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En la curva oscura del círculo

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Inglaterra. Donald Trump tuvo desplantes casi circenses. | AFP

En el siglo XVIII,  Giambattista Vico sostuvo que “la historia se desarrolla en círculos sucesivos”. Grandes círculos, que abarcan siglos, como el paso del feudalismo a las monarquías precapitalistas y el Renacimiento. Nacidos dentro, círculos más cortos y vertiginosos, como la burguesa Revolución Francesa, seguida de la Restauración monárquico-eclesiástica y luego de la Comuna obrera y su fracaso, preludio de un empuje liberal que acabó en la consolidación de la República.

La Revolución Francesa y todo lo que social y políticamente ocurrió antes y después en el mundo capitalista, fue efecto de la revolución industrial, efecto a su vez de los avances científicos y tecnológicos de la época. En todos los países conocidos como democracias desarrolladas ocurrieron procesos similares. La democracia liberal, asentada en el desarrollo económico.

La competencia en el marco de la expansión imperial generó conflictos, resueltos con más o menos buenos modos durante las fases de crecimiento y prosperidad del sistema. Pero cada vez que éste entró en una fase de transformación o receso, la diplomacia quedó atrás: represión interna; conflictos o guerras regionales y por fin, grandes guerras.

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Ahora, en el pequeño y febril círculo histórico del siglo XX y lo que llevamos de éste, los primeros efectos de esos progresos (de-socupación, migraciones; crisis económico-financiera), generaron dos grandes guerras. La última, contra el nazi-fascismo, consecutiva a la crisis mundial de 1929, acabó en atómica.

Pero el capitalismo se recuperó al cabo de cada una de sus crisis, ya que una vez resueltos por la demagogia y/o represión los conflictos internos y por la guerra las rivalidades internacionales, aparecieron los efectos positivos de los avances científicos y tecnológicos. El capitalismo era aún inclusivo, como probaron los “30 gloriosos” años de crecimiento económico y avances sociales consecutivos a la derrota del nazi-fascismo. El keynesiano premio Nobel de Economía Paul Krugman, ironizó que “fue ese amplio programa público de empleo, conocido como la II Guerra Mundial, el que terminó con la Gran Depresión”.

¿El capitalismo sigue siendo inclusivo? Esa es hoy la cuestión clave. Es cierto que en términos cuantitativos, se ha producido una reducción mundial de la pobreza, debida sobre todo al crecimiento de países como China e India. Pero las desigualdades internas y a escala mundial se han acrecentado a extremos intolerables, así como la pobreza extrema.

Está por demostrarse si el capitalismo logrará superar con buenas maneras esta fase negativa de su propio desarrollo; si los nuevos empleos suplantarán la pérdida, exponencial hoy y en el futuro inmediato, de trabajo humano; de la caída de salarios e ingresos. Al respecto, los datos y opiniones confiables se contradicen. Pero es evidente que vamos hacia un mundo servido por máquinas, cerebros, comunicaciones y servicios electrónicos. Tanto como que el capitalismo ya no dispone ni genera mercados suficientes para la superproducción mundial; que no encuentra respuesta a sus propias necesidades. De la resolución correcta de esa contradicción depende el futuro de la humanidad,  porque hoy una guerra mundial podría acabar con ella.

Por ahora, estamos en la parte inferior del círculo, la más oscura. Basta considerar las crisis financieras y la deuda mundial: la global de Estados Unidos representa el 166% de su PBI (Elclarín.cl, 22-5-19). Y sumar las guerras comerciales, el rearme, el resurgir nacionalista; la crisis de los gobiernos italiano, británico y alemán entre otros; de la Unión Europea; de las grandes democracias. Los desplantes e intromisiones de Donald Trump en Inglaterra mostraron otra vez al mundo que su primera potencia está gobernada por un actor circense en el mejor de los casos; por un maníaco peligrosísimo, en el peor.

Quedan para otro día los atisbos de otra aurora; que también los hay.

*Periodista y escritor.