicos se desbordaron, y él es el ministro de Economía.

Pero la percepción de la economía que tienen las élites es distinta a la de la mayoría de los electores. Las actitudes de la gente no son las que esperarían los economistas.

Cada grupo de personas tiene distintas percepciones de la realidad. Para quienes viajamos permanentemente, luce extraña la crisis económica que tiene a los argentinos al borde de la inanición. Estuvimos en Venezuela cuando la dictadura militar quebró al país. Nuestro socio, Roberto Zapata, que vivía en él, llevaba maletas con arroz, harina, y otros bienes elementales, porque no había comida en Caracas. Hasta el día de hoy se envían medicinas a enfermos de ese país, que no se pueden conseguir si no pertenecen a las corruptas élites militares. En Venezuela, cuatro millones de pobres huyeron, porque en realidad no llegaban a fin de mes. Bastantes se instalaron en el Ecuador dolarizado y otros en una Argentina, que les ofrece subsidios, y también educación, salud y otros servicios de manera gratuita.

Es verdad que en Argentina estamos mal y ha subido la pobreza, pero los pobres no huyen de nuestro país, no hay villas miseria pobladas por argentinos en Bolivia, Paraguay, Perú o Ecuador. Los pobres de casi todos los países vecinos, Paraguay, Bolivia, Perú, colombianos e incluso chilenos vienen a Argentina. Los barrios carenciados de Argentina están llenos de pobres que han llegado en estos años.

Desde las cifras macroeconómicas Venezuela y Argentina son los peores países de América Latina, pero mientras un tercio de la población venezolana ha escapado por el hambre, Argentina es un imán que atrae a los menesterosos de otros sitios. ¿Será que los pobres nacionales y extranjeros son muy brutos o es que ven algo que no está claro para los analistas bien educados?

Algunos políticos que apoyan a Milei y están apagando la vitalidad de su candidatura, insisten en que todos debemos ser austeros, tristes, no cantar, no comprar motosierras. Para ellos sería bueno que los niños dejen de jugar, y se dediquen a meditar sobre lo lindo que sería para la salud que suban las tarifas del transporte y se promueva el ejercicio, cuando tengan que ir a estudiar a pie. Que los electores no bailen, no griten, no tengan sentimientos. Deben recuperar antiguos valores, trabajar, ahorrar, sufrir.  Creen que la gente, y en especial los pobres, están desesperados, al borde del colapso, no tienen ni el tiempo ni el ánimo para hacer bromas y reírse.

Candidatos y panoramas

Pero cuando vamos a un parque en municipios pobres, vemos a la gente jugando, paseando al perro, comprando helados, divirtiéndose. El Apocalipsis del que hablan algunos, no se ve en estos lugares en donde Massa tiene un importante respaldo. Las personas con las que hablamos dicen que están peor que nunca, como lo hacen todos los occidentales, pero tienen miedo de que venga un presidente que les quite lo que tienen. No están en el paraíso, pero tampoco sienten que están tan mal. De Argentina no emigran los pobres, sino los jóvenes de clase media que quieren mejorar sus condiciones de vida, quieren progresar.

Rogelio Alaniz, periodista al que leo siempre, miembro del Club Político, mencionaba una frase del Mayo Francés que, según algunos, podría ser oportuna para esta segunda vuelta: “es preferible una gran explosión a una larga agonía”. Patricia Bullrich dijo que todo está por explotar y que ojalá lo haga antes de las elecciones. Personalmente nunca me gustó la tesis de que es bueno agudizar las contradicciones para que triunfe la revolución, tan cara a grupos armados del siglo pasado. Si explota todo, esos pobres van a perder aquello por lo que ríen, y todos vamos a sufrir mucho.

Aunque las cifras macroeconómicas son parecidas, Argentina no es Venezuela, ni ha tratado de imitarla en los últimos veinte años. Desde hace una década tengo vecinos y amigos que dicen que no llegan a fin de mes, pero en la práctica lo hacen porque siguen repitiendo la misma frase. Buenos Aires es la capital cultural de nuestra nación latinoamericana. Nuestro teatro es el mejor de habla hispana. Me encanta estar en una ciudad en la que somos tan exagerados para criticar lo que ocurre, mientras cultivamos egos más grandes que las Torres Gemelas.  

El fastidio de los electores con los candidatos de la segunda vuelta los lleva a plantear que estamos en un momento apocalíptico. Si gana Massa, vendrán veinte años más de kirchnerismo y si gana Milei el país volará en pedazos en pocas semanas.

Ambas cosas son falsas o evitables. Massa es un político con experiencia, no un incondicional de nadie, tampoco de Cristina; pertenece al Frente Renovador, no a La Campora, ha tenido su propia trayectoria, independiente de los K.  El modelo kirchnerista ha tocado fondo. Como es normal en todo nuevo mandatario, si Massa es elegido pretenderá ser el mejor presidente de la historia. Es obvio que no podrá serlo si continúa en el camino de los Fernández.

Milei no tiene experiencia, pero es inteligente. El contacto con el poder lo hará entender la realidad. Si quiere desarrollar al país, no puede cumplir con su propuesta de romper relaciones con nuestros principales socios comerciales, Brasil y China. Va a ser difícil que otros países nos compren las autopartes que exportamos a Brasil y la soja que exportamos a China.  

El argumento de que Lula es comunista y corrupto es débil. Brasil fue gobernado por él muchos años, y cuando se retiró la economía estaba en orden y tenía una popularidad descomunal.  Más del 60% de los brasileños estaba dispuesto a votar por el candidato que quería Lula. Su prisión fue una infamia armada por un fiscal que quería hacer política y después fracasó como candidato a la presidencia. En todo caso, la opción que tomen los brasileños no es nuestro tema. Lo que sí sería grave es quedarnos sin tener a quién vender nuestra producción industrial.

China es más o menos comunista. Tienen un capitalismo salvaje, en el que la mano de obra es barata por la sobreexplotación de los obreros. El horario laboral se llama 996, porque trabajan desde las nueve de la mañana, hasta las nueve de la noche, seis días a la semana. El salario mínimo lo establecen los gobiernos locales, pero oscila entre un mínimo de 146 dólares en Guangxi, hasta 132 dólares en Shanghái. En lo político es una democracia indirecta con ceremonial comunista. ¿Es por eso malo que nos compren soja?

Tenemos un país con instituciones sólidas. En Argentina ningún loco ha querido tratar de tomarse el Congreso al terminar su período. Lo más parecido a eso fue que Cristina no entregó el bastón de mando, después de perder las elecciones.  Comparada con lo que hizo Trump, ésta fue solo una rabieta de colegiala. Tampoco tuvimos un Bolsonaro que rodee los cuarteles para pedir a los militares que den un golpe de Estado. Esos son incidentes propios de países bananeros más pequeños que el nuestro.

Ojalá quien gane, invite a un amplio diálogo para encontrar consensos que permitan desarrollar el país. En todo caso la diferencia en la votación va a ser escasa y, como dijo Carlos Pagni, no podemos seguir viviendo con una mitad del país que no escucha a la otra mitad. Dialogar y acordar con todos los que se pueda es bueno.

Algunos critican los acuerdos que hizo el PSOE para consolidar su gobierno en España, porque creen  que es mejor no acordar con los “malos”. Eso dijeron los españoles cuando llegaron a una Guerra Civil, que costó un millón de muertos, para que termine gobernando un general que se creía caudillo por la gracia de Dios. Siempre es preferible un mal acuerdo a una buena guerra.

 

*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.