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El fin del darwinismo social

El Presidente Alberto Fernández junto al Jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta y el Gobernador Axel Kicillof.
El Presidente Alberto Fernández junto al Jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta y el Gobernador Axel Kicillof. | NA

En todo el mundo hay dirigentes que no comprenden el fenómeno social que produce el coronavirus. Lo llaman histeria, fenómeno comunicacional, neurosis colectiva y “espíritu de cruzada” a la actitud de quienes priorizan su combate por sobre cualquier otra consideración. No sin lógica matemática, sostienen que por ahorrar 40 mil muertos de coronavirus en Argentina en 2020 se podría generar una cantidad similar de muertes adicionales entre 2021 y 2023 por la desatención de otras enfermedades y la crisis económica que genera el coronavirus; ¿para qué entonces hacerle pagar al 99,9% de toda la sociedad un costo económico adicional? Asumiendo, claro, que de cualquier manera habría recesión aun sin cuarentenas, pero ellas la incrementan.

No se puede “calcular” quién tiene razón porque, como sucede con tantos temas de la vida donde no se trata de elegir entre los mismos elementos sino entre diferentes, en este caso vidas de unos o de otros y calidades de vida de muchos, el dilema ético reside en que lo que se considera justo frente al mismo problema cambia en los distintos estadios de la humanidad. La moral es una convención entre todos y responde a la subjetividad de época, por ejemplo: no se puede juzgar a Sócrates con la moral de hoy por no haberse rebelado a la esclavitud en la Grecia antigua.

La moral es una convención entre todos y responde a la subjetividad de época

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Pero sin irse tan atrás, solo a la generación anterior, sería difícil explicar con los valores actuales que en los años 70 la gente fumara en los aviones, y que no solo el aborto estuviera punido en casi todo el mundo sino también el divorcio y hasta castigada penalmente la infidelidad.

No por casualidad la incapacidad de comprensión que tuvieron Trump y Bolsonaro sobre el fenómeno del Covid-19 –la “gripe china” o la “gripecita”– es la misma que tienen estos mismos líderes con la ecología porque el fondo del problema es el mismo: el conflicto entre el presente y el futuro tanto en economía como en salud pública. ¿Se puede medir igual el presente que el futuro? Los expertos en finanzas lo hacen descontando por la  tasa de interés vigente el dinero futuro para traer su valor al presente. ¿Se lo puede hacer con las vidas? ¿Cuarenta mil de dentro de dos años son equivalentes a treinta mil de hoy?

El mejor ejemplo de los límites del utilitarismo y las dificultades para medir desiguales se encuentra en que con lógica utilitaria son los jóvenes más que los viejos quienes defienden la ecología porque los afectará más a ellos en el futuro, pero son los mismos jóvenes que simpatizan con la causa ecológica quienes al mismo tiempo prefieren formas de distanciamiento social que protegen a los más viejos y tendrá costos que en el futuro deberán pagar los más jóvenes. No están tomando una decisión que maximice su beneficio personal, sino respondiendo a lo que la cultura llama subjetividad de época.

Hasta el siglo XX distintas disciplinas tomaban del darwinismo biológico basamentos estructurales para las ciencias sociales, entre ellas la economía, con una forma de darwinismo social.

Para Adam Smith, a quien igual que a Sócrates no se lo puede juzgar con los ojos de hoy, las recesiones servían para revigorizar a las sociedades porque “el ser humano en el éxito tiende al reposo”. La metáfora usada era la de la economía como un árbol y la recesión como el viento que al sacudirlo hacía caer los frutos pasados dejando espacio para que florezcan los nuevos. La recesión, como la muerte de los más viejos, era inevitable, y en su naturalidad había tácitamente implícita una metafísica religiosa de orden “cósmico”.

En cada época, para aquello que la humanidad no estaba en condiciones de resolver, se le aplicaba el criterio de “las cosas son así” por designio de un más allá que si no alcanzamos a comprender, precisamos darle un sentido para poder aceptarlo.

A comienzos del siglo XX, a los 13 años, terminado el colegio primario, se iba a trabajar, las cosas eran así. Pero el plus de producción que generó la revolución industrial del siglo anterior permitió que en el siglo XX se pudiera crear el concepto de juventud: cinco o diez años más en que las personas podían consumir sin producir gracias a la mayor productividad de sus mayores. Pero todavía los padres de quienes comenzaron a gozar de la juventud fallecían alrededor de los 60 años porque “las cosas eran así”.

 Y a finales del siglo XX el plus de producción que luego generó la revolución digital, incipiente ya a partir de los años 70, permitió sostener sin producir por más tiempo a las personas cuando se retiraban de la vida activa y crear el concepto de longevidad, y ya en el siglo XXI considerar a la cuarta edad como algo “natural”.

Como muestran todas la películas de viajes en el tiempo, quienes viajan al pasado tienen muchos menos problemas de comprensión que quienes viajan al futuro. Eso les sucede a ciertos líderes mundiales más apegados a como era natural que fueran las cosas antes, a valores más tradicionales que aplicados al caso del coronavirus encuentran su paroxismo en el vicegobernador de Texas, Dan Patrick, quien al comienzo de la pandemia hace tres meses propuso que los abuelos como él acepten morir de coronavirus para beneficio de todos los demás al no empeorar la economía. El ejemplo de Adam Smith de los frutos pasados o ciertas ideas subyacentes del capitalismo, como la supervivencia de los mejores, útiles entre aquello que mide iguales, extrapolada erróneamente cuando se trata de valores intangibles. El septuagenario vicegobernador Dan Patrick tiene la subjetividad de los baby boomers nacidos a mediados del siglo pasado y le cuesta comprender que para los millennials e incluso la precedente generación X, la longevidad resulta un derecho humano básico e inaceptable el darwinismo social como cualquier otra discriminación sea de género, raza o etaria.

Lo que pueden hacer quienes desacuerden con el costo económico de la cuarentena es persuadir a la mayoría

Quienes gobiernan, Alberto Fernández, Kicillof o Rodríguez Larreta, tienen  sus incentivos alineados en satisfacer a sus votantes. Si algo tiene de bueno la democracia en su superioridad moral sobre otros sistemas de gobierno es que permite a la sociedad mejorar aun aprendiendo del error o de la repetición del error hasta que se comprendan las consecuencias. La democracia, al apostar a “educar al soberano” con su propio error, no persigue solo la felicidad actual de cierto utilitarismo, sino el conocimiento como valor supremo, y la libertad de los individuos de ascender en la escalera de su aprendizaje a través del respeto a su autodeterminación.

Si la mayoría de la sociedad argentina está todavía predispuesta a pagar un mayor costo económico por tener un menor costo en vidas en 2020, lo único que pueden hacer quienes no estén de acuerdo es tratar de persuadir a la mayoría de su error. Si eso se produjera, Alberto Fernández, Kicillof y Rodríguez Larreta rápidamente pasarían a militar por abolir restricciones.