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El último pase

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| Cedoc

¿De qué otra cosa podríamos hablar? Yo negué a Maradona por lo menos tres veces y se me perdonó esa herejía porque errar es humano. 

Todavía me faltaban lecturas. Me di cuenta de que atado a los paradigmas de la teoría crítica, Maradona no podía sino ser el exponente más acabado de la industria de la cultura, con sus adhesiones indelebles y su positividad inanalizable. Después leí otras cosas.

También me faltaban viajes. Cuento el decisivo para mi conversión: en 2008, después de no sé qué congreso europeo, atravesamos el Mediterráneo y llegamos a El Cairo, donde nos esperaba un minibús para llevarnos al desierto por caminos cada vez más precarios. Después de seis horas de adentrarnos en una nada donde ya no importaban ni los idiomas porque no había nada para decir o para escuchar y volvíamos al comienzo de la humanidad, al gesto, llegamos a un oasis donde nos esperaban unas 4x4 que iban a dejarnos en el campamento donde íbamos a pasar la noche, como beduinos.

Atónito y conmovido hasta los huesos, leí el único letrero que había en el medio de la nada del oasis: Supermarket Maradona.

Entonces me di cuenta de algo evidente para los fieles del culto: su mano no era suya sino de Dios, después le cortaron las piernas. Ese proceso de desmaterialización alcanzó a su nombre, que se acortó a Maradó. Él empezó a referirse a sí mismo en tercera persona (porque era otro de quien estaba hablando). En ese lento proceso de apoteosis, a medida que su cuerpo (tocado por la Gracia) se volvía más frágil, su cualidad sobrehumana se acentuaba. 

Llegó un momento en que empezó a bailar con los números, que fueron hechos para que el universo tuviera un ritmo constante más allá de nosotros, los mortales. Podemos lamentarlo, pero el pase de Maradona al plano de las deidades tutelares no podía haber sucedido en otro momento (1960-2020: 60), el mismo día en que antes habían muerto sus dos partes: Fidel y Ricky Fort.