“Mañana baja el dólar y sube la Bolsa”. Eso pronostican en Brasil por el triunfo de Bolsonaro, que descuentan a pesar de que se redujo la diferencia a su favor. Fuera de Brasil los analistas auguran crecimiento para la economía de Brasil con el nuevo gobierno. Lo justifican en que Brasil tiene más de 300 mil millones de dólares de reservas en el Banco Central, un superávit comercial de más de 60 mil millones de dólares anuales y una inflación de 5% por año. Agregan que, a diferencia de Argentina, donde Menem ya privatizó todo, en Brasil quedan varias empresas estatales por privatizar, cuya venta generaría recursos extraordinarios equivalentes al producto bruto argentino de un año. Y que después de cuatro años seguidos de recesión, acumulando una caída del producto bruto del 10%, similar a la de Argentina en 2002, ya no le queda más nada que bajar y solo es posible rebotar. De ser así, sería la mejor noticia que Macri pueda recibir.
Bolsonaro era antiliberal en economía: era estatista y antiprivatizador. Ahora es todo lo contrario
Bolsonaro llegará a la presidencia con ideas antiguas y peligrosas en todas las áreas sociales pero –argumentan– modernas y revolucionarias (para Brasil) en economía. De la misma forma que Bolsonaro no era liberal en economía y adoptó esa doctrina solo recientemente, por influencia del banquero y futuro ministro de Hacienda Paulo Guedes, los optimistas atribuyen sus declaraciones fascistoides a un hablar poco pulido y demasiado franco de un candidato que no será el mismo cuando sea presidente.
El fascismo incipiente del que se lo acusa podría ser una apreciación precipitada porque aún no ejerció el poder, escribió el profesor de la Universidad de San Pablo Eugenio Bucci, quien igualmente promovió votar por Haddad: “No disponemos de elementos para definirlo conclusivamente como fascista. No se sabe, hasta aquí, de qué forma ataría (o no) relaciones de cooptación entre el Estado y los sindicatos. No sabemos cuál sería su escuela de nacionalismo. No sabemos en qué escala, en qué grado de capilaridad y con qué persistencia su gobierno reprimiría a los movimientos de oposición. Ni si reforzará los medios de control del Estado sobre la vida cultural y la comunicación social. Las preguntas aún no han sido respondidas por los hechos”.
La fácil calificación de nazista no toma en cuenta las limitaciones de las categorías políticas derecha e izquierda: fue Fidel Castro quien mandó encarcelar a homosexuales en campos de concentración, Ortega quien ahora hace disparar contra las manifestaciones en Managua, y el propio Bolsonaro quien en 1999 elogió a Hugo Chávez, de quien dijo que era “una esperanza para América Latina” y que deseaba que “su filosofía llegase a Brasil”.
O al revés, en 2008, al cumplirse 35 años de la creación de una empresa estatal (Embrapa), fue Lula siendo presidente quien elogió a los gobiernos de los generales Emilio Medici y Ernesto Geisel, la “dictablanda” de Brasil.
Aun más contradictorio es en economía: en sus 27 años como diputado, Bolsonaro votó contra el Plan Real, equivalente a nuestra Convertibilidad, y junto con el Partido de los Trabajadores de Lula votó en contra de la reforma previsional de Fernando Henrique Cardoso y de la privatización de la telefonía, en contraste con la persona que hoy promueve la privatización de las empresas públicas para reactivar la economía de Brasil.
Desde la llegada de la democracia a Brasil, en 1985, hubo gobiernos cuyo foco estuvo en la transición democrática, como el de José Sarney, en el fin de la inflación, como el de Fernando Henrique Cardoso, o en la distribución de la renta, como el de Lula, pero salvo el breve interregno de Collor de Mello (destituido por un impeachment) nunca hubo un presidente que haya intentado abrir la economía de Brasil al mundo como sí hizo Menem durante una década en Argentina. ¿Será Bolsonaro un Menem brasileño? Otra similitud: Menem no reivindicó abiertamente a la dictadura militar pero indultó a los condenados y al inicio contó con el apoyo del sector del ejército más revulsivo: los carapintadas. Tampoco Menem era liberal en economía hasta que se acercó a la presidencia: al igual que Bolsonaro, ambos fueron ultraestatistas la mayor parte de su vida.
A la distancia es imposible distinguir qué es matiz y qué es esencia. Con genuina preocupación, el diario israelí Haaretz se preguntaba si estaba surgiendo un nuevo Hitler en Brasil apoyado por los evangelistas. Pero el obispo jefe de la Iglesia Universal, la mayor del evangelismo brasileño y dueña del canal de televisión Record, el segundo más exitoso de Brasil después de Globo, y del que surgieron las telenovelas brasileñas de mayor rating en Telefe los últimos años, Edir Macedo, quien actualmente es abiertamente pro Bolsonaro, apoyó durante 12 años a los candidatos del PT: votó por Lula en 2002 y 2006 y por Dilma en 2010. Ver a un país que no es el propio con los ojos de la lógica del de uno, o verlo con categorías de otros países pero de hace un siglo, como nazismo o fascismo, es una simplificación poco atenta a las complejidades de la política.
El último discurso de Jair Messias Bolsonaro a sus partidarios en la avenida Paulista de San Pablo fue de terror, digno de un troglodita. Dijo: el diario “Folha de São Paulo es la mayor fake news de Brasil, ustedes no tendrán más dinero publicitario del gobierno. Fuera PT, estos marginales rojos serán expulsados de nuestra patria. Señor Lula da Silva, si usted estaba esperando que Haddad fuera presidente para firmarle el decreto de indulto, voy a decirle una cosa: usted se va a pudrir en la cárcel”. ¿Hará lo que dice? Agudamente, un columnista escribió: “Brasil es el único país del mundo, en muchas décadas, que va a elegir a un presidente que promete combatir el... ¡comunismo!”.
¿Se puede ser fascista en o social y liberal en economía? ¿O estatista y al mismo tiempo privatizador?
Bolsonaro había prometido eliminar la restricción de explotar agrícolamente el Amazonas por preservación ecológica, pero después de escuchar a los líderes rurales decir que podría perderse más en exportaciones de alimentos por sanciones internacionales que lo que se podría obtener del Amazonas, reconsideró su idea. También, por pedido del lobby industrial que quiere mantener un ministro focalizado en defender sus intereses, dio marcha atrás con la fusión de los ministerios de Hacienda e Industria.
Habrá que esperar a ver lo que hace más que lo que dijo. Falta muy poco.