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OPINION

En la calle por Cristina

Ecos de la reaparición de la vice en La Plata.

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Doble mensaje. Los movilizados apoyan a CFK, pero al mismo tiempo le hacen saber sus condiciones y plantean exigencias. | telam

Anduve un rato por las avenidas, a media mañana. Detrás de la columna de ATE, se distinguían bien las que llevaban consignas en defensa de la perpetuidad de Cristina Kirchner, y de la intocable administración estatal. Venían oleadas de cantos que pedían liberación, justicia social y económica, además de expresar un apoyo a la vicepresidenta que parecía suscribir todo el mundo, aunque los que marchaban a la izquierda hicieran silencio sobre ese asunto. A Alberto Fernández no se lo mencionaba. A diferencia de otras movilizaciones, predominaban los hombres.

Aguardaban el discurso de Cristina en la calle, allí donde se coreaba su nombre. He pisado el mismo asfalto muchas veces en las últimas décadas. Se escucha mal y confuso, pero llega a los oídos la potente reverberación de un mensaje, que puede librarse de las palabras porque es la voz de Ella quien las pronuncia.

Estas movilizaciones tienen dos cualidades y dos objetivos. Demostrar la fuerza ante propios y extraños, por una parte. Y, por la otra, hacerle saber a Cristina que allí se está no sólo para celebrar y apoyar, sino para repetir el reclamo de los que llegan impulsados por sus necesidades. Como recordaba Eva frente a su líder desde el balcón o el escenario compartido con Perón, los que marchan aman y también  piden remedio a los males que sufren.

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Su objetivo es mostrar que conoce todos los peligros y todas las formas de sortearlos

Por eso comunican en sus cantos que se va a armar lío si la tocan a Cristina. Y, al mismo tiempo, se avisa a la líder que la potencia de la movilización puede repetirse con consignas menos favorables a su gobierno. El masivo apoyo puede convertirse en una advertencia. Doble mensaje con doble destinatario, porque los movilizados apoyan a la líder y, al mismo tiempo, le hacen saber sus condiciones y plantean sus exigencias.

Ignoramos hasta cuándo puede durar esa duplicidad. El peronismo, a lo largo de su historia, ha demostrado que puede controlarla bastante bien. Esta destreza en el manejo de reclamos es una de las habilidades políticas del populismo.

Allí se revela su cualidad más importante. Massa se reunió el día anterior con dirigentes sindicales y sociales. Y como ya es un lugar común de la política argentina, donde se compite por alabar el diálogo, les planteó que ayuden en el control de precios, acompañando la supuesta firmeza del Estado frente a los especuladores. Tache lo que no crea o le parezca poco probable.

El cristinismo afirma que escucha, pero hay situaciones importantes en que parecen guarangos. Al presidente Alberto no lo invitaron al acto pankirchnerista. A Massa no se sabe si también lo radiaron, o simplemente él prefirió mostrar que estaba ocupado en otra cosa, más importante, por supuesto. Las venganzas históricas, a las que el cristinismo siempre reclama sus derechos, no consisten en gestos de mala educación. Decir que parece una comadre de barrio es un insulto a esas simpáticas señoras.

Lo que falta y lo que queda

Mientras tanto, los dólares demostraron una vez más que tienen la imagen de Washington pero no tienen corazón.

No agrandar a los chicos. Cristina tiene corazón, pero no es sensiblera. No lo mencionó al ausente Alberto en todo su discurso del jueves en La Plata. Los logros alcanzados no les pertenecen a los segundos. Si un líder condescendiera a atribuirle alguno, cometería una falta de populismo doméstico. Su resistencia a pronunciar el nombre de Alberto siquiera una vez tuvo algo de maldad. Finalmente, le hubiera costado muy poco. Pero Cristina conoce bien una regla del liderazgo y sabe que a los chicos no hay que agrandarlos.

Por otra parte, ella estaba allí para repartir generosamente su saber histórico y político. Contó capítulos enteros de nuestra historia, que fueron una ilustrativa forma de colocarse ella misma en el triunfal desenlace de peripecias que habían durado muchos años.

Centró su discurso sobre la economía. El objetivo era bien evidente. Esos conocimientos que repartió como una maestra de escuela garantizan que Cristina conoce todos los peligros y todas las formas de sortearlos. No se apoya en treinta años de política sino en una larga historia nacional.

Se ha dicho con frecuencia que la visión que tiene Cristina de sí misma es gigantesca. El discurso del jueves 27 demostró que no tiene ningún pudor en trazar el perfil de una dama intelectualmente ilimitada.

Lo que falta y lo que sobra

Algunos llamarán a esto soberbia. No entro en esa discusión. Planteo otro ángulo. Cristina se siente débil si se compara con otros políticos que llegaron a la Presidencia. Tiene los gestos exagerados de los débiles que desean dar prueba constante de su fortaleza.

Por eso, después del resumen histórico que tomó gran parte de su discurso, sirvió para subrayar que ella es la única política que ha llegado a poseer el poder que ostenta y a diseñar una burocracia oficial que sabe que, para sobrevivir, debe aceptar no sólo sus órdenes sino discursos como el del Teatro Argentino de La Plata, donde construye el escenario de su apoteosis.

Reconoce, sin embargo, con un desvío sensato, que el kirchnerismo necesita un programa para gobernar. Podría pensarse que implícitamente y sin quererlo, el programa lo tuvo Néstor. Lo repitió varias veces y eso indica el momento de verdad de la hora y veinte que se tomó para llegar a ese punto.

Esa mujer que declara la necesidad de un programa debiera haberlo puesto en discusión y adelantar la propuesta concreta, sobre todo para que se enteren los votantes de la próxima elección. Pero a Cristina le gusta poco el diálogo. Y las discusiones, seguramente, le parecen una falta de respeto.