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COVID-19

El revés de la verdad

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| Cedoc

Estoy al frente, no evito mi responsabilidad y me gusta estar entre la gente”, les dijo a los periodistas Jair Bolsonaro después de declarar esta semana que padecía coronavirus. “Si no hubiera estado tomando hidroxicloroquina de forma preventiva, podría ser peor e incluso contaminar a las personas”.

Como es sabido, la OMS ha suspendido todos los ensayos con ese medicamento ya que han comprobado que no reduce los índices de mortalidad. Tampoco el contagio, claro está. Obviamente, Bolsonaro no tiene a esta organización como referente y mucho menos, Donald Trump, quien acaba de romper toda relación entre la misma y los Estados Unidos cuando su país está a punto de alcanzar los tres millones de contagios.

Es difícil seguir la peripecia del presidente brasilero. Le Monde que trata de mantener el rigor en el modo de presentar la información no pudo reprimir la ironía al dar la noticia, incluso desde el titular en el que hablaba de “gripette”, traducción francesa de la ya célebre “gripezinha”. Sin embargo, el diario francés recupera el tono rápidamente para reflejar su preocupación ya que, a su parecer, el presidente ha ganado la batalla mediática por unas semanas en las que Brasil vivirá pendiente de los informes de salud que se repartan día a día, marcando el ritmo del país.

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Algo parecido pasó con Boris Johnson, quien negó el peligro de la pandemia hasta que, como Bolsonaro, fue víctima de ella e ingresó directamente a la sala de cuidados intensivos de un hospital londinense.

Los tres presidentes, Trump, Bolsonaro y Johnson, negacionistas que baten récords de contagios en sus países han llevado el populismo a un sitio en el que ya no es un simple problema político en el que se discute la solidez de la democracia liberal o la crisis de la vigilancia epistémica: simplemente, la gente muere.

Hace unos días un analista se preguntaba, refiriéndose a Suecia, un país con una administración socialdemócrata, si un punto menos en la caída del PIB justificaba sacrificar cinco mil vidas más que Dinamarca ¿Hay una respuesta ética a este problema o, simplemente, la falta de ética está en plantear la pregunta?

Sorteando la excepción sueca en el concierto europeo, la cuestión es el escenario que la pandemia despliega en los lugares gobernados por líderes nacionalistas extremos que niegan la opinión de los expertos. El corresponsal de Le Monde refleja el asombro en su crónica al contar que Bolsonaro les pidió a los periodistas que se acercaran y al estar cerca de él, se quitó la mascarilla para anunciar que había contraído Covid-19. “Así pueden ver mi cara, ver que estoy tranquilo y en paz”. El presidente estaba radiante, es verdad, escribe Bruno Meyerfeld, “pero también ‘contagioso’”, aclara.

Hay una distancia evidente entre el marco referencial de estos líderes y de la realidad. Más allá de los criterios que ésta imponga, inapelables, y los recursos lógicos –en el caso de la pandemia, el consejo de los expertos– ellos, los gobernantes, se mueven con su propio guión. La imposibilidad de cumplir con los programas electorales desde que comenzó el nuevo milenio trajo como consecuencia campañas permanentes durante los mandatos y no ya solo en las elecciones.

La emergencia de estos líderes de ultraderecha que, de repente, se han encontrado con un triunfo inesperado, han dotado a esas campañas perennes de un relato en el que la realidad se crea y recrea hora a hora sin atender el mañana, donde otra interpretación de la realidad nos será narrada. Trump pasó del detergente a la hidroxicloroquina, confesando que usa la mascarilla en la intimidad. Johnson se resignó a la evidencia cuando lo conectaron a un respirador.

Bolsonaro, antes de entrar al hospital se despidió con alegría: “¡Gracias a todos y nos vemos en una semana!”. Como afirmó el filósofo Harry Frankfurt, no hay que confundir a estos gobernantes con los mentirosos, lo que ocurre con ellos es que no tienen interés en aquello que es verdad y aquello que no.

*Escritor y periodista. Esta columna fue publicada el 11 de Julio.