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El Sena les pertenece

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En agosto del año pasado la amenaza a los bouquinistes parisinos había sido clara: durante la inauguración de los Juegos Olímpicos, que se realizarán con un desfile inusual por el Sena, iban a tener que desmontar sus puestos verdes por temor a que alguien usara esos pequeños emplazamientos para dejar escondida una bomba. Ahora, gracias a la mediación de Emmanuel Macron, cliente habitual de los puestos de libros y revistas emplazados en los márgenes del Sena, el Ministerio del Interior y la Policía francesa dieron un paso atrás y los puestos permanecerán en los sitios que siempre fueron suyos.

La historia de los bouquinistes es muy larga. Se remonta al siglo XVI, cuando los vendedores ambulantes distribuían los bouquins usados, pequeños libritos que transportaban en carritos de madera. La primera definición de bouquiniste aparece en un diccionario de 1752: “el que vende libros viejos, bouquins”, y como puede verse, solo preveía en género masculino, porque era un oficio de hombres. En 1789 aparece en el Diccionario de la Académie Française, que para una palabra es como alcanzar finalmente la mayoría de edad, pero hubo que esperar hasta 1932 para que apareciera vinculada a los dos géneros. Durante todo el siglo XVIII y durante la era napoleónica los bouquinistes se volvieron un punto de referencia para escritores, bibliófilos, eruditos y estudiantes, y en el siglo XIX su presencia se reforzó, hasta ingresar en las Guías de viaje, que es lo que ocurre cuando los que alcanzan la mayoría de edad son los lugares. A mediados del siglo XX había 1.020 puestos apoyados en el parapeto que da al Sena, y ofrecían alrededor de 70 mil libros, de los que se vendían unos 1.500 por día.

En 1866 el barón Haussmann, a cargo de un plan de reestructuración de París, trató de sacarlos, pero los bouquinistes contrataron los servicios de un famoso jurista de entonces, que se dirigió al emperador Napoleón III y lo convenció de que dejara a los bouquinistes en paz. A partir de 1891 se les permitió que dejaran los puestos de noche, sin necesidad de desmontarlos, como estaba establecido hasta ese momento.Su forma y dimensiones actuales quedaron establecidas por ley en los años 30 del siglo pasado, así como que los puestos deben estar pintados del mismo tono verde que el metro de París.

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Hoy no es que la pasan muy bien:  venden libros sobre todo a los turistas, lo que influyó mal en las ventas en los últimos años: en 2018 con las protestas de los chalecos amarillos, y en el 2020-’21 con la pandemia. Al igual que lo que ocurre con los kioscos porteños, hoy venden cualquier cosa, con tal de ganar algo, desde barbijos a souvenirs de mala calidad.

Pero la decisión tomada en agosto fue la gota que rebalsó el vaso. Jérôme Callais, presidente de la asociación de bouquinistes, encabezó una revuelta singular: nada de cortes de calles, nada de manifestaciones ruidosas, solo la recolección de más de 120 mil firmas y la obstinación, revelada en la promesa de que no iban a moverse de allí. A las razones históricas se sumaban otras, más bien prácticas: los puestos son muy viejos, desmontarlos hubiese significado romperlos, y romperle un puesto a un bouquiniste tiene la misma gravedad que romperle una muleta a un lisiado: las leyes de acción y reacción son bien conocidas por los parisinos, y lo mejor, ahora que la convivencia parece ser pacífica, era no seguir echando nafta al fuego.

Hoy los puestos que sobreviven en los márgenes del Sena, de aquellos 1.020 de mediados del siglo pasado, son 932, de los que las autoridades pretendían remover 428. La posibilidad de los puestos dañados, la falta de ingresos y compensación y el hecho de que ellos ya estaban allí antes de que París se convirtiera en lo que es, hizo que finalmente se tomara la decisión correcta. Los bouquinistes se quedan. Si quieren una inauguración en el Sena, que recuerden que el Sena también son ellos.