Después del golpe de Estado de 1976, cuando muchas personas acudían al Buenos Aires Herald a denunciar que sus hijos habían sido secuestrados durante la noche por fuerzas de seguridad, que no se habían identificado y tampoco habían dejado registro del paradero de los detenidos, los periodistas de la redacción les preguntaban por qué no intentaban que esa noticia se publicara también en los grandes diarios de la época y no sólo en uno de baja circulación que, además, se editaba en inglés.
En todos los casos, la respuesta de los familiares de las víctimas de la dictadura era siempre la misma: “No podemos ir a otro lado. ¡En Clarín y en La Nación no nos dejan ni entrar por la puerta!”
Robert Cox era el director del diario que recibía a esas Madres que se reunían en Plaza de Mayo para reclamar por sus hijos. El diario que publicaba editoriales que condenaban las violaciones a los derechos humanos que otros callaban. El diario en el que se dieron a conocer las torturas a los detenidos, las apropiaciones de menores y las incineraciones a cuerpos anónimos en los cementerios.
“No podemos ir a otro lado. ¡En Clarín y en La Nación no nos dejan ni entrar por la puerta!”.
Por no someterse a la censura que imperaba en la prensa argentina de entonces, Cox recibía amenazas constantes de enviados de las Fuerzas Armadas. Incluso, llegó a estar detenido luego de publicar que los líderes montoneros habían abandonado el país y que Mario Firmenich había llamado a una conferencia de prensa en Roma. También hubo un intento de secuestro a su esposa, Maud, cuando dos Ford Falcon se cruzaron en su camino. Pero el Herald no se detenía y seguía acusando a los militares.
Las víctimas de la dictadura que buscaban auxilio en el diario inglés en Buenos Aires eran cada vez más numerosas para 1977. Para entonces, Bob ya no solo creía que su tarea era informar, sino que decidió que también debía involucrarse activamente: reclamaba en todas las oficinas del gobierno militar y en las embajadas que lo recibían, repitiendo incansablemente que miles de personas habían sido secuestradas con vida pero no se conocía su destino.
“¿Qué están haciendo ustedes? ¿Creen que la gente es un objeto, un paraguas acaso, que se pierde y se olvida?”, le reclamó una mañana Cox al ministro del Interior, Albano Harguindeguy, luego de entregarle una lista con varias decenas de desaparecidos.
“¡Pero qué conspiración mundial contra Argentina! Yo voy a revisar esas listas que me trae usted y sé que no van a ser exactas. Entonces haré lo que generalmente hago, las tiro a la basura”, respondió cínicamente el general que era dueño de la vida y de la muerte en aquellos años. Hay registro de esa terrible conversación porque Bob se encargó de grabarla, poniendo en peligro su propia vida.
Para 1978, mientras muchos argentinos festejaban la Copa del Mundo, Bob se enteraba que él mismo figuraba en las listas negras que circulaban entre las fuerzas de la represión. Pero a pesar de que el temor crecía, no dejaba de publicar en su diario las denuncias contra la dictadura.
Hasta que a fines de 1979, llegó a su casa una carta aparentemente inocente, con la insignia de la escuela de Pedro, su hijo de once años. “Querido Peter: Te escribimos esta cartita, porque sabemos que estás afligido por cosas que le han ocurrido a los papás o al abuelito de algunos amigos tuyos y tenés miedo de que algo así pueda ocurrirle a tu ‘daddy’ o a varios de ustedes (…) Un montón de saludos revolucionarios de los amigos de tu papá. Montoneros”.
“Algo puede ocurrirle a tu ‘daddy’ o a varios de ustedes”, amenazaron al hijo de Cox.
A través de sus fuentes, Cox confirmó que la amenaza no era de la organización armada peronista, sino que había sido escrita por fuerzas militares. Y el periodista que hasta entonces se había negado a pensar en la posibilidad del exilio, entendió que su esposa y sus cinco hijos corrían peligro y decidió salir del país.
Pocos días antes de su viaje, Jorge Rafael Videla pidió ver a Cox. “Yo sé que usted cree que la carta a su hijo fue escrita por los servicios. Hay quienes quieren desestabilizar el gobierno”, comenzó el militar. “Hay un dos por ciento de las Fuerzas Armadas que quiere que caiga el gobierno y aunque yo quiera volverme a mi casa, no puedo. Si lo hiciera, vendría un dictador sangriento a tomar mi lugar. Un hombre con una espada vengativa y entonces sí que habría un baño de sangre”, ironizó Videla en forma diabólica y macabra.
Cox utilizó la reunión para reclamarle al dictador por el paradero de cientos de desaparecidos y Videla contestó que “no podía hacer nada”. Luego agregó: “Usted tiene que quedarse aquí y pelear. No puede irse al extranjero donde no va a poder hablar. ¡Es por el bien de la Nación!”.
“Acá le dejo una lista de los muchachos que fueron secuestrados este mes. Si es necesario pueden ponerlos presos, pero no sigan con este método. Los familiares necesitan saber dónde están, ustedes serán responsables si no aparecen”, se despidió Cox.
“No sigan con este método. Los familiares deben saber dónde están”, dijo Cox a Videla.
El periodista que hizo lo que debía hacer un periodista durante la dictadura ha vuelto a ser noticia en los últimos días. Es que la semana pasada se presentó en la Biblioteca Nacional la reedición de Salvados, a 45 años de la dictadura argentina, el impresionante libro escrito por Maud, en el que la esposa del director del Herald retrató el horror que sufrió la familia hasta su exilio.
Y unas horas antes se anunciaba que el director Armando Bo llevará al cine la vida de Bob para reflejar aquellos años en los que se enfrentó a los genocidas desde el diario en el que se publicó la mayor cantidad de información sobre el plan sistemático de violaciones a los derechos humanos cometidas por la dictadura.
También fueron días en los que Bob visitó la Escuela de Comunicación del Grupo Perfil para conocer el “Aula Cox”. Allí se enseña periodismo en el nombre de Cox.