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El placer no es la alegría

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Francia siempre ofició de trampolín de grandes escritores, clavadistas imperturbables que ignorados, o no valorizados en su justa medida en sus países natales, saltaron a la fama luego de haber sido debidamente apreciados por los franceses. Pasó con Borges, elevado a la categoría de escritor nacional en la Argentina luego de que Roger Caillois lo publicara en Francia y fuera apreciado y leído (hasta entonces en nuestro país el candidato a ser escritor nacional era Enrique Mallea, superado en la última curva gracias al impulso dado por la nafta súper gala). Algo parecido ocurrió hace relativamente poco con la italiana Goliarda Sapienza. Ignorada, o más que ignorada, despreciada en su propio país, fue publicada en Francia en 2005 y ocurrió aquello a lo que nosotros estamos acostumbrados: los italianos la vieron. Siempre había estado allí, pero pasaba inadvertida, sobre todo porque su novela El arte de la alegría (L’arte della gioia) tenía más de setecientas páginas, y los editores italianos en cuyas manos había caído la novela se habían espantado con solo verla y sopesarla, sin ocuparse siquiera de leerla.

Misterio: El arte de la alegría fue publicado en español por el sello barcelonés Lumen en 2007 con el título El arte del placer: extraña confusión entre placer y alegría que dudo que a Goliarda Sapienza hubiese molestado, pero que a nosotros, menos tolerantes y talentosos que ella, nos inquieta. Alguien debe haber advertido la confusión o el desengaño, porque en 2022 la novela fue reeditada por el mismo sello con el título El arte de la alegría. El libro se convirtió en un longseller, es decir un libro que se vende poco, pero continuamente. Tal vez ahora sea el momento de reeditarlo, porque el 30 de mayo se estrenará en Italia una serie basada en el libro, dirigida por Valeria Golino.

Goliarda, siciliana, era hija de una pareja de militantes socialistas, que en vez de enviarla a la escuela, poniéndola a merced de ideas y enseñanzas poco progresistas, decidieron educarla en casa. Fue actriz, intérprete ideal de varias obras de Luigi Pirandello, y con una aparición fugaz, ni siquiera contemplada en los créditos, en Senso, de Luchino Visconti. En 1980 cometió un robo de joyas en casa de una amiga rica y noble y ello la llevó a la cárcel para mujeres de Rebibbia, en Roma. Pasó en prisión pocos días, los suficientes para escribir un libro al salir, La universidad de Rebibbia (L’università di Rebibbia), que por alguna razón se publicó en español con el título La cárcel de Rebibbia, tal vez porque en España la cárcel no es una escuela de vida, una verdadera universidad que enseña, sin las ilusiones y las hipocresías de la vida ordinaria, la dura auténtica dimensión de la convivencia humana.

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Aún no dije nada de El arte de la alegría sencillamente porque hay poco que decir de una obra como esa. Su protagonista es Modesta, nacida el 1º de enero de 1900, niña pobre y analfabeta abusada sexualmente por su padre. En las setecientas páginas siguientes se convierte en una intelectual y en la madre de una gran familia, en alguien que hoy alguien podría definir queer, y que pasa por homicidios, un convento, muchas relaciones sentimentales y sexuales con hombres y mujeres, luchas políticas y tribulaciones varias. Cuando salió en Francia se la definió como algo que estaba entre El gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa y una novela rosa. Estilísticamente está repleta de diálogos, al estilo de Ivy Compton-Burnett o de Manuel Puig, y alterna la narración en primera persona desde el punto de vista de Modesta con una tercera. Entre 1979 y 1981 la novela fue rechazada por todas las grandes editoriales italianas. Hasta que apareció en escena el sello parisino Viviane Hamy y todo cambió. 

Goliarda, de quien se cumplen cien años de su nacimiento, murió en 1996 ignorando que era una de las mejores escritoras italianas del siglo XX. Eso no sorprende. Lo que sí sorprende es leerla.